SIETE RASGOS CONSTITUTIVOS DEL SACERDOTE DEL PRADO
1. EL SACERDOTE ES OTRO CRISTO
Este es el título del cuadro de Saint Fons que contiene la síntesis del ministerio sacerdotal tal como lo percibió y vivió el P. Chevrier. Él la escribe en los muros de la casa de Saint Fons para transmitirla a los seminaristas del Prado que serán futuros sacerdotes formados según este modelo.
Este título lo que pretende subrayar es la configuración e identificación total del sacerdote con la persona de Jesucristo. Es una bella imagen para mostrar cómo el sacerdote hace las veces de Jesucristo, representa y hace a Cristo presente en medio de la comunidad eclesial.
Este es sin duda el carácter fundamental y distintivo del carisma del Prado. Esta configuración con Jesucristo abarca y determina todos los demás elementos constitutivos de este llamado al interior de la vocación presbiteral diocesana. Esa es la forma que el llamado al Prado debe adoptar: el sacerdote es un hombre despojado, un hombre crucificado, un hombre comido, que se corresponde con tener los sentimientos del Hijo que se ha hecho siervo sufriente, hijo obediente y cordero inocente.
Esta configuración con Jesucristo la realiza el Espíritu Santo. Él es quien forma realmente en nosotros a Jesucristo y modela al cristiano y al sacerdote a imagen del Enviado del Padre, venido en carne que permanece con nosotros hasta el fin de los siglos.
He aquí el camino de la vocación del Prado tal y como lo ha recibido del P. Chevrier, con el reto de actualizarlo en los diferentes contextos históricos, culturales y eclesiales que nos toca vivir: “Nos esforzamos por hacernos más dóciles al Espíritu, que nos llama a seguir a Cristo en el pesebre, el calvario y el tabernáculo. Estas son las etapas que han de recorrerse y los signos que deben darse para que los hombres puedan encontrar en su camino testigos de Jesucristo” (C 8; L 121).
a) Por el camino discipular de la encarnación
La configuración con Cristo en el misterio de la encarnación nos impulsa a abrazar la pobreza del Enviado, que siendo rico por nosotros se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2 Co 8,9). Esta opción es fruto de la acción del Espíritu que abre nuestro corazón para seguir a Jesucristo el que siendo Hijo, tomó la condición de siervo para hacernos a todos hijos (Fil 2,1-7). Es importante hacer la experiencia y tomar conciencia de que la opción por la pobreza es fruto del impulso y de la realización del Espíritu en nosotros que nos modela a imagen del Enviado del Padre: “El Espíritu del Padre nos modela según la condición del Siervo y nos impulsa a seguir a Cristo… Estamos seguros de que, mediante esta comunión en la manera de actuar del Verbo nos hacemos más capaces de anunciar el Evangelio a todos los hombres, ricos o pobres, sabios o ignorantes, buenos o malos” (C 9).
La llamada y la decisión de configurarnos plenamente con Cristo en la encarnación es fuente de alegría y nos impulsa a descender, como el Verbo del Padre, a los suburbios de la humanidad para anunciar la Buena Nueva del Reino, que es todo un camino de iluminación y de esperanza. Este es el fundamento de la opción por la pobreza y de la inserción y encarnación en el mundo de los pobres: “Esta gracia que recibimos llenos de alegría, nos compromete en primer lugar a ir con Cristo al pesebre para allí hacernos pobres… Con el Niño de Belén somos enviados, como Iglesia, preferentemente a los abandonados de la sociedad, para abrazar amorosamente sus condiciones de vida: así podrán reconocer, a través de nuestro ministerio apostólico, la presencia de Cristo vivo y su grandeza de hijos de Dios” (C 9). Esta es la experiencia profunda del P. Chevrier en el ejercicio de la misión enraizada en el misterio de la encarnación: “Iré en medio de ellos y viviré su propia vida; esos niños verán más de cerca lo que es el sacerdote, y les daré la fe”
Encarnación: ir a los pobres, vivir su vida, reconocer la presencia de Cristo y conciencia de su grandeza de hijos de Dios.
b) Por el camino discipular del calvario
En todo el proceso vocacional del Prado, que dura toda la vida pero de una manera especial la etapa de discernimiento (Simpatizantes y Primera Formación), tomamos conciencia de la acción formadora y recreadora del Espíritu Santo en nosotros que nos modela a imagen de Jesucristo y nos conduce a hacer su mismo camino.
