Domingo XXX del Tiempo Ordinario
“El amar debemos aprenderlo en la escuela del amor de Dios.“
Domingo 25 de octubre de 2020
Mt 13, 1-23
En este mundo donde todo es relativo, Jesús nos propone un criterio absoluto: el amor a Dios y al prójimo: “El amor nunca pasará…Ahora permanecen estas tres cosas: la fe, la esperanza, el amor, pero la más excelente de todas es el amor”(1Cor 13, 8.13). Pero esto a condición de que el amor sea como se ha revelado en Jesucristo: amar a Dios desde el prójimo y al prójimo desde Dios (1 Jn 4, 20). En realidad no hay mucha novedad conceptual en las enseñanzas de Jesús, en relación al Antiguo Testamento, a no ser una insistencia en la unidad de ambos mandamientos. Se puede decir que hasta antes de Jesús aparecían exigidos con toda radicalidad un tanto por separado, no era tan explícito el vínculo. Si nos fijamos en los mandamientos, los tres primeros se refieren al amor a Dios y los otros siete al amor al próximo. Los profetas entablaron un pleito con Israel en nombre de Dios contra la idolatría, pero también contra la injusticia hacia los más desamparados.
En la primera lectura de este domingo, Yahvé reclama el amor hacia él saliendo en defensa del pobre, del migrante, de las viudas y huérfanos: “No explotes a las viudas ni a los huérfanos, porque si los explotas y ellos claman a mí, ciertamente oiré yo su clamor; mi ira se encenderá, te mataré a espada, tus mujeres quedarán viudas y tus hijos, huérfanos…Cuando él(el pobre) clame a mí, yo lo escucharé, porque soy misericordioso”(Ex 22, 20-23.26). Ningún otro Dios velaba por los derechos del indigente, al contrario, todos bebían sangre en el sentido de reclamar sacrificios o de permitir que unos hermanos abusaran de otros.
El mandamiento del amor a Dios con todo el corazón, la mente, las fuerzas y el ser, era más beneficio para el hombre que para Dios. Sin el amor a Dios imperaría la “ley de la selva”, como es el riesgo ahora. Llama la atención cómo en el Levítico cada vez que Dios enuncia un mandamiento repite: “Yo soy el Señor”: “No tomarás venganza ni guardarás rencor a tus compatriotas. Amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor”(Lev 19, 18). El celo de Yahvé por su nombre era la única defensa del pobre.
Ciertamente en la práctica la tendencia al culto vacío estuvo siempre presente hasta los tiempos de Jesús, en que la majestuosidad del culto era escandalosa, frente a la falta de justicia y misericordia para con los débiles: “Aparten de mí el ruido de sus cánticos, no quiero oír más la música de sus arpas. Hagan que el derecho corra como agua y la justicia como río inagotable”(Am 5, 23-24).
Jesús supo actualizar el espíritu de la Ley para el tiempo que le tocó vivir, en el que la religión se había vuelto un instrumento de control y de exclusión: “¿Qué está permitido en sábado: hacer el bien o hacer el mal; salvar una vida o destruirla?(Mc 3, 4). Esto nos revela la escucha y obediencia que Jesús tenía de la palabra de Dios y la mirada sobre su pueblo. Como si con Juan el Bautista y Jesús recomenzara una corriente profética de interpelar la vida desde la experiencia religiosa. Claro que se trata de dos que vienen de una auténtica experiencia de Dios.
Por lo anterior podemos decir con el Papa Benedicto XVI: “La verdadera originalidad del Nuevo Testamento no consiste en nuevas ideas, sino en la figura misma de Cristo, que da carne y sangre a los conceptos: un realismo inaudito. Tampoco en el Antiguo Testamento la novedad bíblica consiste en simples nociones abstractas, sino en la actuación imprevisible y, en cierto sentido inaudita, de Dios. -‘¿Cómo voy a dejarte, Efraím, cómo entregarte, Israel?…Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti’(Os 11, 8-9)-Este actuar de Dios adquiere ahora su forma dramática, puesto que, en Jesucristo, el propio Dios va tras la ‘oveja perdida’, la humanidad doliente y extraviada…En su muerte en la cruz se realiza ese ponerse Dios contra sí mismo, al entregarse para dar nueva vida al hombre y salvarlo: esto es amor en su forma más radical”(Dios es Amor, 12).
