– PRESBÍTEROS-
Un servicio a todos los presbiterios
IDENTIDAD SACERDOTAL EN EL TIEMPO DE POST PANDEMIA
P. Héctor Xavier Villa,
Ciudad Juárez.
12 febrero 2023
I. LA REALIDAD QUE VIVIMOS
1.1. Introducción
El Papa Francisco hablaba ya de cómo la crisis del coronavirus sorprendió a todos, como una “tormenta” que se descarga de repente, cambiando súbitamente a nivel mundial nuestra vida personal, familiar, laboral y pública. Esto puso en evidencia la vulnerabilidad y conLngencia que nos caracterizan como humanos, cuesLonando muchas certezas que cimentaban nuestro proyectos en la vida coLdiana. La crisis es una señal de alarma y nos hace considerar con detenimiento dónde se hallan las raíces profundas que nos sosLenen. Él mismo ya sugería un camino para enfrentar esta crisis: “El peligro de contagio a causa de un virus 3ene que enseñarnos otro modo de contagio: el contagio del amor, que se transmite de corazón a corazón” 1.
Si a esto agregamos el hecho de que estamos viviendo “un verdadero y profundo cambio de época con diferentes ma3ces, como un extraordinario giro histórico que se percibe en todos los campos de la vida humana… en esta profunda transformación que se está dando lo que nosotros iden3ficamos es ¡la negación de la primacía del ser humano!”. Ante esta realidad nuestros obispos confiesan: “nosotros como obispos y muchos presbíteros, no alcanzamos aún a comprender, por lo que se nos dificulta tener una respuesta adecuada y pronta ante la profundidad y rapidez con la que están sucediendo los cambios…” 2.
Si agregamos otra realidad, me refiero a otro Lpo de pandemia que nos ha golpeado y se ha ido dando a conocer progresivamente como es la historia de los abusos en la Iglesia, con todo el dolor que conllevan las vícLmas y que ha ido afectando la credibilidad de la Iglesia y del sacerdote mismo 3.
1.2. La Realidad a la luz de un Documento de la CEM.
En un documento reciente de la CEM se recogen valiosos datos de la realidad que vivimos en esta úlLma etapa. Es el resultado de la Consulta, de la fase Diocesana del Sínodo sobre la Sinodalidad4. En México el 77.7 % de la población (98 millones de mexicanos aproximadamente) son católicos, según el censo del año 2020. Para su atención pastoral, la Iglesia en México cuenta con 19 Provincias EclesiásLcas, 19 Arzobispados, 79 Diócesis. Subrayo algunos elementos que valoran la vida eclesial y otros elementos de autocríLca que nos ayudan a re-pensar nuestra idenLdad y presencia en nuestras iglesias diocesanas.
1.2.1. Elementos que valoran el caminar de nuestras iglesias
En el ejercicio sinodal realizado ha predominado la percepción de no estar solos, de formar parte del Pueblo de Dios, compuesto por una rica pluralidad de comunidades.
Se puede constatar diferentes cosas: la acción silenciosa pero real del Espíritu Santo que nos conduce; si escuchamos, atraemos a más personas que se senLrán invitadas a permanecer en esta su casa; se valora mucho la parroquia como principal espacio de vida crisLana, lugar de encuentro y comunión que ayuda a superar el individualismo; que la pandemia separó a las comunidades y a sus miembros, causó dispersión.
Existe la presencia de obispos, sacerdotes y laicos que toman la palabra con “sabiduría y entusiasmo”, pues se ha generado mayor conciencia de que se debe hablar con claridad, parresia, verdad y libertad. La palabra de los obispos Lene peso y es escuchada en General.
En la vida sacramental “la Eucarisba” con su enorme valor mistagógico, sigue siendo la celebración por antonomasia en la comunidad, pero se percibe, a la par, una pérdida de valoración en la misma feligresía. Con la experiencia “virtual” de la eucarisba, muchos ahora piensan que no es esencial su parLcipación. Se constata el papel imprescindible de los sacerdotes en la vivencia y celebración de la fe, singularmente en los sacramentos de la Eucarisba y la Reconciliación, así como en la animación y edificación de la comunidad, pero se advierte la necesidad de cualificar las homilías de los sacerdotes, ante todo conectar la Palabra con la realidad y con la historia.
La sociedad, en general, sigue confiando en la Iglesia. Pero el diálogo al interior de la Iglesia y con la sociedad es una asignatura pendiente en muchas comunidades.
1.2.2. La Realidad a escuchar, la conversión a la que estamos llamados (Autocrítica)
Los espacios de escucha promovidos a parLr de la pandemia nos han ayudado a constatar la presencia generalizada de senLmientos de tristeza, soledad, desesperación, angusLa, cansancio, depresión, incerLdumbre, miedo, dolor, confusión y vulnerabilidad. Todo esto ha afectado de manera importante a las familias, a los niños, jóvenes y ancianos, sobre todo en zonas pobres que, por ser tales, se convierten casi naturalmente en expulsoras de jóvenes, de migrantes y de desempleados, en donde crece la desolación.
De forma unánime se percibió la necesidad de valorar más la parLcipación de los “fieles laicos”. Reconocemos que muchos bauLzados y grupos eclesiales quedaron al margen de este proceso Sinodal. La Iglesia no camina “codo a codo”, armonizando sus pasos con el resto del pueblo, con la sociedad en su conjunto, que más bien parece haber dos historias que por momentos no se tocan: la eclesial y la civil. La mutua distancia nos empobrece a todos.
Para la escucha nosotros obispos y todo el Pueblo de Dios, senLmos el llamado a abrirnos a salir a encontrarnos con otros, a establecer un diálogo fraterno y cuidadoso con todos, a mostrar calidez en las relaciones humanas, a tratar a los demás como Jesús los trataría. Observamos la falta de escucha, algunos obispos estamos lejos de la feligresía, y algunos sacerdotes encuentran dificultades para confiar en sus laicos.
Los obispos, tomamos conciencia que hemos escuchado poco o nada a los alejados, a niños, adolescentes, jóvenes, a personas en condición de calle, a homosexuales, mujeres violentadas, empresarios y políLcos, comunicadores y profesionistas en general. Poco a poco, en un éxodo silencioso, estos se alejan de la prácLca sacramental, aunque se sigan autodesignando católicos en los censos poblacionales.
Debemos estar atentos al uso de las redes sociales, pues se constata que es un espacio diecil de asir y asociar a la evangelización, dado que Lenen caracterísLcas de gran cobertura numérica, pero con muy escasa profundidad humana y espiritual.
Constatamos carencia de profeLsmo, tanto dentro como fuera de la Iglesia, y de hacerlo con verdad y sin discursos absoluLstas. Ocurre tristemente que quienes hablan se convierten en vícLmas por la incomprensión y el señalamiento de manera que al final los hermanos audaces terminan siendo aislados. Se percibe demasiada complacencia y silencio. Reconocemos que la “teología bauLsmal” que impulso el Concilio VaLcano II base de la corresponsabilidad en la misión, no ha sido suficientemente desarrollada, por tanto , la mayoría de los bauLzados no sienten una plena idenLficación con la Iglesia y menos corresponsabilidad misionera. los liderazgos en las actuales estructuras pastorales, así como la mentalidad de muchos Presbíteros, no favorecen dicha corresponsabilidad.
Desde hace Lempo vemos con claridad la exigencia de superar la “pastoral de conservación”, para avanzar hacia una auténLca “Iglesia en salida misionera”, asumiendo los riesgos que esto conlleva. Sin embargo, ahora percibimos también un grado de secularización de muchos católicos, falta de conversión y de educación en la fe, de formación y capacitación.
Vemos necesario pasar de “eventos pastorales” a “procesos de vida crisLana”, para evitar el agotamiento propio del acLvismo que no da frutos. Este acLvismo se ha converLdo en causa de un “extravió pastoral” que nos impide ver, con claridad, haca donde vamos.
ULlizamos deficientemente las nuevas tecnologías de comunicación para el dialogo ad extra o para parLcipar en el debate público. Las usamos mas para informar y no para verdaderamente dialogar. Y es que, en el fondo, no nos hemos formado para ser abiertos y dialogantes con el mundo. Reconocemos que nos ha faltado apertura, humildad, confianza, cercanía, atención, calidez y, en un apalabra, “espiritualidad para el dialogo”, pues no se trata solo de una técnica o procedimiento, sino de una forma de ser y actuar.
Reconocemos que no ha exisLdo una formación para la aceptación de otras denominaciones religiosas, que favorezca la apertura al ecumenismo.
Constatamos que no está siendo fácil disminuir y menos terminar con el “clericalismo bilateral” es decir, con las conductas clericalistas de parte de la jerarquía, pero también de parte de los mismos laicos. Se confunde “autoridad” con “poder”, “servir” con “servirse o aprovecharse”. Se percibe en México una especie de “anLclericalismo social, cultural y políLco”, que relega la acción de la jerarquía católica al Templo y al fuero interno.
En el ejercicio del discernimiento, entre mayor parLcipación, mayor riqueza, mayor el senLdo de pertenencia y de compromiso para la acción. Muchas veces, la conclusión de un ejercicio de discernimiento llega en concreto, al momento de tomar decisiones y este momento queda, todavía en las solas manos de la jerarquía, por lo que se hacen a un lado a sacerdotes, religiosas y laicos.
Parece no exisLr plena conciencia de la transparencia y la rendición de cuentas, como elementos que ayudan a corregir las malas prácLcas. Culturalmente no ha entrado esa exigencia a nivel social y menos a nivel eclesial. Hoy todavía no se percibe la necesidad y la uLlidad de “accountability” (rendición de cuentas amplio y sustentado) en la Iglesia.
Los caminos de la sinodalidad son incipientes en la mayoría de los fieles, comenzando por las dificultades en comprender el término mismo que, para la mayoría, suena a una cuesLón novedosa de la que no se tenía experiencia. Se constatan todavía hoy conductas sectarias, excluyentes y autoritarias que impiden ir a fondo en el espíritu de la Sinodalidad.
Esta fase Diocesana nos ha invitado ser mas humildes, pero también a soñar con una Iglesia que efecLvamente camine junta; a realizar una pastoral mas sinodal; a escuchar cada vez mas, no como moda pasajera, a incorporar de una mejor manera a todos los que forman parte de ella, pero comenzando por los mas alejados; a generar un dialogo abierto y franco que nos lleve a descubrir nuevas voces para discernir mejor lo que nos pide el Espíritu hoy.
1.2.3. Nuestros obispos concluyen anotando la invitación del Espíritu a:
Crear nuevas prácLcas sinodales, es decir abrir nuevos caminos de comunicación y acompañamiento. Generar confianza. Buscar formas de acercamiento con jóvenes, abuelos, divorciados, hermanos separados, agnósLcos o ateos, políLcos, empresarios , miembros de las de “tribus urbanas”, personas con diferentes preferencias sexuales, discapacitados, migrantes, enfermos, personas en situación de calle y hasta con delincuentes y miembros de organizaciones criminales. Promover la escucha atenta en las parroquias. Realizar opciones en favor de la dignidad humana, los pobres, los indígenas, por la jusLcia, la verdad, el amor y la paz, para contribuir, desde la evangelización a reconstruir el tejido social tan dañado.
Renovar nuestras celebraciones sobre el Misterio de la Salvación, cuesLón que exige formación sólida y consistente, así como buscar una revitalización de la liturgia. Ante el desanimo social, debemos fomentar una espiritualidad profunda y esperanzada. Trabajar la vinculación con asociaciones e insLtuciones del ámbito social y cultural.
Promover el diálogo ecuménico (e interreligioso) que impulsa la Iglesia. Escuchar y atender a todas las voces en su verdad, dejando de lado toda forma de división, prejuicio y estereoLpo.