Asumiendo y abrazando la cruz el Espíritu nos configura a imagen de Cristo, el Hijo obediente, que ha venido al mundo para hacer ante todo la voluntad del Padre que consiste en que los hombres que el Padre le ha dado tengan vida eterna y resuciten en el último día (Jn 6,38-39).
Este es un segundo rasgo distintivo que caracteriza el carisma del Prado, el que lleva la marca de la cruz (1 Co 2,2), siguiendo la inspiración del Espíritu que nos introduce por este camino.
La configuración con Cristo pasa por abrazar con alegría el camino de la cruz, como Pablo que no se gloria sino en la cruz de Jesucristo (Gal 6,14). Este ha de ser un rasgo sobresaliente de nuestra vocación y misión: “El Espíritu de Cristo nos llama a vivir hoy su obediencia filial al Padre, su plegaria de intercesión, su compasión por los pobres y los pecadores, su modo de anunciar la venida del Reino de Dios, su paciencia en la formación de sus apóstoles, sus combates liberadores contra el espíritu del mundo, los ídolos y la falsa religión” (C 10).
La cruz implica asumir la contradicción, la lucha contra el espíritu del mundo que se opone al Reino de Dios, como experimenta Jesús ya en los comienzos de su misión en Galilea (Lc 4,14-30) y también nosotros experimentamos tantas veces en el ejercicio del ministerio. No se trata de buscar el agrado o el aplauso de la gente, sino de realizar el proyecto de Dios, de vivir la obediencia de la fe que el mundo tiende a rechazar para hacer valer sus deseos y proyectos que se oponen al designio salvífico de Dios (Gal 1,10): “Esta vida apostólica comporta cargar alegre y amorosamente cada día con la cruz que proviene de la misión misma, de la solidaridad con nuestros pueblos, de una vida según el Evangelio y de la fidelidad a la Iglesia” (Const 10).
Una misión que lleva en sí el sello de la cruz, de la contradicción, del conflicto, pero nunca como una fatalidad o una carga pesada, sino como la expresión de la alegría y del amor por realizar el designio de Dios, el cumplimiento de su voluntad, como ya hemos expresado más arriba. Es importante que consideremos estos cuatro puntos que señalan nuestras constituciones y que hemos de testimoniar para que la vocación al Prado sea así percibida hoy: la misión misma, la solidaridad con nuestros pueblos, una vida según el Evangelio, y la fidelidad a la Iglesia. El sacerdote es, pues, un hombre crucificado.
c) Por el camino discipular del tabernáculo
El Espíritu Santo, que realiza en nosotros la plena configuración y comunión con Jesucristo, impulsa al candidato o sacerdote del Prado a reproducir en sí mismo la imagen de Jesucristo, el cordero inocente que ofrece su vida para que la humanidad tenga vida en abundancia. Es la comunión e identificación con Jesucristo en la Eucaristía. Esto hace que toda nuestra vida esté presidida por la caridad, por el amor hasta el extremo que convirtió a Jesús en el cordero inmolado, en alimento de vida eterna para la humanidad que le acoge en la fe y le sigue.
En este alimento ha de convertirse también el sacerdote; él, como Jesucristo, ha de llegar a ser buen pan para su pueblo. En esta entrega y ofrenda de toda su vida encuentra su plenitud y fecundidad el celibato, signo del amor total y gratuito de Jesucristo y expresión de nuestra caridad pastoral: “para que este amor llene totalmente nuestra vida y nuestro ministerio, somos llamados a vivir la castidad en el celibato” (Const.11).
Este amor nos lleva a salir a buscar a las periferias, a las encrucijadas, a los márgenes para invitar a los pobres, marginados y despreciados a sentarse en la mesa del Señor. El que ha gustado la Eucaristía y ha sido llamado a hacer el memorial de Jesucristo experimenta la exigencia imperiosa de darse a los demás como alimento para el camino, como bebida de alegría, como ofrenda para la vida del mundo.
