MEDITACIÓN DEL DOMINGO DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR
– Meditación –
Mons. Luis Martín Barraza
Torreón
21 de mayo, 2023
Celebramos en este domingo la solemnidad de la Ascensión del Señor, que es otro momento de la Pascua de Cristo. Aprovechando el ritmo histórico que le imprime san Lucas a la celebración de la Pascua, en el trasfondo de algunas fiestas judías, pasa al crisBanismo toda la preparación requerida para la fiesta de Pentecostés, a través de la Ascensión, que fueron una sola fiesta en un principio. Mateo y Marcos no hablan con precisión del Bempo transcurrido entre la resurrección y la Ascensión, pero la asocian más a las primeras apariciones. San Juan sólo habla de Pentecostés y lo sitúa el mismo día de la resurrección: “Después de decir esto sopló sobre ellos y les dijo: ´Reciban al Espíritu Santo”(Jn 20, 22). San Lucas lo describe así, seguramente, para hacer un paralelismo entre la misión de Jesús y la de la Iglesia. Así como Jesús permaneció cuarenta días en el desierto en ayuno y oración para luego ser ungido por el Espíritu Santo y comenzar su ministerio, podemos pensar que así también la Iglesia se preparó durante cuarenta días para ser enviada a realizar la misma misión de Jesús. Esto nos da idea de que la importancia de esta fiesta es fundar la nueva presencia de Cristo en la comunidad de discípulos. Nada que ver con huida, fracaso, sino al contrario con la fidelidad de un amor que vence todo obstáculo, aún la muerte. La Ascensión del Señor asegura a su Iglesia la presencia de Cristo en medio de ella y, por lo tanto, el compromiso de ser su sacramento en el mundo. La idenBdad de la Iglesia es la misión de Cristo.
Resaltando la ausencia Ssica de Jesús las comunidades crisBanas aprovechaban para insisBr en una presencia más profunda y espiritual, más real. Esto se cumple en Pentecostés, pero se comienza a saborear desde la fiesta que hoy celebramos, que es otra forma de contemplar a Cristo resucitado. Ascender, por parte de Cristo, a los cielos es ser puesto a la “derecha en el cielo, por encima de todos los ángeles, principados, potestades, virtudes y dominaciones, y por encima de cualquier persona,…(Ef 1, 20-21). En el evangelio de san Juan Jesucristo habló, en algunas ocasiones, de ser elevado(Jn 3, 14; 12, 32). Frente a Nicodemo evoca el gesto de Moisés de levantar una serpiente de bronce a la vista de todos, esto nos hace pensar en la crucifixión de Jesús. Pero en la segunda ocasión, a propósito de los griegos que buscan a Jesús, habla de “ser levantado” en un contexto de glorificación: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado… Entonces so oyó una voz venida del cielo: Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”(Jn 12, 23.28). Esto sin desconocer que también, esta úlBma vez, habla de su pasión: “Yo les aseguro que si el grano de trigo que cae por Jerra no muere, queda infecundo; pero si muere dará fruto abundante”(Jn 12, 24).
En el trasfondo de estos textos, podemos pensar la Ascensión como cumplimiento de todas las enseñanzas de Jesús que prome^an la felicidad y la vida eterna. La ascensión es el cumplimiento de la gran bienaventuranza de los pobres que han creído en el proyecto del reino de Dios: “Alégrense y regocíjense, porque será grande su recompensa en los cielos…”(Mt 5, 12). Pero también es cierta la alegría de los invitados al banquete eterno porque reconocieron a Cristo en los insignificantes de la Berra: “Vengan benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo”(Mt 25, 34). Esto por mencionar algunos ejemplos de los que está lleno el evangelio, como cuando Jesucristo promete el ciento por uno al que haya hecho renuncias por su causa: “Y todo el que haya dejado casas, hermanos, hermanas, padre, madre, hijos o Jerras por mi causa, recibirá cien veces más y heredará la vida eterna”(Mt 19, 29). Tenemos así que esta fiesta es una consagración de la eficacia de la obra de Cristo y que, por lo tanto, permanecerá para siempre como lo asegura en el evangelio: “y sepan que yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo”(Mt 28, 20).