II. IDENTIDAD SACERDOTAL EN ESTE TIEMPO POST-PANDEMIA
2.1. SACERDOTES LLAMADOS A LA SANTIDAD, MIRAR ALTO.
El Papa Francisco anota de manera directa: “Dios nos quiere santos y no espera que nos conformemos con una existencia mediocre, aguada, licuada. En realidad, desde ls primeras páginas de la Biblia está presente, el llamado a la san3dad. Así se lo proponía el Señor a Abraham: “Camina en mi presencia y sé perfecto” (Gen. 17,1)”. 5
San Pablo nos ayuda siempre a recordar la belleza y riqueza de la vocación que hemos recibido primero como crisLanos y luego como ministros colaboradores de Dios.“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos ha bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los cielos en Cristo; por cuanto nos ha elegido en él antes de la fundación del mundo, para ser santos e inmaculados en su presencia en el amor…” (Ef. 1,3-14; cf. 1Cor 1,4).
San Juan Pablo II proponía no solo la sanLdad personal, no dudó en decir que la perspecLva en la que debe situarse el camino pastoral es el de la “pastoral de la sanLdad”. 6
La navidad nos han recordado nuestra vocación a la sanLdad de otra manera tal vez mas radical. En la oración colecta del día de navidad hemos orado con toda la iglesia: “Dios nuestro que de modo admirable creaste al hombre a tu imagen y semejanza, y de modo más admirable lo elevaste con el nacimiento de tu Hijo, concédenos par3cipar de la vida divina de aquél que ha querido par3cipar de nuestra humanidad” (oración colecta). Los textos patrísLcos en los días de navidad nos recuerdan esta profunda verdad que se puede sinteLzar en lo que afirma San Atanasio: “Pues de la unión ín3ma y estrecha del Verbo con el cuerpo humano se siguió un inmenso bien para el cuerpo de los hombres, porque de mortal que era llegó a ser inmortal, de animal se convir3ó en espiritual y, a pesar de que había sido plasmado de 3erra, llegó a traspasar las puertas del cielo” (año nuevo).
La afirmación bíblica mas contundente en este tema la encontramos en 2Pe 1,4: “Por la gloria y virtud de Cristo, nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hiciérais parWcipes de la naturaleza divina, huyendo de la corrupción que hay en el mundo por la concupiscencia”. Aquí esta uno de los apoyos de la doctrina de la “deificación” entre los Padres griegos 7.
Como podemos ver la gran tarea es llegar a la plena madurez de Cristo. Alcanzar la estatura de Cristo (Ef. 4,13). En realidad esto es un don divino aunque supone también “trabajar con sumo cuidado de nuestra parte” (cf. Fil. 2,12)
Todo cristiano esta llamado a participar del ser divino del Hijo. Los padres no se cansan de repetir “el Hijo se ha humanado para que el hombre fuera divinizado”. Asi lo propone San Agustín: “Dios quiere hacerte dios, no por naturaleza, como lo es aquel a quién engendró, sino por gracia, mediante la adopción. Del mismo modo que El al hacerse hombre participó de tu mortalidad, así te hace a ti, exaltándote, participe de su inmortalidad”.
Hoy no es fácil hablar de sanLdad-divinización. Es un tema que conocemos, pero tal vez nos parece inalcanzable, no se diga si ya tenemos camino andado y una y otra vez nos hemos topado con nuestra resistencias o inconsistencias. Lo mas grave es lo que nuestros obispos confiesan: “…pareciera que nosotros los Obispos, y con nosotros muchos cris3anos, somos los primeros que no acabamos de creer nuestra confesión de fe, no se nos nota la Redención, no vivimos de acuerdo con nuestra condición de redimidos… ¿Acaso no parecemos ser nosotros los primeros en confirmar, con nuestra mediocridad y desesperanza, el grito de quienes proclaman un mundo irredento?”.8
Y sin embargo, allí esta siempre el llamado a participar de la vida en Dios, su divinidad, a buscar la perfección evangélica, a vivir a fondo y plenitud la configuración con Jesucristo. Sabemos que estamos llamados a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo pastor, siguiendo su estilo de vida y siendo una transparencia suya, representación sacramental de Jesucristo en medio del rebaño que se nos ha confiado 9.
2.2. SACERDOTES, ÍCONOS DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD.
Si asumimos que la vocación del creyente es participar de la divinidad de Dios, nos ayuda pensar en lo que nos propone la Iglesia: “La identidad sacerdotal, como toda identidad cristiana, tiene su fuente en la santísima Trinidad… Por ello la eclesiología de comunión resulta decisiva para descubrir la identidad del presbítero, su dignidad original, su vocación y su misión en el pueblo de Dios y en el mundo” (PDV. 12).
El tiempo que vivimos de emergencia sanitaria fue un tiempo extraordinario que nos permitió experimentar y reflexionar las raíces de nuestro ministerio. Tal vez el “no poder hacer mucho” en esos días, fue una experiencia providencial porque nos hizo conscientes que el “poder hacer algo” no viene de nosotros sino que nos viene de Otro, el mismo que nos concede la vida y nos ha elegido para colaborar en su obra. En realidad pertenecemos a Otro, llamados siempre a ser transparencia de Jesucristo para hacer de nuestra existencia signo del misterio pascual de Cristo, para que “mientras en nosotros actúa la muerte, la vida del Señor se manifieste en nuestras comunidades” (2Cor. 4,7-12; Rom. 14,8; PDV 15).
Este tiempo puede ser oportunidad y gracia, tiempo vivido como “kairos” en el cual Dios se revela e impulsa a vivir con creatividad, iniciativa y apertura. Podemos vivirlo asi, alimentando nuestro “ser” con el sentido sacramental de nuestro sacerdocio que no esta necesariamente en hacer muchas cosas, sino en ser “representación sacramental de Jesucristo cabeza y pastor”, hasta el don total de nuestras vidas con iniciativas y formas nuevas, en el cuidado amoroso del rebaño que el Señor nos ha encomendado (cf. PDV 15).
Profundizando el sentido trinitario de nuestro ministerio, como sacerdotes somos invitados a hacer presente a Dios uno y trino, signos de comunión y dialogo entre nosotros y con nuestras comunidades y profundizando nuestro ser de hermanos, educadores en la fe, llamados a la santidad “para ser aptos instrumentos al servicio de todo el Pueblo de Dios” (PO 3; 6; 9; 12).
Las Palabras de San Juan Pablo II, en realidad nos recuerdan que el misterio de la Santísima Trinidad es el fundamento que une lo personal y lo comunitario y da un sentido último a todo. La imagen de Dios Uno y Trino a la vez se erige en única norma de toda existencia cristiana. La Trinidad es imagen conductora de los hombres, comunidad de amor mutuo, unidad de todas las personas en una sola naturaleza recapitulada en Cristo.
El dogma enuncia Tres personas y una sola naturaleza. Tres personas consustanciales representan la unidad absoluta y la diversidad absoluta. Están unidas no para confundirse sino para contenerse mutuamente. Cada Persona es una forma única de contener la esencia idéntica, de recibirla de las Otras, de darla a las Otras, y así de presentar a las Otras. “Un solo Dios porque hay un solo Padre”, según este axioma patrístico en un eterno movimiento de amor, el Padre-Fuente presenta las personas del Hijo y del Espíritu y les da lo que El es.
Nos ayuda contemplar y buscar comprender lo que mueve el corazón de Dios. Nuestra fe ha de introducirnos en aquello que mueve a nuestro Padre Dios junto con su Hijo Jesucristo y el Espíritu Santo y reproducir en nosotros este “dinamismo”. El sueña el mundo como una gran familia, animada por su Espíritu, donde reine la comunión, el diálogo, la dependencia, dinamismo de la comunión-familia: Porque Dios ha iniciado todo con su Palabra creadora y ha infundido con su aliento la vida en la humanidad.
Jesucristo, Hijo del Padre, nos revela que “él no hace nada por su cuenta, sino que nos enseña lo que ha aprendido y contemplado de su padre” (Jn. 8,42), de igual manera al prometernos el Espíritu Santo nos anuncia que Él solo nos recordará lo que Jesús nos ha enseñado en su evangelio y nos acompañara siempre hasta el fin de los tiempos.
Dios Padre, además de revelarse como familia-comunidad se nos da a conocer como un Dios “en movimiento”, animado siempre por el dinamismo de “salida”. El no vive para sí, sino para los demás, saliendo al encuentro de la humanidad para liberarla. Lo aprendemos también de Jesús, en su movimiento de descenso. En la medida en que salimos fuera nos damos cuenta que realizamos mejor nuestras posibilidades y vivimos a plenitud.
San Juan nos ayuda también a contemplar a Jesús como quien todo lo recibe del Padre: la gloria, el mandato por realizar, el ritmo de su vida lo determina el Padre en tiempo y hora; el amor-comunión y el mandamiento que Jesús propone a los suyos, lo ha recibido del Padre, incluida también la realidad dolorosa de la pasión. Los discípulos son un don del Padre (Jn. 17). Tal vez esto explica porque Jesús habiendo recibido todo del Padre, puede donarse y entregarse hasta el extremo, no se apropia de nada. Él se ofrece como Don a sus hermanos, que otorga vida y vida en abundancia, en realidad es la vida del Espíritu la que Jesús comunica: “Todo está cumplido. E inclinando la cabeza entregó, el espíritu” (Jn. 19,30; 4,34; 10,18). Es sorprendente como para San Juan, en el misterio de la cruz-muerte de Jesús, se une la voluntad del Padre, el don del Hijo y la efusión del Espíritu Santo.
“Yo y el Padre somos uno” (Jn. 10,30), La relación Padre-Hijo nos ayuda a contemplar el conocimiento que el Hijo tiene del Padre, la fuente de su relación y el dinamismo de su caridad, que finalmente se fundamenta en el Padre Dios.
San Atanasio escribe: “en la Iglesia se predica un solo Dios, que lo trasciende todo, lo penetra todo y lo invade todo. Lo trasciende todo, en cuanto Padre, principio y fuente; lo penetra todo, por su Palabra; lo invade todo, en el Espíritu Santo”. El misterio de Dios uno y trino se nos presenta asi como fundamento y principio de la vida cristiana. Oremos para que el Padre nos permita experimentar su misericordia y pasión por el mundo, que su Palabra- Jesucristo penetre y llegue al fondo de nuestro corazón y su Espíritu invada y acompañe todo lo que vivimos y realizamos. Que Dios uno y trino nos contagie con su dinamismo de comunión, diálogo, caridad y misión para colaborar con él en su sueño de humanidad Nueva 10
“Es éste el momento de que tomen conciencia más seria de las raíces teologales de su ministerio presbiteral. Para que el mundo crea, los sacerdotes tienen que ser hoy más que nunca hombres de la Trinidad”.11
2.3. SACERDOTES CON LOS OJOS FIJOS EN JESUS
Vale la pena re-leer la carta a los Hebreos. Nos presenta de manera original el camino de Jesús para ser consLtuido Sumo y Eterno Sacerdote. Alli se nos recuerda también la necesidad de estar atentos porque siempre hay posibilidad de claudicar, retroceder o abandonar aquello que creemos ya conquistado: “Sobre este par3cular tenemos mucha cosas que decir, aunque di`ciles de explicar, porque os habéis hecho torpes de oído. Pues debiendo ser ya maestros en razón del 3empo, volvéis a tener necesidad de ser instruidos en los primeros rudimentos de los oráculos divinos, y estáis necesitados de leche en lugar de manjar sólido. Pues todo el que se nutre de leche desconoce la doctrina de la jus3cia, porque es niño. En cambio, el majar sólido es de adultos; de aquellos que, por la costumbre, 3enen las facultades ejercitadas en el discernimiento del bien y del mal” (5,11-14). El autor anota varios signos que denotan desaliento en la comunidad desLnataria (3,12; 4,1; 10,25). Ante esta realidad recomienda “hacer memoria” del camino recorrido (10,32; 11), la mayor recomendación es “tener los ojos fijos en Jesús” , contemplarlo a Él para que no desfallecer faltos de ánimo”.
La gran consigna es “volver a Jesús”, “fijar nuestra mirada en Él” a fin de recuperar aliento, inspiración, gracia. Nuestros obispos anotan: “No podemos cansarnos de repe3r que Él es nuestra verdad y la verdad que tenemos para comunicar al México de hoy. ¡Hay que volver a Jesús! ¡Hay que conocerlo como si fuera la primera vez que oímos hablar de Él! ¡Hay que recuperar sus palabras como buenas y como nuevas!…”12
Contemplando el deseo de Dios, que en su Hijo que se ha humanado desea hacernos parLcipes de su divinidad, nos preguntamos, ¿cuál es el camino que Jesús ha recorrido para conducirnos a la plenitud y hacernos parbcipes de su divinidad?
