HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XXVI del Tiempo Ordinario
(Lc 16, 19-31)
25 de septiembre 2022
San Lucas nos presenta a Jesús como “una fuerza de salvación que ha suscitado Dios en la casa de David su siervo”(Lc 1, 69). El tema de ricos y pobres juega un papel muy importante en su anuncio: “a los pobres los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”(Lc 1, 53). Sin duda que estas categorías se refieren a disposiciones profundas del corazón, sin embargo su sentido material es fundamental: “¡Qué difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas!”Lc 18, 24). Es conocido que san Lucas en las bienaventuranzas simplemente dice: “Bienaventurados los pobres, porque de ellos es el reino de los cielos”(Lc 6, 20), no específica: “de espíritu”. Durante todo su evangelio va presentando el tema de la salvación muy condicionado por la actitud que se tenga frente a los bienes materiales: “En resumen, no pueden ustedes servir a Dios y al dinero”(Lc 16, 13). La salvación consiste en que Dios se ha apiadado de nuestra indigencia: “los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios…”(Lc 7, 22; cfr 4, 18)), por lo tanto no es compatible con la insensibilidad frente al sufrimiento de los hermanos. “La opción por los pobres, es intrínseca a nuestra fe cristológica”, nos dice el Papa Benedicto. Y el Papa Francisco, que el anuncio del evangelio, con todo y ser la primera misericordia, corre el riesgo de quedar en pura palabrería hueca sin la atención a los pobres.
La salvación personal y la compasión hacia los hermanos que sufren están íntimamente relacionados. Alguien ha parafraseado que fuera de los pobres no hay salvación. Entonces, no hay una satanización de los bienes materiales por sí mismos, como sostiene alguna doctrina(maniqueísmo), que el problema está en la temporalidad de las cosas, sino que más bien está en la “espiritualidad” enferma de quienes las administran ambiciosamente. Por eso, siendo tan intercambiables la salvación espiritual y la compasión con los pobres me parece válido, también, hacer una lectura de este pasaje del evangelio en la clave de lo que nos dice san Pablo: “Jesucristo, siendo rico, se hizo pobre, para enriquecernos con su pobreza”(2 Cor 8, 9). Esto puede tener un sentido real y, al mismo tiempo, un sentido espiritual. Al primer sentido nos pueden ayudar las palabras de Jesús: “tuve hambre y me dieron de comer, tuve sed y me dieron de beber, fui forastero y me hospedaron, estuve desnudo y me vistieron, enfermo y me curaron, encarcelado y fueron a verme…”(Mt 25, 35- 40); es cierto que no se refiere a cuidados directos a su persona, pero sí literalmente a los gestos realizados con quienes están en esta situación, a la solidaridad con la carne herida. Pero también pueden ser, estas palabras, un simbolismo de la salvación integral como cuando san Pablo dice: “A quien no cometió pecado, Dios lo hizo pecado por nosotros, para que, gracias a él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios”(2 Cor 5, 21).
Una vez sentado todo lo anterior y considerando la pobreza y la riqueza como símbolos de la salvación, creo sea válido leer esta parábola, también, desde el abajamiento de Jesús, finalmente sabemos del compromiso de san Lucas, por no decir de Jesús, con los descartados de la tierra. Además, es el movimiento de anonadamiento de Dios el que funda toda solidaridad con los crucificados de la tierra. Los creyentes pensamos que no hay compromiso más desinteresado y radical con las causas sociales que el que procede de la fe, porque nos hace experimentar la compasión de Dios y tener el sentido justo del valor del ser humano: “Porque ustedes han sido rescatados de su antigua forma de vivir, heredada de sus padres, no con bienes efímeros de oro y plata, sino con la sangre preciosa de Cristo, cual cordero sin mancha”(1 Pe 1, 18-20).
Lázaro muy bien puede ser Jesucristo mismo, que en su encarnación se ha “vestido de llagas” y se ha puesto lo más cerca posible del mundo, pero sin imponer su presencia. El mundo ha podido ignorarlo o recibirlo, san Juan nos dice: “Vino a los suyos, pero los suyos no lo recibieron”(Jn 1, 11). ¿Acaso no vino Jesús en una actitud de mendigo suplicante? El drama de su nacimiento en Belén en un pesebre, porque no encontró un lugar en alguna posada, ilumina muy bien toda la tónica de su estancia entre nosotros. La persecución de Herodes, la incomprensión de los judíos y hasta de sus familiares, la súplica de beber a la samaritana y todo el cumplimiento de su misión desde el “secreto mesiánico”, nos dan idea de alguien que ocultó su divinidad para respetar absolutamente la libertad humana y, al mismo tiempo, denunciar su arrogancia. Las “ansias de llenarse con las sobras que caían de la mesa del rico”, tal vez corresponda al “tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo único para que todo el que crea en él no se pierda, aino que tenga vida eterna”(Jn 3, 16). Toda la escritura está llena del celo de Dios por la salvación de la humanidad: “…pues él quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, porque no hay sino un solo Dios y un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre él también, que se entregó como rescate por todos”( 1Tim 2, 3-5), nos decía san Pablo. Esto, no obstante, no justificó alguna intervención soberbia o arrogante por parte de Jesús, sino que se mantuvo por el camino de la mansedumbre y el servicio(Mt 11, 28-29).
