COMENTARIO EXEGÉTICO-ESPIRITUAL
“Un Lúcido Discernimiento” …
Domingo XXV del Tiempo Ordinario Ciclo C
18 de septiembre de 2022
P. Raúl Moris,
Prado de República de Chile
“Jesús decía a los discípulos: Había un hombre rico que tenía un administrador, al cual acusaron de malgastar sus bienes. Lo llamó y le dijo: “¿Qué es lo que me han contado de ti? Dame cuenta de tu administración, porque ya no ocuparás más ese puesto”. El administrador pensó entonces: “¿Qué voy a hacer ahora que mi señor me quita el cargo? ¿Cavar? No tengo fuerzas. ¿Pedir limosna? Me da vergüenza. ¡Ya sé lo que voy a hacer para que, al dejar el puesto, haya quienes me reciban en su casa!”. Llamó uno por uno a los deudores de su señor y preguntó al primero: “¿Cuánto debes a mi señor?”. “Veinte barriles de aceite”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo, siéntate en seguida, y anota diez”. Después preguntó a otro: “Y tú, ¿cuánto debes?”. “Cuatrocientos quintales de trigo”, le respondió. El administrador le dijo: “Toma tu recibo y anota trescientos”. Y el señor alabó a este administrador deshonesto, por haber obrado tan hábilmente. Porque los hijos de este mundo son más astutos en su trato con los demás que los hijos de la luz. Pero yo les digo: Gánense amigos con el dinero de la injusticia, para que el día en que éste les falte, ellos los reciban en las moradas eternas. El que es fiel en lo poco, también es fiel en lo mucho, y el que es deshonesto en lo poco, también es deshonesto en lo mucho. Si ustedes no son fieles en el uso del dinero injusto, ¿quién les confiará el verdadero bien? Y si no son fieles con lo ajeno, ¿quién les confiará lo que les pertenece a ustedes? Ningún servidor puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al Dinero”.
(Lc 16, 1 -13)
Comentario
La distinción entre “Hijos de este mundo” e “Hijos de la Luz”, con que se cierra la parábola inicial de este pasaje, no es propia del Evangelista, sino que se acuña en el seno de las comunidades Esenias, comunidades de un judaísmo purista y rigorista, que florecía ya antes de Cristo en Qumram, en las inmediaciones del Mar Muerto; desaparecidos los Esenios en la época en que Lucas redacta el Evangelio, su lenguaje se filtró hacia algunas de las nuevas comunidades –ahora cristianas- que comenzaban a poblar Palestina y Siria. Esta filtración, sin embargo, no estuvo exenta de riesgos, uno de los cuales fue la neurosis de la pureza extrema, que llevó a los Esenios a cortar todo vínculo que los atara al mundo, convirtiéndolos en una comunidad separada, de marcado tinte dualista, en espera y estricta preparación para el fin de los tiempos. -neurosis que con frecuencia aparece en el devenir de los grupos religiosos y de la cual el cristianismo no ha estado exento (así sucedió mas tarde con los Gnósticos, con los Maniqueos, con los Cátaros, etc.)
Sin embargo, el Evangelio que en este pasaje se anuncia, a pesar de haber asumido esta distinción aledaña al cristianismo, está lejos de este afán de segregación dualista, que genere comunidades de espaldas al mundo, que desconozcan el terreno hacia donde debe tender su acción, sino insertas en él para transformarlo desde dentro con el anuncio misionero, comunidades de discípulos capaces de aprender a seguir al Señor tomando como pretexto, y extrayendo lecciones, incluso de aquellas realidades más apartadas de Jesús, a las que tendrán que llegar con la noticia de la salvación. Es por esto que, incluso en la deshonesta actitud que destaca Jesús en la parábola del Administrador infiel, el discípulo ha de encontrar ocasión de aprendizaje para la fidelidad al proyecto de Jesús.
Sin embargo, para poder comprender nosotros con provecho, qué es lo que está destacando Jesús en esta parábola, hay que hacer algunas aclaraciones acerca del contexto cultural en el que se origina. Conocemos esta parábola como “El Administrador Deshonesto”, sin embargo, ¿Es deshonesto porque está dilapidando los bienes de su Señor? ¿Porque se enriquece a costa de su buena fe?, ¿Porque abusa de los acreedores a partir de los bienes que han sido confiados a su administración? Al parecer, el problema que tiene el amo con el su administrador radica en la dilapidación, en la malversación de sus bienes: se le ha encomendado ocuparse de los bienes de su Señor pero su gestión ha sido deficiente, de eso es lo que se le pide cuentas; pero sobre este punto la parábola no ahonda más, lo que destaca el relato es lo que a nuestra mirada contemporánea nos parece más deshonesto, y que, no obstante, en las palabras de Jesús aparece signo de sagacidad: a saber, el modo de salir lo mejor posible del mal paso: el discernimiento entre medios y fines que habrá de hacer el administrador.
Esto merece sí una breve explicación: en el mundo antiguo no existía el concepto de interés como salvaguarda de la devaluación del dinero, o como ganancia legítima que el dinero puede suministrar; la riqueza se mide en bienes sólidos y tangibles, el valor simbólico del dinero, y los elementos intangibles en la economía tardarán todavía prácticamente un milenio en hacer su aparición.