El autor de la carta a los Hebreos lo resume diciendo: “Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación” (2,10).
Nos sorprende el camino elegido por el Padre Dios y asumido por Jesús. Notemos que Jesús es “perfeccionado” mediante el sufrimiento. Este es un concepto que el autor repite en la carta en relación a Jesús (cf. 2,10; 5,9; 7,28). El autor urge a sus lectores a la “madurez-perfección” (5,11-6,1) e invita a fijar la mirada en Cristo “perfeccionador” de la fe (12,2).
El autor afirma que Jesús “fue perfeccionado mediante el sufrimiento”, pero ¿puede alguien ser perfeccionado, alcanzar perfección por medio del sufrimiento, del dolor?
El término “perfeccionar”, en griego, es rico en significados: “llegar a, o alcanzar un fin”, “terminar, concluír”. También puede significar el acto de traer algo o alguien a un estado de integridad o perfección, es decir “hacer completo y perfecto”. En realidad la perfección en sentido bíblico es vivir a plenitud, hasta el final, de manera extrema y radical la vocación y misión encomendada, aun cuando suponga renuncias y sufrimiento, asi lo ha vivido Jesús. Ciertamente incluye “el sufrimiento de muerte”, que es el fundamento de su exaltación (2,9), implica también, la totalidad de su experiencia de encarnación, a través de la cual el llegó a ser “un sumo sacerdote fiel y misericordioso” (2,17), en particular sus sufrimientos, que lo han “capacitado” para ayudar a los que son “probados” (2,18).
La perfección de la que habla el texto biblico, no tiene nada que ver con un sentido moral de perfección que es algo que normalmente nos suscita este término.
Nuestros obispos anotan que toda la vida de Jesús es un referente para nuestra existencia, toda su vida es redentora: desde el pesebre, su familia, Nazareth, sus pasiones y acciones en favor de construir la humanidad nueva, el Reino de Dios hasta su pasión, muerte y resurrección13. Por esto hemos de estar contemplando, aprendiendo a vivir nuestro ministerio, cada día desde Jesús y en él.
Jesús se ha puesto en movimiento saliendo de sí mismo. Estando en comunión con el Padre no se ha aferrado, ni codició el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo, ha venido a nuestro encuentro y ha puesto su morada entre nosotros asumiendo nuestra condición humana. Su vida pública ha sido un permanente salir al encuentro de los hombres anunciando el evangelio del Reino, especialmente a los mas pobres y necesitados. San Pedro resume el ministerio de Jesús como quien “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Jn. 1,14; Hech. 10,38; Fil. 2,6s).
Sabemos que todo esto lo vivió no sin dificultad y resistencias, los evangelios son tesLmonio vivo del camino del Señor: “vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”. El autor de la carta a los Hebreos plantea de manera original este camino cuando afirma que Jesús, “habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarlo de la muerte, fue escuchado por su ac3tud reverente, y aun siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia y llegado a la perfección se convir3ó en causa de salvación eterna…” (5,7-10). Es muy original la manera como el autor subraya los rasgos de la humanidad de Jesús: su vida mortal, sus ruegos y súplicas, sus gritos y lágrimas, su reverencia ante el Padre. El camino de aprendizaje y obediencia.
El autor propone que lo central no es subrayar la singularidad de los logros de Cristo. El perfeccionamiento de Cristo “por el sufrimiento” ofrece un modelo para el discipulado cristiano. Ellos en medio de sus dificultades pueden tener la certeza de su victoria, si ellos comparten su fe y manifiestan la misma calidad de perseverancia ante la hostilidad y el sufrimiento y recorren su mismo camino. (10,19s; 12,1s).
Hemos dicho antes que en Jesucristo “Dios se ha humanado para que el hombre sea divinizado”. Jesús ha recorrido todo un camino y un proceso progresivo desde su preexistencia, su camino de encarnación y comunión con la humanidad hasta su exaltación. Al discípulo le corresponde seguir a Jesús “cada día” (cf. Lc. 9,23), ir por donde él va, buscar vivir sus misterios, y dejarse enseñar por él.
a) DISCÍPULOS DE JESÚS EN EL SILENCIO DE BELÉN Y NAZARET.
El misterio de la Encarnación, del Pesebre no se puede reducir a un tiempo litúrgico, a una festividad. Allí encontramos toda una escuela y dinamismo existencial que siempre nos puede enseñar a vivir nuestra identidad como seguidores de Jesús y ministros de su gracia.
El pesebre nos habla de manera extrema del “anonadamiento” de nuestro Dios. No ha escatimado nada. ¿Cómo es posible que nuestro creador se haya hecho creatura? ¿que el que es omnipotente haya querido descender a una debilidad y vulnerabilidad extremas? ¿Cómo es posible que aquel que es la Palabra se haya reducido al silencio en Nazaret?
Jesús niño en el pesebre lo encontramos vulnerable, frágil, dependiente, pequeño, pobre. No es raro que demos mayor importancia a la llamada “vida pública” de Jesús. No obstante, la experiencia humilde de la familia de Jesús es también reveladora del misterio Divino.
El Señor Jesús no ha escatimado en entrar en el anonimato, en el silencio, en el “dejarse conducir”, en el hacer camino de “aprendizaje” y “proceso de crecimiento”: “Y aun siendo Hijo, por los padecimientos aprendió la obediencia” (Heb. 5,8; cf. Lc. 2,52).
“Nazaret es la escuela donde se inicia el conocimiento de su Evangelio. Aquí aprendemos a observar, a escuchar, a meditar, a penetrar en el sentido profundo y misterioso de esta sencilla, humilde y encantadora manifestación del Hijo de Dios. Aquí se aprende incluso, quizá de una manera casi insensible, a imitar esta vida. Su primera lección de Nazaret es el silencio…Silencio de Nazaret enséñanos el recogimiento y la interioridad… Se nos ofrece además una lección de vida familiar. Que Nazaret nos enseñe el significado de la familia, su comunión de amor, su sencilla y austera belleza, su carácter sagrado e inviolable… Finalmente, aquí aprendemos también la lección del trabajo. Nazaret, la casa del hijo del artesano: cómo deseamos comprender más en este lugar la austera pero redentora ley del trabajo humano y exaltarla debidamente…” 14
Jesús lleva en Nazaret una vida oculta, monótona; la propia del hijo del carpintero (Mt. 13,55), y carpintero él mismo (Mc. 6,3) durante largos años; vive como la mayoría de la humanidad; su vida es la vida de un hombre que no descuella, es un vecino más, uno de tantos (Fil 2,7). El aprendió en la escuela de la vida, sacó de la vida del campo y de la población la mayoría de sus ejemplos para sus parábolas y sermones.
En Nazaret aprendió Jesús la dureza de la vida, una vida de campesinos que siembran pero cosechan poco, que ven cómo la cizaña se mezcla con el trigo; una vida de hombres que dicen y no hacen, que prefieren enterrar sus talentos antes que hacerlos rendir, que no son precavidos. Y sin embargo, Jesús en Nazaret no experimentó la amargura o la decepción, sino que sintió la cercanía del Padre que hace llover sobre buenos y malos, que perdona al hijo pródigo, que busca a la oveja perdida, que hace crecer la semilla de noche y de día.
Nazaret nos habla de lo cotidiano, lo ordinario, el trabajo, la red de relaciones personales, familiares, vecinales, económicas, religiosas, políticas, laborales, que teje la existencia diaria del ser humano. La cotidianidad emerge ante nuestros ojos como una experiencia radical que enlaza, más allá del espacio y del tiempo, la vida de Jesús de Nazaret con nuestra vida diaria.
Normalmente damos mas importancia a lo extraordinario y relevante, sin embargo el misterio de Nazaret nos hace volver nuestros ojos y atención aquello que es “común y corriente”, la vida cotidiana caracterizada por la monotonía y rutina, la vida de Jesús asumida desde la condición de Siervo y en el silencio y anonimato de Nazaret nos ayudan a pensar que la salvación atraviesa los lugares opacos y aparentemente insignificantes que constituyen la vida humana15. En la marginación del pesebre, en el silencio y cotidianidad de Nazaret, en la rutina de los quehaceres y relaciones humanas, Dios en su Hijo Jesucristo, estaba también revelándose, salvando el mundo e imprimiendo un sentido mas profundo a la existencia.
Meditemos cómo esta cercanía filial con su Padre, el Abba, experimentada en Nazaret, le dio valentía profética para anunciar el sueño de Dios, un Reino que no se basa en la riqueza ni en el honor, ni en el poder, sino en el olvido de sí, en el servicio desinteresado a los demás especialmente a los más pobres y excluidos, que hace que uno no se apoye en sí mismo, sino que confíe en la misericordia entrañable del Padre de todo, en sus designios.
Nazaret constituye un lugar teológico y hermenéutico privilegiado para comprender la historia de la salvación. Nazareth incluye a los pobres de espíritu, a los humildes a los diferentes por su lengua y mentalidad; implica a María, la mujer sencilla de Nazaret, que cuenta con José, el carpintero y hombre fiel; Nazaret presupone la presencia salvífica y vivificadora del Espíritu que actúa en María y dirige toda la vida de Jesús; Significa la vida y el estilo sencillo de Jesús de Nazaret, el que muere en la cruz con la inscripción de “Nazareno” y resucita convocando a sus discípulos en Galilea. En el Pesebre y Nazaret Jesús inicia su ministerio de Salvación, su buena noticia que hoy sigue congregando y enseñando los caminos que Dios elige para revelar su misterio.
La Pandemia nos puso de frente ante la soledad, el “no poder hacer nada”, el estar recluidos, el experimentar fragilidad y vulnerabilidad. Tambien nos hizo mas presentes nuestras ruLnas y lo coLdiano a nosotros sacerdotes que en un momento celebrabamos la eucarisba solo para nosotros, aun cuando la pudieramos comparLr por algunos de los medios. Y sin embargo, tambien alli, en la pobreza de nuestra experiencia de ese Lempo nos dimos cuenta que de alguna manera la vida de Jesús estuvo también marcada por el anonimato, el silencio, la soledad, alli pudimos constatar como desde esa condición estamos también llamados “a prolongar la presencia de Cristo, único y supremo pastor, siguiendo su es3lo de vida y siendo como una transparencia suya…”16
b) DISCÍPULOS DE JESUS EN EL ANUNCIO DEL REINO.
El Concilio nos recuerda algo decisivo que configura nuestra vida sacerdotal: “El Pueblo de Dios se congrega primeramente por la palabra de Dios vivo, que con toda razón es buscada en la boca de los sacerdotes. En efecto, como quiera que nadie puede salvarse si antes no creyere, los presbíteros como cooperadores que son de los Obispos, 3enen por deber primero el de anunciar a todos el Evangelio de Dios, de forma que, cumpliendo el mandato del Señor: Vayan por todo el mundo y lleven la buena nueva a toda criatura, formen y acrecienten el Pueblo de Dios” 17.
En realidad el presbítero esta llamado a seguir a su maestro, “evangelio de Dios, que ha sido el primero y el más grande evangelizador. Lo ha sido hasta el final, hasta la perfección, hasta el sacrificio de su existencia terrena”18.
Al leer el evangelio con atención nos damos cuenta que Jesús, después de los treinta años vividos en Nazaret, inicia su ministerio entre la gente con mucho entusiasmo. Lo hace desde la sinagoga en su pueblo natal (Lc. 4,16ss); va por la ribera invitando discípulos y contagiando con su Palabra y sus signos. Lo hace de manera incansable recorriendo pueblos y aldeas. De Nazaret se va a Cafarnaúm (Mt. 4,13). Recorre pueblos y ciudades predicando y curando (Mt. 9,35), su palabra se complementa con sus curaciones y milagros. Predica todos los días (Lc. 21,37; 19,47) y lo hace de manera permanente ante grupos y mulLtudes a veces sin que quede Lempo para comer (Mc. 6,31). El anuncia y ofrece las buenas noLcias del Reino, pero el Mismo es Palabra por excelencia, evangelio, buena noLcia y salvación para su pueblo.