Somos muy conscientes de que por nosotros mismos no somos capaces de ser esa transparencia de Jesucristo hoy, de ser nosotros mismos también, como Jesús, personas eucarísticas. Es el Espíritu Santo quien nos transforma y modela a imagen de Jesucristo y nos convierte en pan para ser comido por nuestro pueblo: “El Espíritu de amor que brilla en Cristo resucitado, Pan de vida para todos los hombres, nos hará capaces de convertirnos en buen pan para el pueblo y, en particular, para los miembros de las comunidades que estamos llamados a edificar con los pobres” (Const. 11).
Ser buen pan para nuestro pueblo implica que nosotros mismos nos alimentamos también del pan de la Palabra y de Jesucristo pan de vida, para configurarnos y ser como él de tal manera que nuestro alimento sea hacer la voluntad del Padre y llevar a cabo su obra (Jn 4,35): “En el misterio de la Eucaristía, al comulgar de la Palabra y del Cuerpo de Cristo, somos invitados a ofrecernos cada día en sacrificio, haciéndonos alimento de cuantos buscan una respuesta de amor, verdad y liberación definitiva: Tomaremos como lema de cridad esta palabra de Nuestro Señor: “Tomad y comed”, considerándonos como un pan espiritual que ha de alimentar a todos por la palabra, el ejemplo y la entrega” (Const. 11).
¿Cómo testimoniamos y reflejamos esta comunión con Jesucristo a través de la donación y entrega total de nosotros mismos, hasta llegar a ser verdadero alimento, pan que da vida a nuestras comunidades, a los pobres a quienes hemos de ofrecer la verdadera riqueza, el Evangelio de Jesucristo, que podrán leer en nuestras vidas, en la misión que realizamos y en la Eucaristía que presidimos?
Este camino que hemos descrito sucintamente y que estamos invitados a recordar y profundizar muestra las señas de identidad de la vocación del presbítero del Prado, que nosotros estamos llamados a reflejar y a mostrar con nuestra vida en el ejercicio del ministerio: configurarnos con Jesucristo en la encarnación, la cruz y la Eucaristía y llegar a ser hombres despojados, crucificados y comidos (totalmente entregados). Esto es lo que el P. Chevrier quiere mostrar con la expresión tan profunda y sugerente: “sacerdos, alter Christus”: el sacerdote es la imagen viva, el icono, el sacramento de Jesucristo.
Esta comprensión del ministerio es otra manera de expresar la centralidad de Jesucristo en la vida del sacerdote. El P. Chevrier formula este camino a partir de la mirada teologal sobre Jesucristo a quien él ha tomado como Maestro y modelo desde la Navidad de 1856. El apóstol para configurarse plenamente con Jesucristo en la encarnación, la cruz y la Eucaristía, deberá hacer el camino del discípulo, que tiene su punto de partida, su principio dinámico en el conocimiento de Jesucristo. Conocimiento que produce el amor y lleva al seguimiento. Esta conjunción plena entre el camino del discípulo y del apóstol se expresa también en la convergencia plena entre el Cuadro de Saint Fons y el VD. Dicho con otras palabras, Sacerdos alter Christus tiene el mismo dinamismo y proyección que conocer a Jesucristo es todo, es decir, apuntan en la misma dirección. El mismo P. Chevrier expresa esta convicción en el Primer Reglamento de los sacerdotes del Prado: “Tomamos como divisa estas palabras de los Santos Padres: ‘Sacerdos alter Christus’, para recordarnos constantemente que nuestro gran deber es configurar toda nuestra vida a la de Jesucristo, nuestro Modelo” (1º Reglamento de los Sacerdotes del Prado).
2. CONOCER A JESUCRISTO LO ES TODO
Para llegar a ser como Jesucristo, un hombre despojado, crucificado y comido, el sacerdote del Prado deberá hacer el camino del discípulo y adentrase en el conocimiento de Jesucristo que le llevará a amarle y seguirle más de cerca hasta hacerse lo más semejante posible a él.
