HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
1er Domingo de Adviento
27 de noviembre 2022
En este domingo celebramos el último domingo del año litúrgico, y lo hacemos profesando nuestra fe en el Señorío de Cristo por sobre todas las cosas, “porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud y por él quiso reconciliar consigo todas las cosas, del cielo y de la tierra, y darles la paz por medio de su sangre, derramada en la cruz”(Col 1, 19-20). Esto parece un atrevimiento frente a los reyes de este mundo, “que gobiernan tiránicamente y oprimen a las naciones”(Mt 20, 25). Los creyentes, no obstante la tiranía de los poderes de este mundo, confesamos que “él(Jesús) nos ha liberado del poder de las tinieblas y nos ha trasladado al Reino de su Hijo amado, por cuya sangre recibimos la redención, esto es el perdón de los pecados”(Col 1, 13).
Esta fiesta resulta una lectura un tanto “política”(en sentido amplio) de la resurrección de Jesús. Reino hace alusión a un pueblo organizado de determinada manera, con un rey a la cabeza. Podemos pensar que fue una imprudencia por parte de Jesús llamar reino a toda su propuesta, porque de esta manera se metió en un “terreno minado” lleno de luchas intestinas por el poder. Obviamente que el reinado de Jesús no es de este mundo, sino que es un Reino de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia, de amor y de paz”(Prefacio), un reino espiritual; sin embargo, esto debe tener sus consecuencias en la organización social y política, por lo cual no podía Jesús renunciar al título de rey. No se trata de un mero simbolismo, sino de una forma concreta de vivir las relaciones como lo pide su realeza en el juicio final: “Entonces el rey dirá a los de un lado: ‘Vengan, benditos de mi Padre, tomen posesión del reino preparado para ustedes desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; era un extraño, y m hospedaron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel y fueron a verme”(Mt 25, 34-36). La realeza de Jesucristo se orienta a gestionar la vulnerabilidad humana y no tanto a la búsqueda de beneficios mezquinos.
Jesucristo, con su manera de proceder descubre un nuevo campo semántico a la palabra rey. Se trata del verdadero significado, que tiene que ver con todo lo contrario a las prácticas de poder, guerras, dominio, riquezas, autoridad, corrupción, lucro, etc. Desde entonces Jesús contempla la política como el ejercicio más noble de la caridad. La política en aquel tiempo tenía una forma monárquica, ahora una forma democrática, de cualquier forma es el ejercicio de la caridad en su expresión más grande, porque implica la gestión del bien común. Si gestionar la caridad personalmente, dando de comer con mis propios recursos a uno que tiene hambre es admirable, cuanto más lo será si se hace organizando los recursos de la comunidad al servicio de un individuo o de muchos, se podrá dar un servicio más integral. Ahora vemos por qué Jesús no podía dejar de hablar de reino y, por tanto, de realeza, está hablando del amor comprometido con el bien común. Entonces, no es que Jesús se meta en política vulgar, sino que la política implica algo sagrado como lo es la administración de la caridad. De igual forma la Iglesia no puede dejar de meterse en política, porque está de por medio el mandamiento del amor al prójimo. La política está obligada a aceptar las reglas del amor y, por lo tanto, de la ética, que aun en el nivel meramente humano significa servir al prójimo. ¿A qué viene esa política ambiciosa de servirme de los demás? Esto es una aberración. Y más distorsionada se ve la política cuando se mira desde el amor de Cristo, el que gobernó desde la entrega de sí mismo, ¡cuánta profanación del amor político, que mira al bien común!
Política es la que hace Jesús desde la cruz, que no es otra cosa que reivindicar la dignidad humana a costa de sí mismo. Vemos todo el escarnio y la burla que enfrenta por parte de los poderes vulgares, que sólo velan por sus propios intereses. Nadie comprendió el servicio del amor más desinteresado que Jesús manifestó desde la cruz. Todos cooperaron para prostituir el amor más sublime, aun aquellos por los que Jesús entrega su vida. Los malhechores que fueron crucificados con él, representan la ceguera de todos y que es la causa de muchos males en el mundo: defenderse de la política de Dios expresada en Jesucristo. Seguimos prefiriendo la política electorera, clientelar, corporativista, la del refresco, la torta y los quinientos pesos. En el malhechor insolente que cuestiona el mesianismo de Jesús porque no se salva de la cruz, con la intención de provocarlo para ver si lo libera a él también, estamos representados todos los que queremos la política de la “tranza”, del robo y los privilegios. Esto es un buen retrato de la forma como funcionamos frecuentemente, conque me salve yo los demás no importan. Recordemos que en la cruz; Jesús, está sirviendo a la humanidad entera: “Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos, soportaba nuestros dolores. Nosotros lo creíamos castigado, herido por Dios y humillado, pero eran nuestras rebeldías las que lo traspasaban y nuestras culpas las que lo trituraban”(Is 53, 4.5).