En el corazón del Evangelio del Señor esta el anuncio del Reino de Dios “tan importante que, en relación a él, todo se convierte en “lo demás”, que es dado por añadidura. Solamente el Reino es, pues, absoluto y todo el resto es rela3vo. El Señor se complacerá en describir de muy diversas maneras la dicha de pertenecer a ese Reino, una dicha paradójica hecha de cosas que el mundo rechaza: las exigencias del Reino y su carta magna (Mt 5-7), los heraldos del Reino (Mt 10), los misterios del mismo (Mt. 13), sus hijos Mt 18), la vigilancia y fidelidad requeridas a quien espera su llegada defini3va (Mt. 24-25)” 19
La desaparición de personas de diferentes edades y sexo, que como escribe un amigo, hermano de un joven desaparecido es una “herida abierta”20. La muerte de los padres Jesuitas Javier Campos y Javier Mora puso en evidencia una realidad que ciertamente no se reduce al crimen de dos personas que por ser sacerdotes trasciende y es moLvo de denuncia y reflexión; La fuga de Ernesto Alfredo Piñon alias “el Neto” junto con 29 internos el 1 de enero de este año puso ante la mesa un realidad que no nos es ajena. La detención del Sr. Ovidio Guzmán López al inicio del año con las reacciones de parte de sus cómplices en donde gente inocente fue afectada (con robo de sus carros, incendio de unidades y balacera en el aeropuerto de donde despego el avión que llevó preso a Ovidio), hechos de los que desafortunadamente tampoco somos ajenos con ataques a Lendas de convivencia en el mes de agosto 2022, hacen palpable lo que ya nuestros obispos habían escrito: “situaciones que son un verdadero calvario para personas, familias y comunidades enteras, en una espiral de dolor a la que por el momento no se le ve fin. Muchos pueblos en nuestro país experimentan constantemente la inseguridad, el miedo, el abandono de sus hogares y una completa orfandad por parte de quienes 3enen la obligación de proteger sus vidas y cuidar sus bienes. Tal parece que esta situación de violencia ha rebasado a las autoridades en muchas partes del país…Esta sociedad que tendría que ofrecer a todos los ciudadanos las condiciones necesarias para vivir con dignidad, está dañada y es necesario que todos como miembros de ella tomemos conciencia de esta realidad y nos hagamos responsables, para que pueda cumplir como un espacio de vida digna para todos sus miembros…. las cifras de escándalo que nos dan en estos tres campos: corrupción, impunidad e ilegalidad, nos llevan a encender los focos rojos y a trabajar por la transparencia de las ins3tuciones. Nuestro país no aguanta…” 21.
Tendríamos que hablar de otras realidades pero basta agregar una que es un drama que se vive de manera parLcular en nuestras fronteras (sur y norte), si bien esta presente en todo el país, me refiero a la presencia de migrantes, un fenómeno nunca visto, signo de nuestro Lempo puesto que no solo lo vemos en México, sino también en Europa. Grandes flujos de migrantes que buscan entrar en lo países del norte a cualquier costo, aun el de la Muerte.
En abril 2019 una noLcia daba cuenta de este drama afirmando que “México enfrentaba un inédito fenómeno migratorio: según datos oficiales, entre enero y marzo más de 300.000 personas habían cruzado el país de forma irregular con rumbo a Estados Unidos” 22.
En Octubre 2022 nuestra frontera de Cd. Juárez se distinguió por la llegada de una gran cantidad de personas llegadas de Venezuela. Antes había sido de haitianos (2021-22), si bien el rostro de los migrantes también era centroamericano y sudamericano (Ecuador, Perú, Colombia). En Diciembre 2022, en el segundo fin de semana, más de 7 mil 300 migrantes cruzaron por Ciudad Juárez en tres días (10-12 Dic) hacia El Paso, Texas. El Paso declaro una emergencia ante la presencia de este numero de migrantes y podemos imaginar lo que esto ha significado para Ciudad Juárez.
La Iglesia ha buscado responder dentro de sus posibilidades junto con instancias del gobierno o gente de buena voluntad, pero en realidad estamos rebasados y lo ideal seria una respuesta organizada, ecumenica, social, con la coordinacion de voluntades e Instituciones.
Es en esta realidad donde somos llamados a anunciar el Evangelio de la alegría y de las bienaventuranzas. El Reino de Dios que nos provoca e incita a creer y esperar, a trabajar y construir la nueva humanidad iniciada por Jesús.
“Jesús anunciaba otro mundo posible al que, con el lenguaje de su cultura, llamaba “Reinado de Dios”; y lo anunciaba desde la seguridad del amor de Dios. Ese otro mundo posible implica una inversión de la riqueza en igualdad y solidaridad, una conversión del poder en servicio y fraternidad, y una liberación de todas las ataduras. Jesús sabe, además que la marcha hacia ese otro mundo es un ascenso lento y diecil y su entrada una “puerta estrecha”. En todo esto, Jesús aparece con una convicción muy profunda: la acción de Dios suele comenzar desde lo poco, lo pequeño, lo residual, para que, desde esa poquedad, fermentar toda la masa”.23
El anuncio del Reino de Dios, ese Reino que como hemos dicho es el “absoluto, todo el resto es relaLvo” es el corazón de nuestra vida, nuestra predicación, la realidad a construir y estructurar con todo lo que implica en valores y opciones. Es este Reino por el que Cristo vivió con pasión, entrego su vida y del que bellamente dice la oración: “Porque has ungido con el óleo de la alegría a tu Hijo único, nuestro Señor Jesucristo, como Sacerdote eterno y Rey del universo, para que, ofreciéndose a sí mismo como vícLma perfecta y pacificadora en el altar de la cruz, consumara el misterio de la redención entera, entregara a tu majestad infinita un Reino eterno y universal: Reino de la verdad y de la vida, Reino de la sanLdad y de la gracia, Reino de la jusLcia, del amor y de la paz” 24
El anuncio del Reino en medio de nuestras parroquias, ha de ser una opción renovada y asumida con convicción y profeLsmo. Centro de la formación para nuestros animadores y servidores. La fidelidad a nuestra vocación como discípulos de Jesús y la complejidad de nuestra realidad nos lo demanda.
c) DISCÍPULOS DE JESUCRISTO, HERMANO SOLIDARIO.
Hemos anotado sobre la realidad de nuestro pueblo, una condición que “clama al cielo” y que toca a nuestra puerta ante todo las víctimas de la violencia, desaparición, muerte en nuestras ciudades los migrantes, los pobres. Los obispos al recoger un poco esta realidad anotaban: …La Iglesia no camina “codo a codo”, armonizando sus pasos con el resto del pueblo, que más bien parece haber dos historias que por momentos no se tocan: la eclesial y la civil. …sentimos el llamado a abrirnos a salir a encontrarnos con otros, a establecer un diálogo fraterno a mostrar humana, a tratar a los demás como Jesús los Trataría”
El Concilio Vaticano invitaba al sacerdote a cualificar nuestro trato al afirmar: “… para la edificación de la Iglesia, los presbíteros han de tratar con todos, a ejemplo del Señor con excelente humanidad. Deben portarse con ellos no de acuerdo con los principios de los hombres, sino conforme a las exigencias de la vida cristiana, enseñándoles y amonéstandolos también como a hijos carísimos, según las palabras del Apóstol: Insiste con ocasión y sin ella, reprende, ruega, exhorta con toda paciencia y doctrina” (2Tim 4,2)
Sabemos tambien que el Concilio de manera directa propone que los presbíteros “son hermanos entre hermanos” y junto con todos los fieles “discípulos del Señor”. Llamados a vivir en “intima fraternidad sacramental” con sus hermanos todos “conspiran a un mismo fin, la edificación del Cuerpo de Cristo” 25. La vida fraterna es una asignatura pendiente y necesitada de mucho trabajo entre nosotros y en el trato con los laicos.
Por esto vale la pena volver nuestros ojos a Jesús y seguir aprendiendo de Él. La carta a los Hebreos nos presenta a Jesús como quien gustó la muerte para bien de todos (2,9); guía que va al frente conduciéndonos (2,10); hermano (2,11); “probado en todo para ayudarnos en nuestras pruebas” (2,18); solidario en nuestras lágrimas y súplicas a Dios, en el sufrimiento (5,7-8); intercesor (7,25; 9,24); se ofreció a sí mismo por el pueblo (7,27); mediador (9,15). Sabemos que los Evangelios nos lo presentan como también como hermano, amigo, buen pastor dispuesto a dar la vida…
Cada una de estas cualidades en Jesús podríamos desarrollarlas y abundar en ellas. Con todas estas expresiones subrayamos la calidad de Hermano que tenemos en él. Aunque en toda la carta resalta esta característica de la solidaridad de Jesús con sus hermanos los hombres, bastaría detenernos en 2,5-18, porque parece proponernos mejor este rasgo. Contemplemos el proyecto o intención de “Aquel por quien es todo y para quien es todo” (2,10), Él desea conducir a “muchos hijos a la gloria”. Esto se realiza “perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a conducirlos a la salvación”. Este “guía” va a recorrer un camino histórico, real, que podemos calificar con los términos de “fraternidad solidaria”.
Jesús es un hombre, un ser mortal. Ha padecido la muerte. Ha “gustado” la muerte por todos. Santificador y santificados tienen todos el mismo origen, tienen un mismo Padre. El no se avergüenza de llamarnos hermanos. Comparte la sangre y la carne, compartió éstas para reducir a la impotencia al diablo y liberar a sus hermanos. tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos. Habiendo pasado él la prueba del sufrimiento puede ayudar a los que son Probados.
El autor de la carta no ha puesto límites, ni reparo para ayudarnos a captar la fraternidad de Jesús con la humanidad. Porque, en el fondo, lo que está implicado en esta descripción es la solidaridad: “todos tienen el mismo padre”; “compartir la misma carne y la misma sangre”; “tuvo que asemejarse en todo a sus hermanos”…Jesús por tanto, participa plenamente de la condición humana. Esta presentación que se nos hace, se ampliará y matizará en otros momentos, en los que aprenderemos que Jesús es capaz de compartir todas nuestras flaquezas, porque ha sido probado (tentado) en todo, no obstante, sin caer en pecado (4,15). Por eso ha sido constituido gran sacerdote lleno de misericordia y podemos acudir a él seguros de ser comprendidos en nuestras miserias, porque son también sus miserias y contradicciones (5,7-10).
El autor afirma que “Jesús, gustó la muerte para bien de todos” (2,9), así subraya que Jesús, el Cristo plenamente consciente ha probado la amargura de la muerte. Con esta afirmación se nos presenta a Jesús asumiendo la máxima solidaridad con los hombres sus hermanos –el paso por la muerte-, y al mismo tiempo, hace posible que cuantos tienen puestos los ojos en él, gocen de una absoluta certeza: gracias a que gusto la muerte por todos, fue constituido guía de la Salvación para una multitud de hijos.
El texto llama a Jesús “guía” o “jefe” (arjegos). El título aparece en dos ocasiones, ambas referidas a Cristo. En Heb. 2,10 se le llama “iniciador de la salvación”, y esto en cuanto conduce muchos hermanos a la gloria. En 12,2 se le llama todavía “autor y fundador de la fe” de los cristianos; el contexto luego nos indica que El es autor especialmente de las consecuencias que de tal fe surgen. Jesús es entonces, guía y líder, también en cuanto como hombre ha sido el ejemplo de la fe en Dios de los cristianos y muriendo en la cruz, “ha dado cumplimiento” a esa fe en la obediencia y el amor absoluto de Dios. De tal manera que ha hecho operante el amor de Dios en la historia de la salvación.
La solidaridad de Jesús le lleva a compartir la condición de sus hermanos, ir al frente en el camino de ser hombre, de ser Hijo, de ser hermano hasta la muerte…y mostrar el camino que conduce hacia el Padre.