La relación entre el amor a Dios y el amor al prójimo estaba en el espíritu de la Ley y los profetas, Jesucristo lo pone de manifiesto con toda claridad en todas sus enseñanzas y, sobre todo, con su entrega en la cruz. De este modo, da plenitud a la Ley y los profetas(Mt 5, 17). En este sentido es el nuevo mandamiento del amor: “Ámense los unos a los otros. Como yo los he amado, así también ámense los unos a los otros”(Jn 13, 34). Me parece que esta es otra forma de decir la primacía del amor a Dios, “el amor no consiste en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó a nosotros, y envió a su Hijo como víctima por nuestros pecados”(1Jn 4, 10). El amor a Dios es primero dejarse amar por él, para poder ir más allá del “eros” que sólo sabe amar lo amable, ama al que le ama(Mt 5, 46).
Así las cosas, tendremos que leer todas las enseñanzas de Jesús sobre el amor como un anuncio del amor de Dios. Todas las exigencias que Jesús presenta desde el amor, suponen la experiencia kerygmática del amor del Padre. Si Jesús nos dice que “nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos”, escuchamos inmediatamente: “ustedes son mis amigos…”(Jn 15, 13-14). Resulta una invitación a recibir la amistad de Jesús, que nos ha demostrado dando su vida por nosotros. De igual modo cuando nos invita a “amar a los enemigos”(Mt 5, 43), o a “perdonar setenta veces siete”(Mt 18, 22), o aquello otro de que “a quien te abofetea en una mejilla derecha, preséntale también la otra”(Mt 5, 39). ¿Qué sabemos nosotros del amor a este nivel? No sabemos nada, debemos aprenderlo en la escuela del amor de Dios.
Lo mismo sucede si hablamos del amor como solidaridad, desprendimiento, humildad: “El que quiera ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”(Mc 9, 35). No creo que Jesús se haga muchas ilusiones que de nuestra “bella gracia” tengamos esa capacidad de cumplir todas estas enseñanzas. Más bien pienso que es una invitación a superar nuestra autosuficiencia, que es el único obstáculo a la misericordia de Dios, para que el evangelio de la gracia actúe en nosotros. Es una provocación para nosotros que “todo lo sabemos y podemos”, para acorralarnos como a Pedro y lleguemos a su acto de fe: “Señor tú lo sabes todo. Tú sabes que te quiero”(Jn 21, 17).
Considerando que en algunos lugares se está concluyendo la semana de la familia, podemos contemplar el misterio del amor matrimonial como un modelo en el cumplimiento de estos dos mandamientos(Ef 5, 32). Por lo
cual Cristo declara sobre él la indisolubilidad: “lo que Dios unió no lo separé el hombre(Mt 19, 6). Los esposos representan el amor de Dios, que comparten con sus hijos, en primer lugar. Ellos son signo de que Dios ama incondicionalmente a cada uno de nosotros. Pero, también, son los primeros beneficiados, se aman entre ellos con el amor con que Cristo ha amado a su iglesia, no sólo desde su amor natural(Ef 5, 25). Nuestra existencia queda gravemente comprometida si no nos encontramos con el amor desinteresado. Si el amor de los esposos se puede deshacer, entonces Dios es como todos nos ama en cuanto buenos, virtuosos, carismáticos, bellos, y cuando alguna de estas cualidades desaparece caemos en desgracia. Necesitamos que el amor matrimonial sea sólido, para que se promuevan mutuamente los esposos pero, también, para que sean buna noticia del amor de Dios al mundo.
Pero, también, es modelo del amor al prójimo. Se trata de un proyecto de vida dedicado totalmente a cuidar y promover a otro. Todo lo que Jesús enseña en el evangelio de anteponer al otro, de “lavarle los pies, de perdonarlo, de renuncia a sí mismos, de dar la vida, que ordinariamente nos parece ilógico, injusto, los que se casan dicen que pertenecer a otro y entregarle la vida es lo más justo y maravilloso que existe. Si en lo ordinario de la vida resuena: individualismo, egoísmo, dominio, control, manipulación, posesividad, ellos dicen comunidad, familia, lo nuestro, perdón, no valgo sin ti, el sentido de mi vida es tu felicidad. “El matrimonio basado en un amor exclusivo y definitivo se convierte en el icono de la relación de Dios con su pueblo y, viceversa, el modo de amar de Dios se convierte en la medida del amor humano”(Dios es Amor, 11).
Jesucristo vuelve a proponer una verdadera y auténtica experiencia de unidad desde el amor a Dios, que inspire modere el amor al prójimo. La filantropía, el altruismo no basta, porque deja al hombre como medida de la caridad. En nombre de esta caridad muchas veces se ha colonizado al prójimo. Pero, también el mandamiento del amor al prójimo hace presente la denuncia al culto estéril de Dios.
Que María, que ha mostrado el amor de Dios a los hombres en Jesucristo, interceda por nosotros.