Un administrador recibía su salario de la propia habilidad para concretar un negocio; así, si un hombre confiaba una cierta cantidad de bienes a un administrador y éste los vendía o prestaba por un valor mayor que el que los bienes poseían, o el que había sido pactado entre el dueño y el administrador, esa ganancia –gestionada por la capacidad de este último en sus negocios- era considerada legítimamente propia; en eso consistía su oficio: en la habilidad para especular con los bienes puestos bajo su custodia se jugaba su sueldo. Cuando el administrador de la parábola rebaja las cantidades de especies adeudadas al amo, no está quitando nada al dueño, (ni tampoco devolviéndole nada) sino solamente está restando de aquello que él mismo habría agregado al pagaré pactado con el deudor en su momento para así asegurarse una ganancia cuantiosa.
La sagacidad del administrador es, en realidad, doble; primero, porque así negocia un modo más o menos honorable de salir airoso de la situación que se le avecina, y segundo –y aquí sí que es una enseñanza que va a estar estrechamente relacionada con la segunda parte de este Evangelio- porque acaba de hacer un discernimiento acerca del dinero en términos de medios y fines; un discernimiento que pone a este evangelio en sintonía con un concepto que el Antiguo Testamento había desarrollado en los textos sapienciales, a saber, la Hokmah, la sabiduría práctica, el saber obrar; ese saber que el Rey Salomón pedía de lo alto, para poder “conocer el juicio y las leyes” y así administrar la justicia y gobernar a su pueblo. (cf. Sab 9).
Lo que se alaba del administrador deshonesto, es que, en la angustia del momento presente, ha llegado a experimentar ese saber práctico (que los griegos, por su parte, llamaban Phrhónesis: Prudencia), que le permite, a pesar del apremio de la situación, hacer el discernimiento lúcido que le abrirá las puertas para el cambio radical de vida que se le Avecina.
Es fácil caer en la tentación de dejar de hacer este discernimiento, máxime cuando lo que nos apremia es ganar dinero para salir de las situaciones de estrechez económica en las que nos vemos metidos con tanta frecuencia; es demasiado fácil olvidar que el dinero es sólo un medio, nunca un fin, y que si lo tomamos como fin, nos encontraremos en algún momento vacíos, aunque nuestra billetera esté a punto de reventar; es demasiado fácil hacer del dinero, o de los recursos, un ídolo, y así lo subraya con toda claridad este relato, más cuanto que, cada vez que se habla del dinero en ella, se usa metafóricamente el nombre propio “Mamonás”, la transcripción griega de Mammón, el nombre de un dios cananeo (o fenicio) de la abundancia y las riquezas, rebajado por la tradición judaica como personificación del demonio de la avaricia.
No es que no sea objetable la actitud del Administrador de la Parábola, sin embargo, lo que unifica y da sentido a todo este pasaje del Evangelio, no es tanto ese juicio, sino la oposición entre las actitudes de fidelidad y justicia del vers. 10, y que corresponde quizá al texto que da origen a toda la parábola.
Cabe hacer, todavía dos precisiones; una sobre el término griego “pistós”, que tiene en griego (como en castellano el término “fiel”) la doble connotación de “creyente” y “confiable”: Quién es para Jesús aquél que es confiable en cualquier asunto, tanto pequeño como grande, tanto ajeno como propio; sólo aquel que tiene su corazón firmemente enraizado en el Señor; arraigo desde el cual se ha de hacer el discernimiento de qué es lo necesario y qué es lo suntuario, qué cosas son medios y cuál es el fin.
En otras palabras: no podemos poner al Señor y su Evangelio dentro de los grandes principios y directrices de nuestros discursos y propósitos, sin que sea ésta también la opción fundamental, es decir, la que cimienta todos los gestos, acciones y decisiones de nuestra vida, aún las más insignificantes y aparentemente ajenas; si obramos de otra manera, esas pequeñas decisiones y acciones, esos pequeños gestos de todos los días se transformarán en el lamentable y flagrante desmentido de aquello en lo que afirmamos creer, de Aquél en quien decimos esperar y a Quién aseguramos seguir.
La otra precisión se sigue de inmediato de la primera y es acerca del segundo término de la oposición, que no es como se podría esperar “apistós” “infiel” sino “adikós”, “deshonesto”, literalmente: “injusto”, que en el lenguaje del Nuevo Testamento sindica a aquel que construye su vida al margen de Dios, de sus Palabras y Promesas; en este vivir al margen del querer de Dios, se origina toda infidelidad, se está expuesto a toda tentación, se convierte el hombre en siervo de cualquier idolatría.
Lo que aprendió a la fuerza el administrador de la parábola es a liberarse de la idolatría de la acumulación –que siempre es injusta, tanto en la connotación recién aludida, es decir no refleja más que nuestro vacío de Aquél en quien radica el verdadero sentido, Dios, como en la connotación ordinaria: lo acumulado por uno es siempre algo que pudiera ser mejor empleado para asistir a otros-; lo que hemos de aprender nosotros de esta pasaje es desde dónde hemos de situarnos para hacer el discernimiento que ordena nuestra vida y que nos conduce en la dirección de la vida a la que nos invita el Señor, desde dónde hemos de situarnos para hacer el discernimiento que ponga las cosas en su lugar y nos permita construir una vida con sentido, una comunidad más solidaria, una sociedad más equitativa en el reparto y el uso de los bienes que el Señor proveyó para el disfrute de todos.
Raúl Moris G. Pbro.