HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
DOMINGO V DE CUARESMA
(Jn 8,1-11)
3 de abril de 2022
Cerca ya de la celebración de la Pascua, la palabra de Dios nos sigue invitando a entrar en las dimensiones de la misericordia de Dios y en la conversión que esto exige. El evangelio nos presenta, ahora, el pecado como adulterio. Esto nos recuerda las graves denuncias que hacían los profetas, de la idolatría del pueblo de Israel, en estos términos: “Sí, su madre se ha prostituido, se ha deshonrado la que los dio a luz, diciendo: Iré detrás de mis amantes, los que me dan mi pan y mi agua, mi lana y mi lino…”(Os 2, 7). Con esto querían dar a entender que la idolatría era de lo más abominable, un pecado que iba contra la alianza que Yahvé había establecido con su pueblo después de liberarlos de Egipto. Era contradecir el mandamiento fundamental que le daba identidad: “Amarás al Señor tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas”(Dt 6, 5): “Si escuchas los mandamientos del Señor tu Dios que yo te prescribo hoy, amando al Señor tu Dios, siguiendo sus caminos y observando sus mandamientos, sus leyes y sus preceptos, vivirás y serás fecundo…”(Dt 30, 16).
La idolatría siempre acarrea muerte contra el inocente. A todos los demás dioses les gustan los sacrificios humanos, beber sangre. Los escribas y fariseos están a punto de ofrecer una víctima a “su padre”, les dirá Jesús un poco más adelante, en la persona de aquella mujer adúltera: “ya que ustedes son hijos de su padre que es el diablo; le pertenecen a él y desean complacerle en sus deseos. Él fue homicida desde el principio”(Jn 8, 44). Tan cegados están aquellos hombres por su falso celo, que no se dan cuenta de que están parados sobre arenas muy movedizas. Es extraño que su celo sólo alcance para encontrar a la mujer y no al varón. Esto, tal vez, explicaría la ubicación de este texto en el plan del evangelio de san Juan. Para este evangelista lo peor que existe es la incredulidad: “…por el contrario, el que no cree en él, ya está condenado, por no haber creído en el Hijo único de Dios”(Jn 3, 18). En este caso, la mujer estaría simbolizando a Jesús que se encamina a ser sacrificado por la religión idolátrica de los judíos: “Llegará el tiempo en el que quien los mate creerá estar dando culto a Dios”(Jn 16, 2). Recordemos el gesto profético de Jesús apenas comienza su misión: “No conviertan la casa de mi padre en un mercado”(Jn 2, 16).
En todo el evangelio de san Juan, Jesús vivirá un continuo conflicto con los judíos, pero en el capítulo 8 se recrudecerá a tal grado que, al final de él, intentarán apedrearlo: “Entonces, los judíos tomaron piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo”(Jn 8, 39). Así como la imagen matrimonial sirvió para iluminar la fe verdadera, el adulterio sirvió para denunciar la idolatría y el falso celo que conduce a la falta de misericordia. El culto idolátrico desfigura el rostro de Dios y, por tanto, el de los hermanos. La imagen del adulterio, ahora, le sirve a Jesús para denunciar la grave incoherencia de todos los que condenan a sus hermanos. Creo que no hay realidad humana más elocuente para señalar la locura de contradicción que la que entraña querer aniquilar a una persona por pecados contra el sexto mandamiento. Es la locura de nuestro tiempo que por un lado hace de todo para banalizar la sexualidad, tratando de quitar todo pudor en el ejercicio de ella y por otro lado se “desgarra las vestiduras” frente al monstruo que concibe.
Podemos quedar de acuerdo desde un principio que el adulterio y todos los desórdenes sexuales son un grave delito y pecado, que destruye vidas y familias, causando grandes sufrimientos. Jesús enfrentará la actitud hipócrita con que los judíos interpretan el adulterio, pero no dejará de decirle a la mujer: “Puedes irte, pero no vuelvas a pecar”(Jn 8, 11). No podemos perder de vista los divorcios, que en muchos casos son por este motivo, los abusos sexuales en contra de menores y personas vulnerables, la prostitución y pornografía infantil, la trata de personas con fines de explotación sexual, los acosos laborales, etc. Cómo perder de vista las infidelidades matrimoniales que lastiman frecuentemente la armonía de muchas familias. Estamos frente a una de las manifestaciones de abuso de poder más humillantes de nuestro tiempo. El evangelio de hoy no cancela en nada la gravedad de este crimen, muchas veces encubierto. Frente a esto habrá que seguir diciendo con san Pablo: “En cuanto al cuerpo, no es para la lujuria, sino para el Señor, y el Señor para el cuerpo… ¿O es que no saben que su cuerpo es templo del Espíritu Santo que han recibido de Dios y que habita en ustedes?(1Cor 6, 13. 19). Todo lo que se haga para corregir estas situaciones será muy justo, a condición que no sea el hecho de condenar, para lo cual nadie tenemos la solvencia moral para hacerlo. Así como decimos: “yo no soy nadie para perdonar”(entendiendo bien el sentido de estas palabras), también tendremos que decir: “yo no soy nadie para condenar”.
