DOMINGO I DE CUARESMA
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 21 de febrero de 2021
Mc 1,12-15
Al estar iniciando el tiempo de cuaresma, la palabra de Dios nos invita a entrar en el optimismo de la salvación, que justifica que nos metamos en el penoso camino de cuaresma. Como si nos presentara “la tierra prometida” antes de iniciar la travesía por el desierto cuaresmal. La alianza que establece Dios con Noe(1a. Lectura), nos recuerda la alianza definitiva que Cristo ha venido a sellar de parte de su Padre, por medio de su entrega en la cruz. La Pascua deberá iluminar todas nuestras prácticas de cuaresma, para que tengan validez frente Dios(Mt 6, 4. 6. 18). San Pedro nos habla del sacramento del Bautismo como el compromiso de amor de Dios que nos recrea. Aprovechando nuestra rebeldía Dios hace un derroche de compasión en Cristo que “murió, una sola vez y para siempre, por los pecados de los hombres; él, el justo, por nosotros, los injustos, para llevarnos a Dios…”(2a. Lectura). Haremos un mini catecumenado para renovar la gracia del bautismo, que nos haga vivir, cada vez más, desde Cristo(Gal 2, 19-20).
El evangelio nos habla del Espíritu Santo, del reino de Dios y evoca el paraíso. En el fondo se refieren a lo mismo: el proyecto de Dios para la humanidad. Este es como la “casa paterna” de la que siente nostalgia el hijo pródigo cuando se encuentra pelando con los cerdos la comida. Un “chispazo de dignidad”, provocado por el recuerdo del amor de su Padre, lo despierta del sueño del pecado que lo ha conducido a aquella situación y lo impulsa a emprender el camino de regreso(Lc 15, 18). Quien no tiene la capacidad de indignarse contra el mal al punto de sentirse pecador, será ultrajado una y otra vez por su egoísmo. Es una gracia el llegar a sentirnos pecadores. No es lo mismo que sentirnos culpables. En la experiencia del pecado el centro es el amor de Dios que hemos traicionado. Sin duda sentiremos remordimientos, pero podremos ir más allá, hasta la alegría del cielo por un pecador que se convierte(Lc 15, 7. 10).
En el puro sentimiento de culpa, el centro somos nosotros que nos creemos inmaculados y nos defraudamos, dizque “nos fallamos a nosotros mismos”. Esto puede llegar a ser imperdonable, porque la auto idolatría nos hace intolerantes. La expectativa de Dios sobre nosotros es la que nos corresponde, es justa y serena; la nuestra siempre es pretensiosa y cruel. Dios siempre nos perdona, nosotros a veces. Nos conviene más arreglar esto de nuestra culpabilidad con Dios antes que con nosotros mismos o con los demás. Es mejor caer en manos de Dios que en manos de los hombres(2 Sam 24, 14). En nuestro tiempo, tenemos miedo hablar del pecado y sin embargo va en aumento la tipificación de delitos. Pareciera que no nos gusta que nos llamen pecadores, pero sí delincuentes. Preferimos que nos juzguen los hombres antes que Dios. El Papa Francisco, por el contrario, alguna vez dijo: “pecadores sí, delincuentes no”.
Como a Jesús, el Espíritu Santo nos deberá impulsar también a nosotros a entrar en el combate espiritual, para que el proyecto original de Dios sea restablecido. Nos dice Marcos que Jesús “vivió allí entre animales salvajes”, lo cual nos hace pensar en el paraíso perdido. Jesús sería el nuevo Adán que viene a restablecer la relación con Dios, con los hermanos y con la naturaleza. En el principio Dios creo el cielo y la tierra y vio que era muy bueno(Gn 1, 31). Para salvar la radicalidad de la bondad de la creación y, por lo tanto, del amor de Dios es que se habla del pecado. Es la forma que el autor sagrado encontró para salvar el optimismo de la vida. ¿Cómo explicar los límites, el mal, el sufrimiento, la muerte, que amenazan con deprimirlo todo? No hay de otra más que decir, o que el mal ya estaba en el proyecto original(lo cual inculpa a Dios) o que surgió por el abuso de la libertad: “por el pecado entró el dolor en el mundo…”(Rom 5, 12). La originalidad de la fe bíblica, frente a los demás pueblos, es su idea de creación, en la que se deslinda al creador y su proyecto original de lo que vino después: violencia, muerte, o sea, del pesimismo universal.