Jesús en definitiva, es mediador y es el Cristo no sólo por ser un ser humano, sino por ser hermano. Lo primero es necesario pero no suficiente. Condición necesaria es ser humano al modo de fraternidad. De esta manera Jesús es semejante a nosotros en cuanto “hermano”, y diferente de nosotros en cuanto hermano “mayor”.
El autor nos presenta a Jesús, hermano en lo teologal, pues no se le ahorró el tener que pasar por la fe. Pero es también presentado como hermano mayor porque vivió la fe originariamente y en plenitud (12,2). Y es el modelo, aquel en quien debemos tener los ojos fijos para vivir nuestra propia fe (y nuestro propio ministerio). Cristo es el testigo definitivo que, como todos los testigos citados en el cap. 11, anima a mantenernos firmes en la fe. El autor de Hebreos, concluye con una fuerte exhortación de “fijar la mirada en Jesús”, invitando de manera concreta a los escuchas a vivir las virtudes teologales de la fe,
la esperanza y la caridad (10,22-24). El Cap. 11 nos ofrece un listado de modelos de la fe, Moisés que “permaneció firme como si viera al invisible” (11,27), los profetas “hombres de los que no era digno el mundo” (11,38). Invita a no dejar de mirar a Jesús que soporto todo con valentía y fidelidad hasta el final provocando “Ustedes no han resistido todavía hasta llegar a la sangre en su lucha contra el pecado” (12,3s).
Pero en el último capítulo el autor anima aun a la comunidad para no cansarse proponiendo como pilares o fundamentos (“caminos directos”), para alcanzar la meta: El primero esta en 12,14 “Procurad la paz con todos …”. Es la primera gran invitación, a la cual viene unida también la de “santificarse”.
El segundo se funda sobre la caridad fraterna (13,1-2).“Que el amor fraterno perdure – en griego tenemos “filadelfia” – . No olvidéis la hospitalidad – en griego dice “filoxenía”, notemos que es mas que la hospitalidad, es el “amor por los extranjeros”, el amor por el que es “diferente”; el cristiano, recoge aquí un tema muy querido para el Antiguo testamento, aunque ahora de manera mas comprometida, aun mas radical. El discípulo de Jesús debe ser aquel que ama al extranjero y al diferente -; gracias a ella, algunos, sin saberlo – hospedaron – a ángeles (cf. Gen 18). Acordaos de los presos, como si estuvierais presos con ellos, y de los que son maltratados, pensando que también vosotros tenéis un Cuerpo”
Habiendo contemplado la solidaridad de Cristo (2,10-18), la solidaridad, para el autor de la carta es central en el mensaje cristiano: no se puede prescindir de la “filadelfia” y de la “filoxenía”, del amor fraterno por los encarcelados, los últimos, los extranjeros, los que sufren.26
La caridad es repetida ahora bajo la forma de la “beneficiencia” (13,16). “No descuidéis la beneficencia y la comunión de bienes (koinonia); ésos son los sacrificios que agradan a Dios”. En el trasfondo esta siempre la figura de Jesús que se ha sacrificado y presentado a sí mismo en lugar de ofrecer corderos, toros o animales.
Hemos de seguir trabajando en nosotros a fin de ser hombres de “excelente humanidad” en medio de un mundo deshumanizado y violento. San Pablo nos recomienda “trabajar con sumo cuidado por nuestra salvación, pues es Dios quien, por su benevolencia, realiza en nosotros el querer y el obrar” (cf. (Fil. 2,12s). De aquí surge la necesidad de trabajar en nosotros, orar, profundizar, seguir formándonos. La Formación permanente es la paciente gestación del Hijo en nosotros por obra del Padre y por el poder del Espíritu Santo. Es ante todo un don y un trabajo permanente de la Trinidad en nosotros al concedernos la gracia de hacernos partícipes de la insondable riqueza de Cristo para darla a conocer a todos los hombres y en todos los tiempos.
d) DISCÍPULOS DE JESUCRISTO EUCARISTÍA, HACIENDO DE NUESTRA VIDA OBLACION, DON.
“La eucaristía aparece como la fuente y la culminación de toda la predicación evangélica…Los presbíteros, por tanto, enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer, juntamente con ella, oblación de su propia vida …” (PO 5; 13)
Nuestros obispos afirman que la Iglesia es eucarística27. ¿qué significa esto? La celebración de la eucaristía con todo lo que implica es parte de nuestro trabajo cotidiano. Sabemos que nuestra vida sacerdotal la podemos vivir en la convicción y certeza de ser presencia sacramental de Jesucristo. Pero tambien podemos ir dejando a un lado la pasión inicial y celebrar el misterio de la fe como funcionarios de lo religioso.
Una vez más podemos volver a la Carta a los Hebreos y recordar cómo de manera magistral nos presenta a Jesucristo que ha sido constituido Sumo Sacerdote. En la carta, la vida terrena de Jesús tiene un lugar esencial. De hecho, un detalle singular es que el nombre de Jesús aparece facilmente diez veces (2,9; 3,1; 4,14; 6,18-20; 7,22; 10,19; 12,2-3; 12,24; 13,12; 13,20). Esto refleja que la persona de Jesús es familiar y conocida, y el autor no ve necesario dar explicaciones. Todos los textos referidos hacen referencia sin excepcion, bien a la muerte de Jesús, bien a su sufrimiento, o también a su sangre.
El autor subraya que el ofrecimiento de Jesús se dio y constituyó a Jesús sumo sacerdote precisamente a traves de la muerte, que se da una sola vez (9,27-28). De aquí el enfasis de la carta en la expresión “de una vez para siempre” (7,27; 9,12; 9,28; 10,10; 10,12)
Y esto es un dato muy valioso y significativo en toda la carta, porque de acuerdo con el escritor, al contemplar al Cristo él considera que hay tres momentos en su visión Cristológica: su “pre-existencia” (1,1-4), su “vida terrana” que esta presente en casi toda la carta y su “exaltación” que se sugiere desde el cap. 2,17.
Notamos que la atención de Hebreos parece recaer sobre la tercera etapa: presentar a Cristo como a sumo sacerdote capaz de hacerse carto de nuestras miserias y de hacerlas llegar a Dios. Toda la reflexión va a parar a este núcleo fundamental. Pero al fijarnos con atención, en realidad todo el peso de la Carta se centra en la forma en que Jesús es constituido Sacerdote. Todo el argumento de Hebreos acentua que Jesús es quien es ahora (Sumo Sacerdote) precisamente porque ha llegado a serlo a traves de su vida terrena. Por lo tanto, la vida terrena de Jesús: su estilo de vida, su ser hermano solidario (2,11), su misericordia (2,17), su “actitud reverente” ante el Padre (5,7), su obediencia filial (2,10; 5,8), la comunión con los hombres, su ser intercesor (7,25; 9,24; 10,10), no sólo son un aspecto fundamental del argumento sino el centro de todo el argumento. Sin vida terrena de Jesús no hay sacerdocio. No hay acción de mediador. No hay posibilidad de esperanza Real.
La realidad de la vida terrena de Jesús en Hebreos resulta de una centralidad doctrinal enorme. Sin este recorrido realizado en “los dias de su vida mortal” (5,7) no habria habido exaltación. “Por esto, Dios lo exalto” (Fil. 2,8s) como dice Pablo. En realidad sin este recorrido vivido por Jesucristo no habría eucaristía, no hariamos memoria de él.
Como escribe bellamente el autor: “El es el sumo sacerdote que nos convenia: santo, inocente… que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día como aquellos sumos sacerdotes, primero por sus propios pecados, luego por los del pueblo; y esto lo realizo de una vez para siempre ofreciéndose a sí mismo” (7,26-28). Todo esto gracias a la fuerza “de una vida indestructible” (la suya, 7,16).
La Eucaristía es el sacramento que concentra y expresa de manera total el misterio de la vida de Jesucristo. La sabemos “fuente y culmen” en la vida sacerdotal y de la comunidad eclesial 28. Es tan importante esta realidad que la vida presbiteral encuentra en la eucaristía la fuente de su vocación y de su entrega.
Es por esto que tanto sacerdotes como laicos somos invitados a hacer de nuestra vida eucaristía, oblación entrega para reproducir en nosotros la vida de nuestro maestro y hermano mayor Jesucristo. “En la fuerza del Espíritu, los dones y nosotros en ellos, somos convertidos, somos consagrados en cuerpo y sangre, haciéndonos presencia personal del Resucitado. Desde y por Él, llamados a convertirnos en pan partido y compartido, generadores de vida y esperanza, constructores de comunidades fraternas” (144)
Esto supone para el sacerdote vivir con intensidad cada eucaristía como fuente de su ministerio. Ya que la Eucaristía les permite irse configurando progresivamente con el Cristo: “en el sacrificio de la Misa, los presbíteros representan a Cristo, que se ofreció a sí mismo como víctima por la santificación de los hombres; de ahí que se los invite a imitar lo mismo que tratan…” 29.
También para los laicos la eucaristia ha de ser “fuente” de agua viva, pan de vida que alimenta en el camino30. San Agustín, refiriéndose al Misterio eucarístico, pone de relieve cómo Cristo mismo nos asimila a sí en el sacramento: “Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para la remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente vosotros sois eso mismo que habéis recibido” Por lo tanto, “no sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo Mismo”.
Nos dejamos “transustanciar” por el Espíritu para darnos en comida a los hombres. Es Cristo en nosotros que sigue diciendo: “tomad y comed”. El Sacerdocio de Cristo es una existencia pascual, pues es un dejarse triturar con Cristo para llegar a ser buen pan para los hombres. Este “paso pascual” es la más grande de las “desapropiaciones”. El sacerdote deja que Cristo siga entregándose en él para hacer existir un pueblo. Sólo el Padre puede engendrarnos como buen pan, como pan de vida para los hombres. Lo quiere hacer haciéndonos entrar en el camino de su Hijo Jesucristo por la acción de su Espíritu. Jesús llegó a ser buen pan, pan de vida y causa de salvación para todos, aceptando ser “molido” en el molino del amor.
Enviados a proseguir la obra de Jesús, los apóstoles se convierten en pan de vida por la unión y configuración con El. Dar su vida, en consecuencia, es mucho más que un gesto de un día, es avanzar todos los días por el camino del discipulado: Todos los días ceñirse el vestido pobre y humilde del servicio. Todos los días morir a sí, para inmolarse en el ministerio. Todos los días dejarnos transformar por el Espíritu en hostia viva. Dicho con otras palabras, el sacerdote se hace en la medida que acepta llegar a ser víctima con Cristo. No estamos ante una dignidad o función sacral, sino ante un sacerdocio existencial y sacramental, que se inmola en la obediencia amorosa y solidaria
e) DISCÍPULOS DE JESUCRISTO CRUCIFICADO
“A vosotros se os ha concedido la gracia, de que por Cristo…no sólo que creáis en él, sino también que padezcáis con él, sosteniendo el mismo combate en que antes me visteis y en el que ahora sabéis que me encuentro” (Fil 1,29). Para el creyente la persecución por Cristo es bienaventuranza, el signo de ser asociado a la obra del Siervo. Nada de extraño, pues, que sea considerada como un “honor” y una “alegría desbordante”.
La cruz es siempre una asignatura pendiente: la cruz siempre se vive a contracorriente y con dificultad. En todas las épocas nos resistimos a la cruz. “Porque mientras los judíos piden milagros y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un cristo crucificado, que es escandalo para los judios y locura para los paganos” (1Cor. 1,22- 23; cf. Fil 2,18).
En algun momento de nuestra vida, todos hacemos nuestra la oración de Jesús: “Padre, si es posible, que pase de mi este caliz”. Siglos mas tarde, S. Juan de la Cruz advertía a sus hermanos carmelitas: “No busquen a Cristo sin cruz”.
Los discípulos de Jesús nos tropezamos cada día con la cruz; el reto es acertar a vivir cristianamente el misterio de la cruz. Las cruces que nos encontramos pueden ser un “kairos”, un tiempo de gracia y salvación si acertamos a vivirlas en comunión con Cristo crucificado y resucitado.
La cruz no es un momento puntual en la vida de Jesús (cf. Jn. 19,16-22); en realidad está presente en todos los momentos de la vida del Enviado del Padre. Se trata de una categoría teologal permanente. La salvación nos es regalada desde la cruz de Cristo. También el dinamismo de la resurrección está presente en todos los momentos de la vida de Jesús.