Una vez aclarado esto, podemos decir que el tema de la sexualidad es un asunto muy espinoso, como para querernos erigir en jueces que dictan sentencias condenatorias sobre este asunto. Seamos honestos y analicemos nuestras conductas desde la enseñanza de Jesús sobre el adulterio: “Pero yo les digo que cualquiera que mire con deseos a una mujer(hombre), ya cometió adulterio con ella en su corazón”(Mt 5, 28). Parece que en esto “el que no cae resbala”. Después de esto, “el que esté libre de pecado que tire la primera piedra”. Con estas palabras Jesús “pone el dedo en la llaga”, sabe que nadie sobre la tierra pasa la prueba para ser juez. No es raro que quienes más se escandalizan de las faltas contra el sexto mandamiento tengan serios problemas afectivo sexuales. Y parece que entre más años se tenga más contradictoria se vuelve la vida en este y en otros temas, según las palabras del evangelio: “…los acusadores comenzaron a escabullirse uno tras otro, empezando por los más viejos…”(Jn 8, 9). Tal vez por eso se espera que con los años se vaya haciendo uno más paciente y comprensivo, un poco por lo virtuoso y otro por la conciencia de sus pecados. Conocemos el episodio de la casta Susana, unos viejos libidinosos se convirtieron en los “guardianes” de las más sanas costumbres(Dn 13). Seguramente esto pasó, también, con los acusadores del evangelio.
Parece, pues, que el tema del adulterio, en el evangelio, sigue siendo muy elocuente para denunciar tanto la idolatría como la hipocresía, que son las enfermedades que matan de raíz la auténtica experiencia de Dios y que en el fondo son lo mismo. Con todo esto, no se está diciendo que el pecado o el delito son relativos a la santidad o justicia de los demás, es decir, que como todos somos pecadores nadie puede denunciar nada. En estos tiempos de la “dictadura del relativismo” no es raro que se trate de desautorizar a todo el que me quiera enseñar o corregir. El mensaje que queda claro es que para condenar a una persona nadie tiene autoridad. Incluso quienes administran la justicia humana tienen la intención de rehabilitar al agresor, nunca de acabar con él. Sin embargo, para acompañar, corregir, enseñar, claro que todos lo podemos hacer, a condición de que estemos en la propia lucha contra nuestro pecado. Incluso en el evangelio Jesús nos encarga que si nuestro hermano comete un pecado, busquemos rescatarlo de su error(Mt 18, 15-20). Tal vez haya demasiada condenación en relación a la coherencia de vida o el compromiso integral con la verdad y la justicia que manifestamos. Si al juicio que hacemos a los demás lo acompañáramos con nuestra generosidad y honestidad, tendríamos un mundo más amable. Mucha de la crítica y descalificación que hacemos unos de otros denota, a veces, más soberbia que compromiso con la justicia y con la vida: “Por qué miras la pelusa en el ojo ajeno y no miras la viga que llevas en el tuyo”(Mt 7, 3). Claro que el adulterio es un pecado muy grave, como ya se ha dicho, pero la lucha efectiva contra el mal debe hacerse desde la integridad de vida y, en todo caso, desde la experiencia de la misericordia de Dios. En última instancia lo que Jesús nos está anunciando es que la misericordia de Dios es más grande que cualquier pecado y todos estamos endeudados con ella. La denuncia del pecado no puede ser un abuso de poder, no se puede combatir un abuso con otro abuso, estaríamos en la dinámica de la venganza: “Acaso puede un ciego guiar a otro ciego?(Lc 6, 39).
Leyendo este texto a la luz de la Pascua, ya cercana, resulta el cumplimiento de lo anunciado por Isaías: “Sin embargo, él llevaba nuestros sufrimientos soportaba nuestros dolores”(Is 53, 4); resulta una hermosa alegoría de cómo él defendió a los pecadores y murió como un malhechor a mano de los pecadores. Contemplemos a Jesucristo que se “agacha y se pone a escribir en el suelo con el dedo”, como signo de que no tiene apuro en condenar y pensemos que todo es basura en relación a conocerlo a él.