El reino de Dios que Jesús anuncia es signo del optimismo radical que lleva en su corazón. Sin serle ajena la maldad que aqueja al mundo, lo veremos a poco andar en el evangelio de san Marcos cómo a cada momento fue acechado por el malignos y, sin embargo, Jesús se decide con toda su mente, su corazón y sus fuerzas por la bondad radical de Dios. El bautismo y el desierto le inculcan en lo profundo de su ser los ideales del reino, anuncia con toda seguridad su presencia porque lo verifica en él. En el desierto Jesús se enfrenta al dilema que se les presentó a Adán y Eva, de creer y creerle a Dios o de dudar sobre la rectitud de intención sobre nosotros.
Tendremos que hacer nuestro el optimismo radical sobre la vida que se encuentra en el evangelio, en esta cuaresma, para denunciar con toda su fuerza la cultura de muerte que amenaza nuestro corazón y la convivencia humana. Para ello deberemos “acoger y vivir la Verdad que se manifestó en Cristo, dejarnos alcanzar por la Palabra de Dios, que la Iglesia nos trasmite de generación en generación”(Francisco). El paradigma de que unos lucren con la muerte de sus hermanos tiene que ser combatido y superado. El progreso, el desarrollo sigue siendo para unos cuantos a costa del hambre de muchos. Lo que sucede con las vacunas covid es un reflejo de lo que siempre ha sucedido: salvarse a sí mismo sin pensar mucho en los demás, la ley del más fuerte. El pecado original consistió precisamente en un acto de soberbia, querer ser como Dios en base a la mentira.
El Papa Francisco, en su mensaje de cuaresma, nos invita a renovar la esperanza, nos dice que: “El tiempo de cuaresma está hecho para esperar, para volver a dirigir la mirada a la paciencia de Dios, que sigue cuidando de su Creación, mientras que nosotros a menudo la maltratamos(LS, 32-33; 43-44). Es esperanza en la reconciliación, a la que Pablo nos exhorta con pasión: “Les pedimos que se reconcilien con Dios”(2Co 5, 20). Al recibir el perdón, en el sacramento que está en el corazón de nuestro proceso de conversión, también nosotros nos convertimos en difusores del perdón… En la cuaresma, estemos más atentos a <<decir palabras de aliento, que reconforten, que fortalecen, que consuelan, que estimulan>>, en lugar de <<palabras que humillan, que entristecen, que irritan, que desprecian>>(FT, 233). A veces, para dar esperanza, es suficiente con ser <<una persona amable, que deja a un lado sus ansiedades y urgencias para prestar atención, para regalar una sonrisa, para decir una palabra que estimule, para posibilitar un espacio de escucha en medio de tanta indiferencia>>(FT, 224).
Será importante desde el principio de nuestro camino cuaresmal ponernos en la perspectiva correcta, la de la adoración en espíritu y en verdad. El miércoles de ceniza Jesús nos presentaba la actitud adecuada para vivir este tiempo: “No hagan como los hipócritas”, repetirá por tres veces, con ocasión de la prácticas de la limosna(Lc 6, 2), de la oración(Lc 6, 5) y del ayuno(Lc 6, 16). Realizar cada una de estas prácticas desconectadas del conjunto de la justicia y misericordia de Dios no sirve de mucho. Sobre cada una de ellas pesará la sospecha de apariencia si no nos conducen al seguimiento total de Jesús: “¿Es que pueden estar tristes los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Llegará un día en que les quitarán al novio; entonces ayunarán”(Mt 9, 15). Es la respuesta de Jesús a quienes le reclaman el ayuno sin creer en él. Como si Jesús les reprochara que de nada les sirve ayunar, ya que no creen en él. Las penitencias cuaresmales son relativas a la experiencia de Jesucristo. Son una ejercitación en la renuncia de sí mismo necesaria para seguir a Jesús, simbolizada en la cruz(Mc 8, 34-36). Si nuestras penitencias no nos adentran en el misterio del amor de Cristo, entonces excitaran nuestro amor propio, seremos nocivos para los demás.
En lo que respecta al ayuno, la intención original de Dios Yahvé fue para que su pueblo “aprendiera que no sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca del Señor”(Dt 8, 3). Jesucristo es la Palabra pronunciada por Dios que “a todos aquellos que creen en su nombre, les dio poder para ser hijos de Dios”(Jn 1, 12). Además de que el ayuno que le agrada consiste en: “soltar las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropa al desnudo y que no te desentiendas de tus semejantes”(Is 58, 6-7). Y si esto se hace compartiendo los sentimientos de Cristo, mejor(Flp. 2, 5).
Que el Espíritu Santo nos contagie con la ilusión del reino predicado por Jesucristo, para que nuestro itinerario cuaresmal sea un combate por la fe en Dios, la fraternidad y la paz. Que María, digna morada del Espíritu, interceda por nosotros.