DOMINGO V DE CUARESMA
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 21 de marzo de 2021
Jn. 12, 20-33
Estamos cada vez más cerca de la celebración de la muerte y resurrección de Jesús. En el evangelio que meditamos Jesús aparece, desde ya, venciendo a la muerte, enseñando a sus discípulos su significado: “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado”(Jn 12, 23). Con motivo de una muestra de fe que trasciende las fronteras del judaísmo -unos griegos preguntan por él- Jesús proclama su hora. Toda su misión la vive en tensión al cumplimiento de su hora, manifestación de la plenitud de su amor. Además, será la ocasión de poner de manifiesto la libertad con que Jesús se encamina a su hora.
La libertad de Jesús para entregar su vida es un tema favorito de Juan, casi lo hace responsable de su muerte: “El Padre me ama, porque yo doy mi vida para recuperarla de nuevo. Nadie tiene poder para quitármela; soy yo quien la doy por mi propia voluntad”(Jn 10, 17). Claro que Juan sólo quiere subrayar la superioridad de Jesús sobre las intrigas humana. En la última cena lo presenta como dueño totalmente de la situación cuando le dice a Judas: “Lo que haz de hacer, hazlo pronto”(Jn 13, 27). La muerte de Jesús no será un accidente o la simple ejecución de un malhechor, sino la entrega libre de quien sabe amar “a los suyos” hasta el extremo(Jn 13, 1). Ahora mismo, le sirve el interés mostrado por los griegos para mostrar su Señorío sobre los acontecimientos que están por suceder. El que tiene el corazón orientado al servicio de Dios y sus hermanos, cualquier pretexto le sirve para ofrecerle su obediencia.
Jesús destruirá la muerte definitivamente con su resurrección, pero toda su misión será un continuo vencer a la muerte por medio de signos y palabras. Ahora, cerca de su pasión, nos revela el misterio de su muerte, seguirá la dinámica del grano de trigo sembrado en la tierra. No será humillado por la muerte, a pesar de “los insultos y salivazos”. Por el contrario, será una muerte honrosa -“glorificación”- porque Jesús la ha diseñado de tal modo que signifique su amor por el Padre(Jn 14, 31) y el juicio que del mundo ha hecho: “Está llegando el juicio de este mund(Jn 12, 31; Jn 16, 18). La muerte de Jesús es la más fecunda porque en ella resplandece la verdad de Dios sobre el mundo: Él ama entrañablemente al mundo. Pero, al mismo tiempo, denuncia lo más perverso que hay en el corazón del hombre, que es la causa de la muerte y sufrimiento de la humanidad. La manipulación de la religión y del poder temporal fueron la causa de la muerte de Jesús. En el fondo está la oscuridad de la mentira.
Jesús enseña a sus discípulos la “astucia” de la fe. Que el desgaste de la vida y su conclusión final nunca sea intrascendente, un simple evaporarse, sino un “sembrarse” para que la vida se multiplique en abundancia para este mundo. Que nuestro morir cotidiano y el definitivo rindan siempre frutos para la justicia, la esperanza, la fraternidad universal. Esto sólo es posible siguiendo la sabiduría de la cruz, el camino de la obediencia a la voluntad de Dios, como lo hizo Jesús que “a pesar de que era el Hijo, aprendió a obedecer padeciendo…” Cualquier otro camino nos conducirá a ser humillados por la muerte.
La muerte será humillante cuando hayamos vivido para nosotros mismos, cuando nos encuentra encerrados en nuestro egoísmo. Por eso Jesús nos propone “aborrecernos” a nosotros mismos, lo cual no significa hacernos daño en nuestra integridad física o en nuestra dignidad, sino crucificar en él las actitudes que desfiguran nuestra imagen divina. Jesús nos revela su sabiduría para “burlar” a la muerte: dar vida. La muerte se vence con muerte. La muerte del hambre, de la violencia, de la injusticia, de la prepotencia, se vence “aprendiendo a obedecer a Dios padeciendo”, como lo hace Jesús. La peor de las muertes es la de vivir en pecado.
Es alentador el testimonio de Jesús frente a la muerte, vive humanamente su drama. La principal enseñanza no fue venir a quitarnos el miedo o la pena por la pérdida de los seres queridos. También vence a la muerte yendo más allá de su sensibilidad, dice que tiene miedo y después llorará por la muerte de su amigo Lázaro y sudará sangre ante la cercanía de su pasión(Lc 22, 44), sin embargo, prevalecerá su libertad de Hijo: “Padre, dale gloria a tu nombre”.