Para San Juan, la pasión de Jesús no es una humillación, sino un camino de glorificación; originalmente la cruz, además de ser lugar de suplicio, es sobre todo el trono donde se manifiesta la gloria de Jesucristo. Ya desde el inicio se anuncia el rechazo que va a vivir Jesús en su camino: “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron” (1,10-11). Toda la vida de Jesús estuvo atravesada por esta cruz: no es reconocido ni recibido (Jn. 3,19; 5,40).
En San Juan un termino importante es “la hora”. Una “hora que esta marcada por la obediencia al Padre y la respuesta a la vida de los hombres. Una “hora” que de alguna manera es precipitada por la madre de Jesús en las bodas de Caná. A Jesús lo persiguen e intentan detenerlo pero no pueden hacerlo porque no ha llegado “su hora” (7,30.44). La hora la determina el Padre y ésta se encuentra en estrecha relación con su pasión y su cruz.
Jesús muere en la cruz porque él mismo se entrega voluntariamente: “a mi nadie me quita la vida, soy yo quien la entrega libremente” (Jn. 10,18). Es consciente del momento que se acerca para el y de ninguna manera quiere eludirlo (Jn. 12,27). Jesús interpreta su propia muerte desde la imagen del grano de trigo; cuando caiga en tierra y muera, dara mucho fruto. Su muerte sorprendentemente no sera una derrota, sino la ocasión de su Glorificación.
Podemos preguntar una vez mas a la Carta a los Hebreos como nos presenta este momento decisivo en la vida de Jesús. Lo hemos anotado ya de alguna manera y podemos decir que Jesús abraza de manera decisiva y conciente todo lo que implica su destino, su cruz: “Por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos” (2,9). Jeseus se sujeta a los designios del Padre y asume el ser “perfeccionado mediante el sufrimiento, para guiar a sus hermanos a la salvación” (2,10); se hace hermano cercano compartiendo la carne y la sange, a fin de “reducir a la impotencia mediante su muerte al que tenía el dominio sobre la muerte, es decir, a diablo” (2,14); aun siendo el Hijo en los padecimientos aprendió la obediencia y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación para todos los que lo obedecen” (2,9). Tal vez lo mas sorprendente de parte del autor es todo lo que implica la comparación y superación del culto antiguo, de los sacrificios antiguos, porque Jesús ha hecho de su vida el sacrificio perfecto “esto lo realizó de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo” (7,27). Si los sacrificios de machos cabrios santificaban con su aspersion al pueblo en orden a la purificación, “¡cuánto más la sangre de Cristo que por el Espíritu eterno se ofreció a sí mismo sin tacha a Dios, purificara de las obras muertas nuestra conciencia para rendir culto al Dios vivo!” (9,11-14).
El autor pone de manera original en labios de Jesús las palabras del Salmo 40, pero en la versión de los LXX: “¡He aquí que vengo a hacer oh Dios tu voluntad!. Por esto, continua diciendo: En virtud de esa voluntad quedamos santificados merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo”. En virtud de su sangre “podemos entrar en el santuario por este camino nuevo abierto por Él” (10,5-10).
El autor insiste: “consideren al apóstol y sumo sacerdote de nuestra confesión, a Jesús”, “tengan sus ojos fijos en Jesús, el cual por el gozo que se le proponía, soprotó la cruz sin miedo a la ignominia y esta sentado a la diestra del trono de Dios”. (3,1; 12,2-3) Ahora bien, todo esto trae implicaciones muy concretas para los creyentes: si nos mantenemos firmes en el camino iniciado, somos en verdad compañeros de Cristo (3,14). Él es nuestra esperanza, como un “ancla” firme (cf. 6,19); Él ha abierto un camino para nosotros y esta al frente de la casa de Dios, pero hemos de acercarnos con “sincero corazón”, en plenitud de fe, “firmes den la esperanza” “para estímulo de la caridad” (10,19-25).
Hemos de fijar nuestra mirada en él, contemplarlo a fin de no desfallecer faltos de animo, para no desallecer. Los obstaculos y pruebas, ser participe de su cruz hemos de tomarlo como una corrección y signo de que Dios se interesa por nosotros, “somos realmente sus hijos: ¿qué hijo hay a quien su padre no corrige? … No nos someteremos mejor al Padre de los espíritus para vivir?” Además como ya se habia dicho, Dios Padre desea conducirnos a la gloria, a la salvación (2,10) hacernos participes de su santidad-divinidad (12,10). Por esto Jesús ha hecho todo este recorrido y por eso nos invita a entrar por su mismo camino.
La cruz es el distintivo de los cristianos, porque “el discípulo no puede ser mas que el maestro” (Jn. 15,16; Mt. 10,24), por esto Jesús prepara a sus discípulos para la cruz inevitable (Jn. 15,20).
El sufrimiento y las renuncias no son solo una consecuencia inevitable de la misión, sino el camino fecundo de la misma. El costado abierto de Jesús es signo de su amor entrañable; un amor que da la vida por los que ama. Decia un santo: “cuanto mas muerto se está, mas vida se 3ene, mas vida se da”. El Ritual de Órdenes anota: “Recibe la ofrenda del pueblo santo para presentarla a Dios Advierte bien lo que realizas,imita lo que tendrás en tus manos, y configura tu vida con el misterio de la cruz del Señor” 31.
El camino de la cruz pasa inexorablemente por la obediencia. El dinamismo de la Encarnación se consuma en la obediencia de la cruz. El discipulo ha de discernir en cada momento la voluntad de Dios y ha de acogerla incondicionalmente.
Seguir a Jesucristo en la cruz es aceptar inmolarse con él en las diferentes dimensiones de nuestra vida: la muerte no es un momento. La Cruz es como la culminación de un proceso, cuyo punto de origen es el amor trinitario, revelado en la Encarnación. Jesús nos invita a seguirlo, a inmolarnos con él en la soledad, en la oración de cada día, inmolarnos con el en la penitencia de cada día, la penitencia de la caridad pastoral, en el trabajo de cada día, en el sufrimiento y en las renuncias de cada dia.
III. CAMINOS PARA VIVIR Y PROFUNDIZAR NUESTRA IDENTIDAD SACERDOTAL.
“El hombre conociéndose a sí mismo como débil y mortal, entienda que Dios es a tal punto inmortal y poderoso, que concede al mortal la inmortalidad y al temporal la eternidad; y también comprenda todo el poder de Dios que se ha manifestado en el mismo (hombre), a fin de que advierta cómo el mismo Dios le ha enseñado su propia grandeza… El Verbo de Dios habitó en el ser humano (Jn 1,14) y se hizo Hijo del Hombre, a fin de que el hombre se habituase a recibir a Dios y Dios se habituase a habitar en el hombre, según agradó al Padre” (San Ireneo AH, III 20,2).
Doy gracias a Dios por hermanos sacerdotes que me contagian con sus búsquedas, que en medio de muchas experiencias no siempre favorables se dejan cada dia cautivar por Jesucristo Sacerdote, por su evangelio, por su amor al pueblo de Dios y por sus esfuerzos para seguir creciendo. Pero también pido al Señor por hermanos que viven situaciones difíciles, crisis o que incluso han dejado el ministerio. Una pregunta pertinente para mi es ¿Podemos extraviarnos de nuestra identidad profunda? ¿Podemos perderla o simplemente olvidarnos de lo que somos o estamos llamados a vivir? Tal vez lo mas aceptable es que nos cansemos en el intento y asi busquemos acomodarnos, acostumbrarnos a vivir con nuestras inconsistencias sin hacer nuevos intentos de superación o de búsqueda.
Volviendo a la carta a los Hebreos que ha sido un buen referente, allí se nos recuerda sobre algunos riesgos en la vida cristiana cuando no se aborda con seriedad, constancia y disciplina nuestra opción por Jesucristo: Se pueden vivir retrocesos considerables. Volver a la leche infantil aun cuando ya se podía recibir manjar solido (5,12ss). Puede haber también deserción y abandono en el intento (10,25). Algunos han caido y apostatado “crucificando de nuevo al Hijo de Dios y exponiéndolo a publica infamia” (6,6). El autor previene que algunos se queden rezagados con la marcha de la comunidad (4,1).
Por esto, creo que el autor hace una recomendación decisiva: “hacer memoria” (10,32). El cap. 11 es dedicado a la nube de testigos del AT. “Hombres de los que no era digno el mundo” como dice de los profetas (11,38).
San Juan Pablo II nos recomendaba precisamente recordar a los mártires: “La Iglesia del primer milenio nació de la sangre de los mártires… Al término del segundo milenio, la Iglesia ha vuelto de nuevo a ser Iglesia de mártires. El testimonio ofrecido a Cristo hasta el derramamiento de la sangre se ha hecho patrimonio común de católicos, ortodoxos, anglicanos y protestantes, como revelaba ya Pablo VI en la homilía de la canonización de los mártires ugandeses. Es un testimonio que no hay que olvidar” 32.
La segunda recomendación, como hemos tratado de desarrollar nuestro trabajo es: “fijar la mirada en Jesús” testigo por excelencia. Comparto algunas pistas o caminos que me han ayudado a permanecer y vivir el don del ministerio.
A) Lectura Orante de las Escrituras
Aunque el tema merece un desarrollo amplio, anoto aquí algunas ideas que nos enriquecen. El Concilio recordaba la importancia absoluta de la Sagrada Escritura. La afirmación de San Jerónimo: “Desconocer la Escritura es desconocer a Jesucristo”, replantea no solamente nuestra fe en Jesucristo sino también la verdad de nuestro seguimiento que se verifica en el estudio asiduo y disciplinado de la Santa Palabra. La Sagrada Escritura es el alma de la vida cristiana y por lo mismo de la vida presbiteral33. Alli podremos una y otra vez re-centrar nuestro ministerio, recuperar las prioridades, instruirnos a la luz del maestro y encontrarnos con el único bien necesario (Lc. 10,42)
Si hemos abundado sobre la exigencia de “Fijar nuestros ojos en Jesús”, nos preguntamos ¿cómo fijar nuestros ojos en Jesús? Los Padres dicen sobre la Escritura: “La encarnación constituye el fundamento histórico-teológico de que “la Palabra hecha carne” es, asimismo, “la Palabra hecha libro”. Por eso, Orígenes exhortaba: “debes comprender la Escritura como único y perfecto cuerpo del Verbo”. Según Gregorio Nacianceno, en la encarnación “Dios se ocultó en el Verbo hecho carne”. Ya en el siglo III Orígenes había reflexionado sobre la “somatización”: “En la encarnación el Verbo “se hizo Jesús”, y en la Escritura “se hizo Libro”34.
La lectio divina permite recorrer a la inversa la encarnación del Verbo, es decir “en ir de la Palabra escrita a la Palabra sustancial”. Cuando esto se da, el libro va perdiendo progresivamente su carácter inflexible y rígido y, por la gracia del Espíritu Santo, termina por retirarse y ceder espacio a la Palabra que, misteriosamente, vuelve a estar viva en la mente y en el corazón de quien practica con sinceridad la lectio divina. Y asi se cierra el círculo : la “Palabra viva” se había hecho “libro”; ahora el “libro” abre el camino a la “Palabra Viva” 35.
San Jerónimo, gran enamorado de la Palabra de Dios, se preguntaba: “¿Cómo se podría vivir sin la ciencia de las Escrituras, mediante las cuales se aprende a conocer a Cristo mismo, que es la vida de los creyentes?. El era muy consciente de que la Biblia es el instrumento “con el que Dios habla cada día a los creyentes”.
El Cardenal Ratzinger antes de ser Papa decía en un comentario: “La Lectio divina debe ser diaria, debe ser nuestro alimento cotidiano, porque sólo así podremos comprender quién es Dios, quienes somos nosotros, qué significa nuestra vida en este mundo” 36
Cómo “el centinela”, el sacerdote ha sido puesto al frente de la casa de Dios para “comunicarle sus palabras”, como el profeta Ezequiel, sostenido por la fuerza y la docilidad del Espíritu, ha de escuchar de pie en medio del pueblo desterrado y rebelde para comunicarle la Palabra que Dios tiene a bien dirigirle. Por ello ha de alimentarse, vivir de la Palabra y para la Palabra como si fuera un pan (Ez 3,1-4).