La institución de esta fiesta, por parte de Pío XI, en 1925, obedece a todo el ambiente secularizante que venía desde el siglo XIX, en el cual se comenzaban a desconocer y contrariar los principios del evangelio, por parte de los poderes de este mundo. Tal vez se trataba del proceso normal de maduración de la autonomía del mundo, pero que se fue viviendo como negación hacia las realidades de la fe. Desde entonces viene este proceso de sacar a Dios y su Iglesia de la convivencia social. Todo el siglo XIX fue una toma de conciencia de la grandeza de la razón, que por medio de la ciencia y el proceso tecnológico que se había desatado iba ocupando los espacios que anteriormente ocupaba la Iglesia con su teología. La humanidad llegaba, así, a la mayoría de edad, lo cual era de aplaudirse si no fuera porque significó, también, ataque y persecución contra el mundo de la fe. Desde entonces la Iglesia comenzó a despertar y movilizar a su feligresía, con el fin de tener una presencia más testimonial y apologética de la fe. Podemos decir que en aquellos tiempos comenzó el movimiento laical de una forma más explícita que ha conducido a la conciencia actual, donde estamos hablando de la dignidad del bautismo y del sensus fidei, la infalibilidad del pueblo de Dios cuando cree. De todo se vale Dios para que todo vaya encontrando su lugar. Todo esto afectó también a la política que se independizó de los valores que defiende la fe, alejándose cada vez más de ellos.
La realeza que Jesús defiende desde la cruz, y de la cual todos se burlan, es la que ha propuesto a lo largo de su misión: “Vayan y cuenten a Juan lo que acaban de ver y oír: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan y a los pobres se les anuncia la buena noticia…”(Lc 7, 22; cfr. 4, 18-19). Llama la atención el diálogo de Jesús con los malandros que están a su lado. Sólo Lucas se detiene en este detalle, Mateo y Marcos hacen una referencia de pasada. Tal vez podamos ver en este episodio la característica principal del servicio real de Jesús. Lucas es muy sensible al ministerio de Jesús hacia los pobres, enfermos y pecadores. Desde el evangelio de la infancia(cps 1-2), Jesús estará rodeado del amor de la gente humilde, que le trasmite su alegría por la amistad con Dios y un sentido muy profundo de misericordia: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios, nos visitará el sol que nace de lo alto, para iluminar a los que están en tinieblas y en sombra de muerte, y para dirigir nuestros pasos por el camino de la paz”(Lc 1, 78). Desde el comienzo de su misión se presenta como el rey ungido por el Espíritu Santo(Lc 4, 18), que anuncia las bienaventuranzas de la pobreza: “Dichosos los pobres, porque de ustedes es el reino de Dios…”(Lc 6, 20-23). Creo que no hay una exposición más elocuente de la misericordia de Dios que la contenida en las parábolas de la misericordia en el capítulo 15: “Les aseguro que del mismo modo se llenarán de alegría los ángeles de Dios por un pecador que se convierta”(Lc 15, 10). De igual modo, siempre estuvo advirtiendo del peligro de las riquezas si no se ponen al servicio de los más necesitados(Lc 16, 9-13; 19-31; 18, 18-30; 19, 1-10: 21, 1-4).
Mientras los “sabios y entendidos”(Lc 10, 21) se burlan de Jesús, los sencillos de corazón aceptan el evangelio. Según el buen ladrón ellos merecían el castigo y, sin embargo, Jesús le anuncia: “yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”(Lc 23, 43). Es una buena imagen de cómo nos encontró a todos y cómo nos rescató. No sabemos si el mal ladrón se arrepintió, pero es claro que Jesús salió a su encuentro hasta el abismo de su vida.