ALGUNOS SANTOS DE LA PUERTA DE AL LADO
Contemplación apostólica en el Cuaderno de Vida.
En la reciente sesión del Prado Mexicano en el mes de noviembre pasado se meditó y reflexionó lo que el Papa Francisco nos dice sobre los “santos de la puerta de al lado” (GE 7). El P. Emilio en su ministerio contempla y “toca” la santidad.
Emilio Zaragoza Lara.
Diócesis de Tula.
Paz, alegría y confianza en el dolor
A Plácida, una anciana, en su enfermedad, la han hospedado unos vecinos para atenderla, pues vivía sola. Tiene prolapso rectal que le causa mucho dolor y molestias; pero está muy en paz; la alegría se trasluce en su rostro. Le administro los santos Sacramentos. Al final me dice: “Yo creo que la semana próxima me iré para arriba”. ¿Su casa está en el cerro?, le pregunté, pues yo sabía que estaba alojada por sus vecinos. “No, la semana próxima me voy a ir al cielo”. Cuánta confianza tenía en la bondad y amor del Señor. “Yo sé que vive mi Defensor, … ya sin carne, veré a Dios. Sí, seré yo quien lo veré…” (Job 19,25-27). “Padre, en tus manos pongo mi espíritu.” (Lucas 23,46)
Los pobres me evangelizan
Visité a doña Esperanza que estaba enferma. Yo me encontraba un tanto turbado en mi interior; pero al contemplar la paz y la armonía interiores de Esperanza, recuperé la paz. Fui a darle los Sacramentos; pero ella me comunicó su paz y armonía. Ella fue mi ángel del Señor, que me trajo la Buena Nueva. “Gloria a Dios en las alturas y en la tierra paz a los hombres en quienes Él se complace.” (Lucas 2,14)
La sonrisa del amor
Platón, un hombre pobre que vendía paletas y que en las fiestas familiares tocaba el violín junto con su esposa que lo acompañaba con la guitarra, cayó en cama víctima de cáncer. Fui a darle los Sacramentos, lo encontré en su cama con una sonrisa de oreja a oreja. Pese a los dolores de la enfermedad, su sonrisa no desapareció. Adiviné en él un cariño muy grande hacia su esposa y a la gente en general. “Señor, me has dado más alegría interior que cuando ellos abundan en trigo y en vino.” (Salmo 4,8)
Listo para el viaje
Visité a Don Agustín, ya muy enfermo. Le di los Sacramentos. Aunque hacía calor, sus pies ya estaban helados, signo de muerte próxima según la experiencia de vida de mi papá. Al despedirme me dijo: “Gracias, padre, ya estoy listo para irme”, es decir, para morir. “Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación,” (Lucas 2,29 y 30)
Gracias, mi Señor Jesús, que me hacer gozar con estos encuentros sencillos tan llenos de ti y del amor de Abba, que aún sigo paladeando. Al contemplar los rostros de estas personas, me resuenan las palabras del Salmo 131 (130) “
- 1. Canción de las subidas. De David.
Mi corazón, Señor, no es engreído, ni son mis ojos altaneros.
No doy vía libre a la grandeza, ni a prodigios que me superan.
- 2. No, me mantengo en paz y silencio, como niño en el regazo materno.
¡Mi deseo no supera al de un niño!
- 3. ¡Espera, Israel, en el Señor desde ahora y por siempre!”