El sacerdote acoge de tal manera la Palabra que dejándola habitar y fructificar en su corazón toda su existencia, se convierte en Palabra de Dios para su pueblo. Entonces y sólo entonces, el sacerdote tendrá la audacia del apóstol para decir a los suyos: “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” (1Cor 11,1). Entonces, los sacerdotes van “siendo modelos o tipos de la grey” de Dios (1Pe 5,3), pero no tanto porque sean superiores a los demás, sino porque en ellos habita con toda su riqueza la Palabra de Dios, al servicio del a edificación de un pueblo de sacerdotes, profetas y reyes.
B) Nuestro Proyecto de Vida
No es posible dejar a la espontaneidad o al buen ánimo lo que implica asumir a fondo nuestra vocación a la santidad y ante todo nosotros como sacerdotes cultivar y definir medios concretos que permitan en verdad irnos configurando con Cristo sacerdote y cabeza de la Iglesia.
Todos aspiramos a ser adultos, a realizar plenamente nuestras posibilidades. En realidad todos estamos llamados a alcanzar “el estado de hombre perfecto, a la plena madurez de Cristo” (Ef. 4,13).
Sin embargo la carta a los Hebreos nos ponía en guardia y nos planteaba el riesgo que vivimos todos cuando no se aborda con seriedad, constancia y disciplina nuestra opción por Jesucristo, podemos retroceder, claudicar, abandonar, condescender a una doble vida. A ciertas opciones se requieren también medios concretos.
Para cultivar el germen divino presente en cada uno se requiere pensar, programar, determinarse a avanzar a fin de alcanzar la meta. El evangelio lo afirma sin ambigüedades: “¿Quién de ustedes, que quiere edificar una torre, no se sienta primero a calcular los gastos y ver si tiene para acabarla? No sea que, habiendo puesto los cimientos y no pudiendo terminar; todos los que lo vean se pongan a burlarse de él, diciendo: ‘éste comenzó a edificar y no pudo terminar’ ” (Lc. 14,28s). La construcción del hombre nuevo requiere tiempo y esfuerzo, disciplina y dedicación. San Pablo utilizando la metáfora del deportista también lo sugiere al escribir “Los atletas se privan de todo; y eso ¡por una corona corruptible!; nosotros en cambio por una incorruptible…yo golpeo mi cuerpo y lo esclavizo; no sea que, habiendo proclamado a los demás, resulte yo mismo descalificado” (1Cor. 9,25s).
Configurarnos con Cristo, ser divinizados es un trabajo que debe ser asumido con seriedad y perseverancia, es un dinamismo a cultivar día con día, el don de Dios ha de cultivarse con rigor y disciplina. Se trata de un proyecto a elaborar personalmente. Conviene que parta de una buena auto-conciencia y conocimiento de la historia personal y de la experiencia de discípulo. Hemos de buscar orientacieon y dirección en este medio Concreto.
C) Una presencia humilde y fraterna en medio del mundo
• Trabajar con humildad nuestra persona
“Consciente de su propia flaqueza, el verdadero ministro de Cristo trabaja con humildad, indagando cuál sea el beneplácito de Dios…” (PO 15).
El ministro es fruto de una historia, tiene sus raíces en una familia y un pueblo, experimenta sus límites y es vulnerable porque la vida misma lo ha marcado con heridas. No obstante, esto no es obstáculo para vivir su vocación y ser signo sacramental, sabe que Dios gusta y actúa desde la fragilidad. Pablo pidió ser liberado de sus fragilidades, pues las experimentaba como una dificultad para llevar a cabo su misión, sin embargo su relación con Dios le llevo a constatar que eso no era obstáculo, sino al contrario medio por el cual El se manifestaba: “mi gracia te basta, que mi fuerza se manifiesta perfecta en la flaqueza”. Es importante subrayar esto, Dios realiza sus obras con la fragilidad de los hombres. El tesoro de la vocación y de la elección se vive “en vasija de barro para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios y no de nosotros” (2Cor. 4,7). La vida y misión del ministerio se enraíza en la debilidad misma de Cristo, el cual “fue crucificado en razón de su flaqueza, pero está vivo por la fuerza de Dios”.
San Agustín se sentía hermanado con su pueblo y al mismo tiempo impulsado a dar lo mejor de sí mismo a fin de poder favorecer a sus hermanos con el don recibido. En su oración, suplicaba se le permitiera descubrirse mejor como persona a fin de servir mejor a sus hermanos y acceder al misterio de Dios: “que me conozca a mí y te conozca a ti Señor”.
Ahora bien, una espiritualidad que asuma con lucidez los límites y la flaqueza humana, insistirá ante todo en la necesidad de guardar el equilibrio humano, de cultivar los medios que permitan dar unidad a la vida. Dicho equilibrio puede romperse tanto por una actividad desenfrenada, como por la inactividad acomodada o perezosa.
Lograr dar unidad a nuestra vida significa unirse con Jesús como centro y fin de la historia humana. Quiere decir comprender el dinamismo que actúa en la historia misteriosamente pero eficazmente hacia su centro y su fin, y ponerse de esta parte, dejarse atraer por este dinamismo que es el Espíritu Santo 37.
¿Cuánto trabajamos nuestra persona a fin de conocer y asumir lo que somos como personas? La trasparencia y sinceridad son medios seguros para descubrir y discernir lo que Dios desea para nosotros.
• Dejarnos Acompañar fraternalmente
Somos invitados a vivir nuestro ministerio en fraternidad, hemos sido llamados junto con otros hermanos y así hemos sido constituidos en fraternidad sacramental. Es difícil si no imposible responder en solitario a la gracia de Dios y vivir nuestra espiritualidad de manera aislada.
El concilio invitaba a vivir en fraternidad pero ante todo a buscar medios concretos para realizarla: “Reúnanse de buena gana y alegremente para recreación del ánimo, recordando las palabras con que el Señor mismo invitaba a sus Apóstoles cansados: ‘Vengan aparte, a un lugar solitario para descansar un poquito’ (Mc. 6,31). Además, a fin de que los presbíteros se presten mutua ayuda en el cultivo de la vida espiritual e intelectual, puedan cooperar más adecuadamente en el ministerio y se libren de los peligros que acaso se originen de la soledad, foméntense entre ellos alguna manera de vida común o alguna convivencia, que puede, sin embargo, revestir muchas formas, según las distintas necesidades personales o pastorales, a saber, la convivencia, donde posible, o la mesa común o, por lo menos, las reuniones frecuentes y periódicas” 38.
¿Cómo nos acompañamos y nos dejamos acompañar a fin de animarnos y confirmarnos en la fe e impulsarnos a vivir mas a fondo el don recibido? ¿Cómo verificamos o permitimos verificar que estamos en la ruta del evangelio y en un camino progresivo y de crecimiento en el Espíritu?
El don de la vida fraternal lo vivimos en primer lugar de cara a nuestro presbiterio. Un segundo lugar importante lo encontramos en la amistad con algunos compañeros. La amistad fortalece, anima, nos empuja a dar lo mejor de nosotros mismos. Un tercer lugar donde vivimos esta fraternidad es cuando nos dejamos acompañar a fin de crecer, animar, verificar nuestro camino espiritual. Hemos de reflexionar, discernir y recuperar la Dirección Espiritual que por alguna razón ha ido perdiendo vigencia, práctica y valor en la vida Sacerdotal.
• La exigencia de la formación permanente.
El presbítero se sabe hermanado junto con los laicos para vivir la vocación al discipulado, pero también llamado al oficio mayor de ser pastor, padre y maestro, presidir el camino del pueblo a la patria eterna. El se sabe invitado a reconocer y promover la dignidad de los laicos y la parte propia que a éstos corresponde en la comunidad eclesial. Se sabe también llamado a discernir junto con ellos los signos de los tiempos así como a reconocer y fomentar los multiformes carismas que en la comunidad el Espíritu suscita. A el le toca “armonizar” de tal manera las diversas mentalidades, que nadie se sienta extraño en la comunidad de los fieles 39.
Es por esto que consciente de su necesidad de capacitación trabaja con humildad el don recibido. Si desea ser eficaz y responder a los desafíos sabe que requiere una actualización y estudio permanente para favorecer a sus comunidades. “La necesidad de ‘mantener el paso’ con la marcha de la historia es razón que justifica la formación permanente”.
Esta exigencia surge no solamente como exigencia de la realidad del pueblo que acompaña, es también por fidelidad a Jesucristo y coherencia consigo mismo. Por otra parte es un acto de amor al pueblo de Dios a cuyo servicio esta puesto el sacerdote. Más aún es un acto de justicia verdadera y propia: el es deudor para con el pueblo de Dios, pues ha sido llamado a reconocer y promover el “derecho” fundamental de ser destinatario de la palabra de Dios, de los sacramentos y del servicio de la caridad, que son el contenido original e irrenunciable del ministerio pastoral del sacerdote”40.
En este sentido el ministerio sacerdotal se presenta como una misión siempre exigente que invita al sacerdote a cultivar lo mejor de sí mismo para ser un verdadero acompañante de su pueblo, educador, testigo y guía a semejanza del Maestro por excelencia que le permita realizar su vocación.
D) Cultivar la Mirada del Pastor
El sacerdote es un colaborador en la obra del Señor. “Dios, que es el solo santo y santificador, quiso tomar a los hombres como compañeros y ayudadores que le sirvieran humildemente en la obra de la santificación”41. Nos preguntamos ¿cómo favorecer realmente el proyecto de Dios y colaborar con Él de manera eficaz? Se trata de un desafío para nosotros en cuanto que hemos de buscar siempre estar en sintonía con el Espíritu para conocer el designio que Dios realiza y lo que desea realizar en medio de nuestra humanidad. Se trata también de cultivar una mirada pastoral que nos permita captar y descubrir la presencia del Señor que ciertamente trabaja siempre (Jn. 5,17), aunque suele hacerlo de manera discreta, callada y oculta 42.
Ante el misterio de la Caridad de Dios, Pablo lo contempla con admiración, con asombro. En el himno que encontramos en la carta a los Efesios imaginamos al apóstol “sobrecogido” por todo lo que esto le significa y le permite descubrir del Misterio de Dios 43.
Contemplar la grandeza de este “designio” del Padre, sino sentirse depositario de “la gracia de anunciar la insondable riqueza de Cristo” (3,8). Cosa que el apóstol considera como don y gracia (2,5.7.8)44. Esto le permite alabar y cantar las bondades de Dios Padre.
¿Cómo adquirir esta mirada, cómo alcanzar esta visión del mundo y de la humanidad? Es algo que hemos de pedir como don y gracia, pero también hemos de cultivar y trabajar con seriedad y disciplina. A los discípulos de Emaús, el Peregrino les permite pasar de una situación en la cuál “estaban incapacitados para reconocerle” a otro momento en que “se les abrieron los ojos y lo reconocieron…se les abrió la inteligencia y comprendieron las Escrituras” (Lc. 24,16.31.45). Se trata pues de un proceso progresivo, de un don en el cual el discípulo puede colaborar y trabajar si se empeña en aprender a leer y discernir los signos de los tiempos, signos de la presencia del Señor45. Hemos de encontrar los medios (que los hay) para discernir y contemplar la presencia del Señor entre nosotros.
• Dios precede en la misión
El apóstol ante todo está invitado a ver; los campos, sembrados y fecundados por el Señor, producen ya su fruto; el tiempo de la siega se halla ante él. “Levantad la vista y mirad los sembrados, que están ya maduros para la siega” (Jn. 4,35; cf. Mt. 9,37-38;20,1ss Lc. 10,2). La vid verdadera, plantada y podada por el Padre, da ya frutos abundantes y perennes de vida (Jn. 15,1ss).
El Presbítero cultiva la conciencia de ser colaborador en el gran proyecto de Dios. El sabe que Dios siempre lo precede: “no tengas miedo, sigue hablando; porque yo estoy contigo y nadie intentará hacerte mal. En esta ciudad hay muchos que llegarán a formar parte de mi pueblo” (Hech. 18,9-10).
