– Meditación –
MEDITACIÓN DEL EVANGELIO DEL DOMINGO XXV ORDINARIO (A).
Mons. Luis Martín Barraza
Torreón
24 de septiembre de 2023
Al ir caminando rumbo a Jerusalén, Jesús, narra una parábola con la que ilumina un dinamismo profundo del corazón humano, y le denuncia amorosamente los límites de su mirada. La tendencia a ponerse al centro y a adueñarse de todo, al punto de perder el sentido del don es muy fuerte. Si no se le despierta a la vida de la gracia puede quedar encerrado en sí mismo, sin dejar lugar para el otro, mucho menos para el que sufre. En esto consiste la tarea evangelizadora, ayudar a entrar en la sana conciencia de que tenemos asegurada nuestra dignidad, nuestro ser, antes de que merezcamos algo, incluso cuando nos sentimos muy indignos. Corre peligro la humanidad si no es sanado su corazón con la experiencia de la providencia de Dios: “Por eso les digo: No se inquieten pensando qué van a comer o a beber, para subsistir, o con qué vestirán su cuerpo. ¿No es más la vida que el alimento y el cuerpo que el vestido? (Mt 7, 25). Quedaríamos completamente a merced de las leyes del mercado.
La parábola del propietario que sale a contratar trabajadores para su viña es el anuncio de una buena noticia que nos beneficia a todos. Todos vivimos de una oportunidad que se nos ha dado, ninguno se ha “contratado” a sí mismo. Algún mérito tendría los que fueron contratados a la primera hora, pero “si el Señor no construye la casa en vano se cansan los albañiles, si el Señor no guarda la ciudad en mano vigilan los centinelas…” (Sal 127, 1). Nos hace bien medirnos frente a la libertad Absoluta, para ubicar nuestra libertad. Es saludable hacer la experiencia de relativizar todos nuestros criterios y esquemas, tan arraigados en lo práctico y lo útil. El ser humano tiene unas dimensiones que no caben en las matemáticas o en los parámetros del negocio. Desde luego que los números han ayudado a humanizar la vida, pero no lo es todo. Claro que, en la parábola, el problema no es el número de horas trabajadas o la cantidad de producto obtenido, sino la actitud que procede de una mentalidad mercantilizada: “tanto tienes tantos vales”. Para quien pone el valor de las personas en el tener o el producir, y quiere imponer estos criterios a Dios, lo más seguro es que se desilusione profundamente después de escuchar a Jesús. Es admirable la elocuencia con la que denuncia lo más mezquino del corazón humano: “Amigo yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete” (Mt 20, 13-14). Hay que ser muy comprometido con la historia, muy responsables, pero, respetando siempre la libertad de Dios, no sólo cuando no nos quede de otra.
El que crece pensando que son sobre todo sus méritos los que lo tienen en el lugar en que está, sufrirá mucho y hará sufrir. Esta parábola viene a poner en cuestión la soberbia con la que tenemos organizada nuestras sociedades, donde supuestamente los lugares “importantes” los ocupan quienes se lo han merecido. Algún mérito deberá tener, pero de ahí a creerse los únicos que merecen y cobrar demasiado cara su posición, puede ser enfermizo. Por razón de méritos, en algunos asuntos, hay mucha gente mejor y con más compromiso que los que son visibles ahora. Aún en las posiciones que son el resultado de mucha competencia y astucia de quien lo logra, recibe algo que no merece completamente. Lo peor de todo, en esto, es creérsela que ha “comprado” peso por peso lo que posee. Qué bueno que se promueva la concientización del valor de cada uno, pero nunca al grado de encerrarlo en su yo absoluto. Además, incentivar demasiado la competencia olvidando los valores más altos que está en juego, nos mete por caminos de mentira y de violencia. Muchos no merecen el lugar que ocupan, considerándolos desde sus méritos (morales, espirituales, laborales, de compromiso, etc). Muchas de las competencias y procesos para elegir a “los mejores” están amañados, “truqueados”, ideologizados.