Con nuestra vida y propuesta vocacional hemos de mostrar que todo arranca del conocimiento de Jesucristo, como el mismo P. Chevrier ha hecho y repetido reiteradamente: “todo se contiene en el conocimiento que tengamos de Dios y de nuestro Señor Jesucristo. Ningún estudio, ninguna ciencia, ha de ser preferida a ésta. Es la más necesaria, la más útil, la más importante, sobre todo para aquel que quiera ser sacerdote, su discípulo. Porque sólo este conocimiento puede hacer sacerdotes” (VD 113). Esta convicción tan profunda reflejada en el VD aparece también en una carta a los cuatro seminaristas que estaban terminando su formación en Roma: “Crezcan en el conocimiento de Jesucristo, porque esa es la clave de todo. Conocer a Dios y a su Cristo: en eso consiste todo el ser del hombre, del sacerdote, del santo” (Carta 105).
El conocimiento de Jesucristo es la clave de todo y es la matriz de la vocación y misión del Prado:“¿No estamos aquí para esto y nada más que para esto, para dar a conocer a Jesucristo y a su Padre, y darle a conocer a los demás… Saber hablar de Dios y darle conocer a los pobres e ignorantes, eso es nuestra vida y nuestro amor” (Carta181). Para avanzar y progresar en este conocimiento es necesario adentrase en el Estudio del Evangelio.
3. EL ESTUDIO DEL EVANGELIO
El estudio de Nuestro Señor Jesucristo configuró la existencia del P. Chevrier, como hombre, discípulo y catequista de los pobres. Este mismo estudio ha de marcar y configurar la vida de los miembros del Prado, centrándola y unificándola en conocer y dar a conocer a Jesucristo. El Estudio del Evangelio es una gracia, un don del Espíritu que nos hace capaces de actuar como discípulos y servidores del Evangelio. Por esta razón ha de ser también nuestro primer trabajo.
Las Constituciones, que reavivan el dinamismo y la vigencia de esta vocación como una realidad actual y dinámica, nos invitan a sumergirnos con gozo en el Estudio del Evangelio, pues en él se encuentran todos los tesoros de la sabiduría: “Para progresar en el conocimiento de Jesucristo nos comprometemos a estudiar habitualmente el Evangelio y a encarnarlo en nuestras vidas… Dedicaremos un tiempo considerable a este estudio espiritual… Haremos de este estudio un verdadero trabajo que tenga en cuenta la totalidad de la Escritura. Lo realizaremos en la simplicidad de la fe, según la tradición de la Iglesia, sintiéndonos unidos a los pobres, cuya vida compartimos” (Const. 37).
Es importante volver sobre algunas insistencias tan claras y provocativas, que todos conocemos y que son un gran desafío a nuestra fidelidad a la vocación y a la gracia recibida: Estudiar habitualmente el Evangelio; dedicarle un tiempo considerable; hacer de este estudio un verdadero trabajo. Un estudio en profundidad, en toda la Escritura, en la simplicidad de la fe, según la tradición de la Iglesia y en unión con los pobres.
¿Cómo alimentamos nuestra vida de fe a través de este estudio y también nuestra acción pastoral? Un Estudio realizado en este marco y con estas condiciones se convierte en una verdadera escuela donde el discípulo se introduce cada vez en el conocimiento, el amor y el seguimiento de Jesucristo, llegando a la comunión con él. Estamos llamados a hacer el camino que el P. Chevrier proponía: “Que su afecto se dirija sobre todo hacia Nuestro Señor Jesús, a quien ya debes tomar por modelo en todo. Habitúate ya desde ahora a amar mucho a Nuestro Señor y, sobre todo, a estudiar su vida, sus dichos, sus virtudes, para poder imitarle… Estudiar a Jesús para imitar a Jesús” (Carta 13).
¡Cuán necesario es este estudio para poder realizar bien la misión recibida y para reflejar en nuestras vidas los rasgos de Jesucristo!: “Este llamamiento a reproducir en nuestras vidas los rasgos distintivos del Salvador nos exige dedicar mucho tiempo a la contemplación, al Estudio del Enviado del Padre. Para poder alcanzarlo, todo nuestro trabajo consistirá en, guiados por el Espíritu, estudiar a Jesucristo tal como se nos revela en las Escrituras y en la vida de la Iglesia” (Const 12).