La forma como Jesús vence a la muerte no es suprimiendo las leyes de la naturaleza, Jesús expiró como lo hacen todos los mortales. Quizás todos nos sintamos reflejados en las palabras de Marta, la hermana de Lázaro: “Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá”(Jn 11, 21). Todos queremos evitar la muerte, la renuncia a nosotros mismos. Pero Jesús ofrece la resurrección como un proyecto de vida que asume la muerte, que incluso la reclama. El proyecto del amor es el único que puede vencer a la muerte: “Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos. Quien no ama permanece en la muerte”(1Jn 3, 14-15).
La imagen del “grano de trigo sembrado en la tierra” no sugiere que la muerte sea un accidente o algo secundario, sino esencial. La vida pasa por la negación del grano de trigo, que deja de serlo para convertirse en un vegetal; era una semilla con un código genético fijo, pero muriendo entra el movimiento en ella, un alma vegetal que la impulsa a crecer y da frutos. Es interesante el método de Jesús de utilizar de ejemplo un proceso natural, para indicar una ley de la creación: morir para dar vida. Esta dinámica no la inventó Jesucristo o el cristianismo, está inscrita en la naturaleza, es cuestión de observar bien. Lo mismo sucede con el nacimiento de las mariposas a partir de la destrucción de la oruga. O la imagen de los dolores de parto(Jn 16, 21). Habrá que observar más la naturaleza y obedecerla en sus procesos vitales.
El domingo pasado Jesús anunciaba a Nicodemo el amor de Dios al mundo, ahora nos explica el dinamismo del amor verdadero: necesariamente debe pasar por la muerte del egoísmo. El Papa Benedicto nos recuerda que existen dos tipos de amores: el de benevolencia o ascendente(ágape) y el de concupiscencia o descendente(eros). El primero, ama a la otra persona por sí misma, y está dispuesto a todo para ayudarla en su crecimiento y realización. “No se busca a sí mismo, sumirse en la embriaguez de la felicidad, sino que ansía más bien el bien del amado: se convierte en renuncia, está dispuesto al sacrificio, más aún, lo busca(Dios es amor, 6). Es la caridad que describe san Pablo: “paciente, amable,…no es envidiosa, no es presumida, no se engríe, es decorosa; no busca su interés, no se irrita; no toma en cuenta el mal; no se alegra de la injusticia; se alegra con la verdad. Todo lo excusa. Todo lo cree. Todo lo espera. Todo lo soporta”(1Cor 13, 4-7). El segundo, busca en la otra persona lo que él necesita o desea. Es un amor interesado, que ama sólo a quien lo ama, que utiliza a los demás y busca afirmarse a costa de ellos.
En el texto que meditamos Jesús nos habla del amor de ágape, el que pasa por la pobreza, la castidad y la obediencia. Aunque estos actitudes los relacionamos con la vida consagrada, sin embargo se refieren a la capacidad de abrirse a una riqueza, un amor y una voluntad mayor que debemos vivir todos los creyentes.
Sólo porque el morir a sí mismo resulta ser el lenguaje del amor, es que Jesús llama a su martirio en la cruz glorificación. Jesús vence a la muerte sometiéndola al proyecto del reino. Hasta que su muerte fuera capaz de anunciar el amor de Dios y denunciar el pecado del mundo, entonces Jesús se dejar atrapar. Ya habían hecho el intento de acabar con él en otras ocasiones, pero es él el que administra su hora(Jn 10, 39). Jesús llegó a decir que a él nadie le quitaba la vida, sino que él la entregaba libremente. Jesús planeó su muerte, porque fue cómo y cuándo él quiso. Él la diseñó como adoración perfecta al Padre y gesto de amor hasta el extremo.
Jesús vino a enseñarnos a morir con dignidad. Él no inventó la muerte ni anunció la muerte, todo lo contrario, él ha venido para que tengamos vida y la tengamos en abundancia(Jn 10, 10). Lo que sí es que nos enseñó a poner la muerte al servicio de la vida. Con Jesús o sin Jesús tendremos que morir, pero que no sea una muerte estéril, sino que sirva a la construcción del reino de Dios, eso sí está en nuestras manos. Morir forma parte de nuestros límites como creaturas, sobre ello no tenemos autoridad, pero darle forma a todos nuestros límites desde el amor de Jesucristo sí está en nuestras manos. Podemos elegir la muerte de quien se devora a sí mismo o paga las consecuencias de sus malas decisiones o la muerte de quien la gestiona para que este mundo se vuelva más justo, más humano y fraterno.