Descubrir la obra de Dios en la historia cambia el dinamismo de la misión y existencia del pastor. El Espíritu lo ha puesto al frente del pueblo que Dios se adquirió con su propia sangre (cf. Hech. 20,28), para que colabore en una obra ya iniciada, incluso antes de su Llamada.
¿Cómo explicar tanto pesimismo, tanto cansancio, tanta negatividad de los pastores ante nuestro mundo? Quizás oran para ser buenos pastores e interceden para que el mundo cambie; pero no cultivan la mirada contemplativa. El contemplativo avanza en la unión y dependencia del Resucitado, en la esperanza y alegría, la entrega amorosa. Afronta la realidad sin miedo, con la fortaleza del Espíritu. Vive su acción apostólica en la comunión reinante entre el Padre y el Hijo en el Espíritu Santo. El ministro experimenta la dicha de ser asociado a la obra común de las personas divinas. Da gracias por la historia de la salvación.
• “Conocer la totalidad del designio divino”
La contemplación trata de alcanzar un conocimiento lo más completo posible, de acuerdo con la gracia y la luz del Espíritu Santo, de la totalidad del designio de la salvación (cf. Hech 20,26s).
Animado por el Espíritu santo, el apóstol busca e indaga la palabra de la verdad que debe anunciar. Pablo, auténtico paradigma para nosotros, vivió su acción misionera desde la contemplación. Puesto que Dios había constituido a Jesús muerto y resucitado (cf. 1 Cor. 2,1-5) principio y fundamento de todo (cf. 1Cor. 3,11), su predicación y actividad estarán centradas en poner a Jesucristo como el único fundamento. A la luz de lo querido por Dios de recapitular todo en él (Ef. 1,10), su misión se desarrollara como una acción tenaz para conocer su designio y colaborar con él en esta dirección.
La Lectura de la Escritura y de la experiencia humana se aúnan en la oración del apóstol. El habrá de trabajar de manera incesante en el estudio diligente y ordenado asi como lo encontramos al inicio del evangelio de Lucas a fin de que “se conozca la solidez de la enseñanzas recibidas” (Lc. 1,1-4 )
• “Dios prosigue su obra en el pastor”
El sacerdote sabe que Cristo trabaja en él, con él y por su medio. Sabe que nada hace Dios sin comunicárselo a sus amigos (Gen. 18,17-19). Conoce, por otra parte, que el Padre hizo todas las cosas por su Verbo (cf. Jn. 1,3). El discípulo en comunión con Jesús, cree que el signo de que el Padre lo ama está en que le muestra todo lo que hace (cf. Jn. 5,19-20), en que pone todo en sus manos (cf. Jn. 3,35) y obra en él (cf. Jn. 14,10).
La misión no es solo un mandato oneroso. Entre el que envía y el enviado se establece una corriente de vida, una total comunión. En el apóstol vive, habla, actúa, es acogido y rechazado el Cristo. La misión hace entrar en la comunión de las personas que comparte la obra común.
El trabajo de Dios Padre no cesa en la historia. El Padre sigue cuidando de sus ovejas. Llegada la hora de su pascua. El Hijo confió sus discípulos a la solicitud del Padre (cf. Jn. 17). La obra del enviado la prosigue quien lo envía. Dios sigue siendo el vigilante y defensor de sus ovejas: “No duerme ni reposa el guardián de Israel” (Sal. 121,4).
San Pablo confió sus comunidades a quien podía cuidarlas en su ausencia. “Ahora los encomiendo a Dios y a la palabra de su gracia, que tiene fuerza para que crezcan en la fe y para hacerlos partícipes de la herencia reservada a los consagrados” (Hech. 20,32). Desde la cárcel escribía a la comunidad de Filipo: “siempre que me acuerdo de ustedes, doy gracias a Dios…lo hago siempre con alegría profundamente convencido de que quien ha iniciado en ustedes la buena obra, la llevará a feliz cumplimiento para el día en que Cristo Jesús se manifieste” (Fil 1,3ss).
La oración contemplativa introduce al pastor en la visión del futuro de su acción. Sabe que el poder del Resucitado arrastra todo tras de sí para someterlo al Padre. De este modo vive y avanza en la caridad, con confianza, esperanza y audacia.
1 Dios en la Pandemia, Walter Kasper, George Augustin (eds). Pag. 10.
2 PGP, 20; 23.
3 PGP, 71
4 Consulta Diocesana. Fase Preparatoria para el “Sinodo de los Obispos 2021-2023”, CEM.
5 Gaudete et Exsultate no.1.
6 Novo Millennio Ineunte, no. 30
7 Sobre este texto 2Pe. 1,4 La Biblia de Jerusalén en nota a pie de pagina dice a propósito de “naturaleza divina”: “Expresión de origen griego, única en la Biblia, y que sorprende por su tono impersonal. El Apóstol hace que aquí exprese la plenitud de la vida nueva en Cristo, comunicación hecha por Dios de una vida que le es propia. En cuando al fondo, ver por ej. Jn 1,12; 10,34 (=Sal 82,6); 14,20; 15,4-5; Rom 6,5; 1,Cor 1,9; 1Jn 1,3. Aquí esta uno de los apoyos de la doctrina de la “deificación” entre los Padres griegos”.
8 PGP, no. 92
9 PDV, 15
10 PDV 12. “Mediante el sacerdocio que nace de la profundidad del misterio de Dios, o sea, del amor del Padre, de la gracia de Jesucristo y del don de unidad del Espíritu Santo, el presbítero está inserto sacramentalmente en la comunión con el obispo y con los otros presbíteros, para servir a pueblo de Dios que es la iglesia y atraer a todos a Cristo..”
11 San Juan Pablo II. En visita a la catedral lituana de Vilnius, dirigiéndose a los sacerdotes (Sept. 1993)
12 PGP 111.
13 PGP 112-119
14 Palabras de S. Pablo VI, Oficio de Lectura, fiesta de la Sagrada Familia.
15 Saldaña Mostajo Margarita, Rutina habitada. Vida oculta de Jesús y cotidianidad creyente. Sal Terrae, 2013.
16 PDV 15
17 PO 4. En nota a pie de pagina en este numero, la versión de la BAC anota que “el rito de ordenación de presbíteros en la Iglesia alejandrina de los jacobitas dice: “Congrega a tu pueblo para ori la palabra de la doctrina, como la madre que alimenta a sus hijos”.
18 EN 7
19 EN 8
20 Aunque esta es una realidad que sabemos en general, sin embargo pasa normalmente desapercibida en los medios y muchos de nosotros preferimos no detenernos en esta situación, salvo cuando conocemos a alguien que ha sufrido la desaparición de algún ser querido. Según datos confiables, México cierra el año 2022 con 109 mil desaparecidos y miedo en familias buscadoras que normalmente son amenazadas o perseguidas cuando se dan a la tarea que le corresponde al estado y sus dependencias. México termina 2022 superando la cifra de las 109.000 personas desaparecidas.. Se puede consultar: https://diario.mx/estado/dejaron-sin-ejercer-317-mdppara- buscar-a-desaparecidos-20230127-2018215.html
21 PGP 56; 57; 60.
22 Alberto Nájar, BBC News Mundo, México. 24 abril 2019
23 Gonzalez Faus Ignacio, “Otro Mundo es posible… desde Jesús”. Sal Terrae 2010 pags. 251-258. Con este título tan sugestivo y una reflexión aún mas provocadora el autor nos enriquece e invita a soñar con ese mundo y realidad iniciada por Jesús. Hablando de la Iglesia la presenta como “signo o “sacramento del otro mundo posible” anunciado por Jesús (LG 1,1). Lo cual, en el contexto de esta ora y en la hora actual de nuestra historia, implica también que “otra iglesia es posible”.
24 Prefacio en la fiesta de Cristo, Rey del Universo.
25 PO 6; 8; 9. “Es necesario, además que para ser pastores, padres y maestros de los hombres, nos hagamos hermanos de los hombres” (Pablo VI, enc. Ecclesiam suam).
26 El comentario ofrecido en relación con “los caminos directos” (12,14 y cap. 13 1-3) son tomados de un comentario: RAVASI Gianfranco, Lettera agli Ebrei, cap. 5.
27 PGP 143
28 «Sacrosantum Concilium», 5-7., cfr. También VD 52-56; EG 137.
29 PO, 13.
30 PO, 5. “Los presbíteros, enseñan a fondo a los fieles a ofrecer a Dios Padre la Víctima divina en el sacrificio de la Misa y a hacer juntamente, con ellos, oblación de su propia vida”
31 Oración al momento de la entrega de la patena con la hostia y el caliz con vino y agua, en la ordenación del nuevo presbítero.
32 Tertio Millenio Adveniente, 37.
33 «Dei Verbum», 24. Ya el Concilio la presentaba como “el alma de la teología”. “El ministerio de la palabra, que incluye la predicación pastoral, la catequesis, toda la instrucción cristiana y en puesto privilegiado la homilía, recibe de la palabra de la Escritura alimento saludable y por ella da frutos de santidad” (ver también VD 31).
34 MASINI M. La Lectio Divina, 164
35 Ibíd., 161-166. “Las Escrituras son el arca sellada que “oculta en su interior misterios profundos y espirituales. Tanto en la encarnación como en las Escrituras hay una presencia real, aunque misteriosa, del Verbo de Dios”. Adan de Dryburgh.
36 Citado en Bianchi Enzo, “Presbíteros, el Arte de servir el Pan y la Palabra”, pag. 64.
37 URIARTE Juan María, Ministerio Presbiteral y Espiritualidad, (Publicaciones Idatz. 2004). El autor hace referencia a “la lectura creyente de la propia vida, que debería ocupar un lugar en el repaso orante, sistemático y reposado de nuestra jornada. Una de las prácticas que hemos arrumbado, sin transformarla, es el viejo examen de conciencia. Debería desembocar en una lectura cristiana de cuanto hemos vivido en el día. Se trataría de dedicar unos minutos a ver el paso de Dios por nuestra vida y por la vida de los nuestros. A evocar el salmo o el texto que nos ha “tocado” en la oración de la mañana, las noticias de la prensa que hemos escuchado y que nos han producido cierto impacto, las conversaciones que hemos tenido, las reuniones que hemos celebrado, los contratiempos, las alegrías. Es sorprendente recoger, al final de la jornada, las llamadas de Dios a las que, al estar en tantas cosas, no hemos podido atender explícitamente. Ahora se nos vuelven luminosas como cuando, neutralizado el contestador automático, recogemos las llamadas del día, y recibimos la multitud de mensajes que se han ido grabando a lo largo del día”. Pag. 138. Habríamos de agregar aquí también la práctica de la Dirección Espiritual que por alguna razón ha ido perdiendo vigencia y valor en la vida sacerdotal.
38 PO 8
39 PO 9
40 PDV 162
41 PO 5
42 Jacob es sorprendido en el sueño y descubre que es el Señor quien se le ha revelado de manera sorpresiva: “El Señor estaba allí y no me había dado cuenta”. (Gen. 28,16). El Maestro nos provoca para descubrirlo en el prójimo en dónde también se hace presente de manera sacramental: “En verdad les digo que cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt. 25,40).
43 Las Cartas a Efesios y Colosenses conviene leerlas juntas por sus semejanzas y relación. En ambas encontramos una exhortación a vivir el don y gracia de ser cristianos en un ambiente no fácil.
44 LEGIDO Marcelino, Espiritualidad del Seguimiento de Jesús según el modelo apostólico. En Espiritualidad Sacerdotal, Congreso. Comisión Episcopal del Clero de España: “El camino de la misión parte de las entrañas del Padre. !Bendito sea Dios. Padre de nuestro Señor Jesucristo!. Desde antes de la creación del mundo, nos bendijo en El, con todo el amor de su Espíritu. Quería reunir una inmensa familia de hijos en torno a su Hijo, para amarles como le amó a Él… Nos agració en el amado”.
45 Para algunos sacerdotes el uso del “cuaderno de vida” es un medio sencillo, leal y eficaz para ayudar a cultivar una Mirada pastoral.