Jesús cumplió su misión conforme al camino del siervo de Yahveh(Is 42, 1-4): “Mi siervo tendrá éxito, crecerá y llegará muy alto. Lo mismo que muchos se horrorizaron al verlo, porque estaba tan desfigurado que no parecía hombre ni tenía aspecto humano, así asombrará a muchas naciones… Fue despreciado y rechazado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento; como alguien a quien no se quiere mirar, lo despreciamos y lo estimamos en nada”(Is 52, 13-15. 3).
Continuando con el sentido alegórico, los perros podrían representar a los pecadores y paganos que se acercaron a Jesús. Recordemos cómo era mal visto por su amistad con publicanos y pecadores y gente de mal vivir(Mt 11, 19). Jesús alabó la fe de toda esta gente(M t 21, 31) y cuestionó la de los sabios y entendidos(Lc 10, 21). Los paganos literalmente eran llamados perros, por el desprecio que los judíos sentían hacia ellos y, sin embargo Jesús pone a un samaritano como modelo de caridad, que por cierto sólo Lucas describe(Lc 10, 25-37). Donde Mateo y Marco hablan del mandamiento de la caridad(Mt, 12, 18-34; Mt 22, 34-40), Lucas lo presenta en forma de denuncia a sacerdotes y levitas, desde el ejemplo de un extranjero, que hace todo lo contrario al rico de la parábola de Lázaro: se detiene, sintió compasión, se acerca, limpia las heridas, se las venda, lo lleva a un lugar seguro y se hace cargo de él hasta que se recupera. Mejor se compadecieron de Jesús los que eran considerados “la escoria” de la sociedad que “los justos”: “Por su parte el recaudador de impuestos, manteniéndose a distancia, no se atrevía ni siquiera a levantar los ojos al cielo, sino que se golpeaba el pecho, diciendo: ‘Dios mío, ten compasión de mí, que soy un pecador”(Lc 18, 13).
Así las cosas, el pecado más grave es no creer en Jesucristo: “Cuando él venga, pondrá de manifiesto el error con el pecado, con la justicia y con la condena. Con el pecado porque no creen en mí…”(Jn 16, 8-9). “Si uno cree en el Hijo de Dios, tiene ya el testimonio de Dios. Si uno no cree a Dios, lo hace pasar por mentiroso, porque no cree en el testimonio que Dios ha dado de su Hijo”(1 Jn 5, 10-11). Pero, “¿quién es el mentiroso, sino el que niega que Jesús es el Mesías? Ese es el anticristo…”(1 Jn 2, 22). Esto nos da una idea de la gravedad del pecado de incredulidad. San Mateo nos dice abiertamente que el que no cree ya está condenado: “…pero el que no crea, se condenará”(Mc 16, 16). Y san Pablo: “En efecto, cuando se cree con el corazón actúa la fuerza salvadora de Dios…”(Rom 10, 10).
Sólo esto justifica el “abismo inmenso, que nadie puede cruzar, ni hacia allá ni hacia acá”, que significa que no todo está al alcance de nuestro capricho, de nuestro libertinaje, hay límites que no pueden ser transgredidos, so pena de causar daños irreversibles a la grandeza de la vocación del ser humano. Esta aparente intransigencia en el fondo no es más que defensa de la dignidad del ser humano, que depende en gran medida de la defensa de los derechos de Dios, de creer en él. La suerte de Dios y la del hombre están entrelazadas en Jesucristo. Ser insensibles frente al pobre es meterse con Dios, ser indiferentes a Dios es afectar los intereses de los indigentes. La negativa de que es víctima en el cielo el rico, simplemente es reflejo de la negativa que él aplicó a quienes necesitaron de él. No se trata de una venganza, sino de tomar las cosas en serio. Hay un proyecto de vida y de salvación, no estamos en un guion escrito por un idiota.