Tenemos, así, que no se está hablando de una fantasía enajenante, que invita a huir de la realidad para encontrar la paz. Los creyentes no son los que se consuelan en utopías inalcanzables, perdiendo la oportunidad de ser protagonistas en el aquí y ahora de la historia. Así, creo, lo insinúan las palabras de los personajes de los Hechos de los apóstoles, que quieren corregir la mirada de los discípulos de Jesús: “Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse”(Hech 1, 11). No se trata de fundar la fe en una ilusión futura, sino en las pruebas de un amor que toma responsabilidad del futuro. El amor verdadero, como el que nos demostró Jesucristo, es para siempre. Jesucristo no vino a cumplir simplemente una misión terrenal y pasara lo que pasara hasta allí llegaba todo, sino que vino a revelar el amor de Dios y este es fiel para siempre. La misión de Jesús no fue la de un líder o un profesional que cumple su agenda o sus horas de servicio y se va, porque ha logrado lo que le beneficia a él. El compromiso de Jesús con el mundo no es su salario, sino la salvación integral de cada ser humano. La creaBvidad de su amor funda una nueva presencia; la condición absoluta para ello es haber agotado todos los recursos de su presencia Ssica. Nadie ha construido una memoria tan lúcida y realista para la humanidad como Jesucristo. Todo lo hizo muy bien: “hace oír a los sordos y hablar a los mudos”(Mc 7, 37). Hay muchos personajes que sobreviven a su muerte en la memoria colecBva, pero ninguno ha pasado su muerte manteniendo íntegra su obra como sucedió con Jesús y con una fuerza de profundización y expansión inefable. Es a lo que invita san Pablo: “…el Padre de la gloria, que les conceda espíritu de sabiduría y de revelación para conocerlo…”(Ef 4, 17).
La presencia histórica de Jesucristo llega a tal grado de perfección que lo mejor que puede hacer por la humanidad es tomar distancia. Ha rebasado con creces la capacidad del ser humano para comprenderlo. Se ha agotado la capacidad de comprender cualquier cosa nueva que quiera enseñar: “Tengo muchas cosas que decirles, pero ahora no pueden comprenderlas. Pero cuando venga él, el Espíritu de la verdad, los llevará a toda la verdad…”(Jn 16, 12-13). La misión de Jesús está en función de sus hermanos y no de sí mismo, lo que ahora necesitan ellos es una nueva pedagogía que lleve más adentro del corazón lo que Jesús ha puesto frente a su ojos: “Dios mismo nos reveló todo esto por medio del Espíritu, porque el Espíritu todo lo escudriña, incluso lo más profundo de Dios”(1 Con 2, 10). Esto sólo es posible en el trasfondo de la revelación histórica de Jesucristo. Él mismo aclara que el Espíritu no enseñará nada nuevo, “porque no hablará por su cuenta, sino que hablará de lo que oiga…El me glorificará porque tomará de lo mío y a ustedes se lo anunciará”(Jn 16, 13-14). La insistencia está en que se trata de la misma realidad que ha dado la encarnación a la obra de Jesús, esta conBnuará, sin perder nada, por obra del Espíritu Santo. Por el contrario, la obra de Jesús será la que nos recuerde conBnuamente la cordura de la realidad frente a las neurosis y patologías que nos hacen fantasear con realidades ilusorias que amenazan la vida. Es desde la fe que se habla de la crisis antropológica cultural, cuando todo el mundo se ilusiona con la antropología que reduce el hombre al cuerpo, a la sensibilidad o a sus ideas pragmáBcas, que conduce a la cultura del Consumismo.
La referencia de la Ascensión de Jesús es un amor que promete eternidad en cuanto se asumen los compromisos del mundo y a las pruebas se remite: su encarnación, su servicio a la dignidad del ser humano y su muerte es resurrección. La ascensión resalta la conBnuidad de la obra de Cristo, no se trata de un espíritu suelto que se avergüenza de sus humildes orígenes terrenales, sino de alguien que ha cumplido una misión. Se trata del orgullo de Jesucristo por haber vencido al mundo amándolo y quiere inculcar eso mismo a sus discípulos: “En el mundo tendrán que sufrir, pero tengan confianza: ¡yo he vencido al mundo!(Jn 16, 33). Lo interesante de la Ascención de Jesús es que nos reenvía a su misión, sólo así podremos parBcipar de su victoria. En el evangelio que meditamos hoy, san Mateo coincide con san Lucas en que la Ascensión es la nueva encarnación de la misión de Jesús para que siga “haciendo el bien y curando toda clase de dolencias”(Hech 10, 38). La misión consiste en ayudar a las personas a tener un encuentro con Jesucristo, a tener fe en él. La fe viene de la predicación nos dice san Pablo y la predicación consiste en anunciar la palabra hasta volverse sacramento(Rom 10, 17).