Exagerar en el protagonismo humano que desconoce el de Dios, nos mete por los caminos de “la ley del más fuerte”, donde unos pocos se van adueñando del mundo. Seguramente que esta parábola responde a una realidad donde algunos querían adueñarse de Dios o del evangelio por algunas obras buenas que habrían hecho. Estos pudieran ser los judíos más observantes del tiempo de Jesús o los cristianos de la primera llamada, después de Jesús. La fe, en última instancia, es la invitación a dejarse ayudar con la carga de pretender salvarse a sí mismos: “Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo los aliviaré” (Mt 11, 28). Las parábolas son muy amables, presentan las verdades más profundas y radicales apelando a la belleza de las palabras que encantan y seducen. Sin embargo, dicha parábola, contiene el sello de la Palabra de Dios “que es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo… No hay criatura oculta a su vista, sino que todo está patente a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuentas” (Heb 4, 12-13). Estamos en el mes de la biblia y en este texto tenemos una prueba de cómo “la Palabra de Dios es lámpara para nuestros pasos, luz en nuestro camino” (Sal 119, 105).
Ya hemos dicho, en otra ocasión, cómo las parábolas reflejan una gran confianza en la inteligencia de Dios sobre las contradicciones del mundo. En este caso Jesús enfrenta el conflicto entre la justicia divina, que le debe dar a cada uno lo que le corresponde, y la generosidad de la gracia, que da de sí mismo al otro, que generalmente no lo merece; el mérito no está en el que recibe, sino en el que ofrece. Desde aquí, podemos decir que Jesús denuncia la mezquindad del hombre que, más o menos, siempre practica un amor interesado y presume su generosidad. Si Isaías habla del abismo entre los pensamientos de Dios y los de los hombres desde el malvado y el criminal, Jesús resalta la diferencia entre Dios y los hombres, también desde la gente observante, cuando es envidiosa.
Jesús parece poner en cuestión los criterios de competitividad, de eficiencia, con los que se conquistan los puestos importantes en la vida. Pero, siendo justos, pone en cuestión y denuncia sólo a quienes se la creen que dichos criterios los hacen superiores a los demás y reclaman su exclusividad. Esto acarrea un gran problema porque los poderes y poderosos de este mundo están constituidos gracias a la dinámica del mérito. No hablamos sólo de los poderes económicos, sino, también, de la honorabilidad, la respetabilidad, la importancia de las personas depende de la trayectoria que tengan. Quitamos esta dinámica y amenaza caos, porque se terminarían, para muchos, las motivaciones para llevar una vida recta.
Jesús nos habla, ahora, de un don frente al cual no hay mérito que valga. Estamos completamente en el terreno de la fe, desde la cual vivimos en una relación de dependencia total de otro. En este mundo donde cada vez más se nos llenan de intereses las relaciones, nos hace bien cultivar una relación totalmente desinteresada. Hacer la experiencia de que hay alguien al que no podemos sobornar, que se mantiene completamente libre después de nuestros intentos de agradarle, nos acarrea mucha salud interior. Casi podemos decir que hemos ido perdiendo el rumbo en la medida en que nos hemos acostumbrado a manipular todo, a negociar todo. La superficialidad de la vida que nos enfrenta a retos manipulables nos da la sensación de que todo está en nuestras manos, de que todo depende de nosotros. Nos angustia, lo que no podemos controlar. En realidad, la necesidad de dominar, de poseer es una mala costumbre, no es esencial a nosotros, no es algo que se nos deba. Confrontarnos con el misterio de Dios nos da la libertad de estar frente a algo que no podemos comprar ni sobornar. Se trata de Alguien frente al cual siempre tendremos que decir: “Somos siervos inútiles, sólo hemos hecho lo que teníamos que hacer” (Lc 17, 10), esto no obstante que hayamos hecho algo extraordinario desde el punto de vista meramente humano. Quien sea capaz de hacer esto es como “quien confía en el Señor…, será como un árbol plantado junto al río, que alarga hacia la corriente sus raíces, nada teme cuando llegue el calor…” (Jer 17, 7-8). Es bueno medirnos con quien no se deja someter a nuestros caprichos, para que nos ubique en nuestra realidad. Pareciera que se trata de algo enfermizo, de falta de autoestima, pero es la gran oportunidad de trabajar nuestra humildad, la verdad de lo que somos.
Tal vez san Pablo sea un ejemplo de quien está convencido de que la salvación viene por la fe y no por las obras (Ef 2, 8-9). Eso le permite tener una paz y una libertad, que todo le parece una bendición, tanto si vive como si muere. Para él Cristo es el signo de una salvación que es pura misericordia de Dios, algo totalmente opuesto al mérito: “Porque en cuanto seguidores de Cristo, lo mismo es estar circuncidados que no estarlo, lo que vale es la fe que actúa por medio del amor” (Gal 5, 6).