4. CONTEMPLAR A DIOS EN LA VIDA DE LOS HOMBRES
El Estudio de Jesucristo en las Escrituras se complementa en el ejercicio de la misión pastoral, donde estamos llamados a contemplar también la vida de la Iglesia y la vida de los hombres a la luz del Espíritu y así vamos permitiendo que él forme a Jesucristo en nuestras vidas en el ejercicio de la misión (Const. 13). La llamada a la plena comunión con Jesucristo y a reproducir sus rasgos de Buen Pastor en el ejercicio del ministerio nos lleva también a compartir la vida de los pobres y abrazar la pobreza para poder anunciar mejor y dar a conocer a Jesucristo: “El Espíritu Santo nos apremia a compartir la vida de los pobres la tierra y descubrir en sus rasos el rostro de Cristo, para poder acoger, en los pueblos a los que somos enviados, el Evangelio que tenemos el encargo de anunciarles” (Const 14). Un medio muy importante para este ejercicio pastoral y espiritual es la Revisión de Vida y también el Cuaderno de Vida.
5. LA MISIÓN
a. Al servicio de la evangelización de los pobres
El Prado no tiene una misión propia, sino que su misión es la de la Iglesia, la evangelización de los pobres. El no puede sustituir a la Iglesia Diocesana en su búsqueda de nuevos caminos para evangelizar a los pobres. Su tarea consiste en recordar permanentemente esta prioridad en nuestras Iglesias. Nuestra colaboración y misión puede definirse como un memorial del encuentro gozoso de los pobres con Jesucristo que interpela la conciencia de todos y mueve las energías de todo el pueblo de Dios, de manera que los pobres puedan celebrar gozosos el banquete del Reino de Dios.
Todos sabemos que “el Prado no tiene un método propio de apostolado, pero sí una orientación apostólica que nos debe caracterizar: evangelizar a los pobres haciéndonos discípulos de Jesucristo y trabajando para llegar a ser parecidos a ellos. Esta es nuestra manera de colaborar en la tarea pastoral de nuestros obispos” (C 25). La evangelización de los `pobres, la inserción en sus vidas y en sus luchas y preocupaciones nos hace entrar en el camino del discipulado, en seguir a Jesucristo más de cerca para realizar su propia misión. Esto nos lleva, “en caso de necesidad, a ofrecernos voluntarios para trabajar en la evangelización de los pobres en diócesis y países donde las necesidades sean particularmente clamorosas” (C 27).
El Prado, como hemos dicho, ha de reflejar en el quehacer apostólico de sus miembros el memorial del encuentro gozoso de los pobres con Jesucristo. “Por esta razón la Asociación de sacerdotes del Prado debe también, como institución, buscar y proponer iniciativas misioneras en función de las necesidades de los pobres, con el fin de que el Pueblo de Dios viva más el amor preferencial de Cristo hacia ellos” (C 18). Un medio muy importante e indispensable para la evangelización de los pobres será la Formación de apóstoles entregados a esta misión.
b. Formar apóstoles pobres para los pobres
Un gran desafío y una exigencia de nuestra vocación pradosiana es la formación de apóstoles pobres para los pobres. Es importante detenernos a reflexionar y revisar cómo cultivamos esta dimensión en nuestra misión evangelizadora. En esto el P. Chevrier es un buen guía y una referencia a tener en cuenta constantemente, como podemos meditar en nuestras constituciones: “El P Chevrier tuvo una especial preocupación por preparar al sacerdocio a algunos jóvenes que no podían air al seminario para hacer de ellos unos sacerdotes pobres, crucificados según Nuestro Señor y destinarlos a obras que exigieran una mayor entrega” (Const. 19).
He aquí un gran reto para el Prado hoy: la formación de sacerdotes y de otros apóstoles y catequistas para los pobres. Es una tradición que ha caracterizado el devenir del Prado en toda su historia y que en ciertos países deberá buscar nuevas vías de realización en circunstancias tan cambiantes y tal vez complejas y menos favorables que en otro tiempo: “La Asociación de Sacerdotes del Prado debe sentirse especialmente responsable de suscitar y formar sacerdotes pobres para los pobres, de entre los mismos pobres, en la medida de lo posible” (Const. 19). Pero no se trata de formar sacerdotes únicamente, sino también otros apóstoles, catequistas, verdaderos testigos de Jesucristo en su condición laical: “la Asociación de sacerdotes del Prado tiene la preocupación constante de formar de diversas maneras apóstoles pobres para la evangelización de los pobres, capaces de anunciarles el Evangelio y acompañarlos en la búsqueda de Dios” (Const. 20).
6. LA VIDA FRATERNA
El ejercicio de la misión, la formación de apóstoles no es una tarea individual, reclama una acción comunitaria, una fuerte experiencia de comunión y de vida fraterna. Sólo en fraternidad podremos vivir con fidelidad nuestra vocación y proponerla a otros hermanos: “la vida fraterna es, pues, en ciertas formar comunitarias, constitutiva de nuestra vocación pradosiana y de nuestra misión” (C 66). Es una vocación que exige un trabajo y una respuesta que han de ser comunitarios, pues nadie puede realizar por sí mismo la obra de Dios, sino en colaboración y comunión con otros: “Nuestra vocación apostólica exige que trabajemos con los demás bautizados en el servicio de congregar al nuevo Pueblo de Dios” (Const. 66).
Nosotros somos conscientes de que necesitamos de los hermanos para vivir nuestra vocación y realizar nuestra misión. De la misma manera nuestra contribución y nuestro servicio pueden ayudar a otros en su camino de discípulos y de apóstoles. Por esta razón los sacerdotes del Prado hemos de estar muy abiertos para acoger a nuestros hermanos: Por esto “acogemos con alegría a los compañeros a los que el Espíritu Santo comunica esta misma inclinación y nos sentimos llamados a buscar con ellos cómo ser signos vivos de Cristo” (Const. 15).
La vida fraterna en el Prado no se reduce a la vida de los equipos, sino que somos llamados a vivirla y testimoniarla en medio de nuestro presbiterio y al servicio de la misión de evangelizar a los pobres en nuestras Iglesias locales, siendo apóstoles de una vida fraterna que será el fruto de la misión que realizamos conjuntamente: “Contribuiremos activamente al desarrollo de la renovación espiritual e intelectual del clero, así como del espíritu fraternal, la cooperación pastoral, el compartir la vida, la vida común, la ayuda mutua y la solidaridad entre sacerdotes” (Const. 68).
7. EL PADRE CHEVRIER UN GUÍA ESPIRITUAL
«Conocer a Jesucristo lo es todo, el resto no es nada». Esta frase del célebre Padre Chevrier nos indica el fundamento mismo de nuestra vida de creyentes y de discípulos. El apóstol de la Guillotière fue un maravilloso educador de la fe, alentando a todos a «conocer, amar y seguir a Jesucristo más de cerca ». Él es un guía en elcamino sacerdotal, para él, también los más pobres, las personas que están en mayor dificultad, tienen derecho a conocer a Jesús y la bondad del Padre, tienen derecho a ser instruidos en la Palabra de Dios y a poder recibir la Primera Comunión. Así, reconociendo su dignidad de hijos de Dios, estas personas pueden encontrar la estima de sí mismas y encontrar mejor su lugar. Santificación y humanización se articulan plenamente en el fundador del Prado.
Uno de los puntos de apoyo del P. Chevrier fue la escucha de la Palabra de Dios, un trabajo constante del Evangelio. En este ámbito, él fue verdaderamente heroico. Nos dejó más de veinte mil páginas de meditación de Cristo en las Escrituras. Ahí encontraba la fuente de su unión con el Enviado del Padre y la inspiración que necesita como formador. El Evangelio de esta misa es la base de toda la escucha de la Palabra de Dios. No hay que equivocarse. Nosotros no somos los primeros en conocer a Jesucristo. El conocimiento de Dios es un regalo de Cristo.
Lo primero es el conocimiento que existe en Dios mismo, entre el Padre y el Hijo, en el Espíritu Santo. «Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar». Jesús eligió dejarnos entrar en el secreto del Dios Trinidad. Él nos hace comulgar en el conocimiento que constituye el corazón mismo de Dios.
1. ¿Qué suscita en ti este perfil sacerdotal del Prado?
2. ¿Qué sístesis vital podrías hacer de estos siete rasgos del carisma del Prado?
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