HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XXIII del Tiempo Ordinario
(Lc 14, 25-33)
4 de septiembre 2022
La fe hecha de prácticas religiosas, es a ratos o por temporadas, en cambio el seguimiento de Jesús es para siempre. Cuando se quiere vivir la vida al estilo de Jesús, necesitamos estar en continuo diálogo con él, en la oración, el discernimiento y la escucha de su palabra
Tener fe significa ser discípulo de Jesús. De este modo la fe no es sólo algo que se posee, sino también algo que se va aprendiendo. No nos evangelizamos de una vez por todas, sino que nos estamos evangelizando continuamente. Frecuentemente se piensa que se es cristiano porque se recibió un sacramento en algún momento de la vida. Sin duda que los sacramentos son signos muy importantes de nuestro proceso de fe, pero pueden quedar sepultados por una vida indiferente a la voluntad de Dios o, incluso, contraria a las enseñanzas del evangelio. La fe es estar siempre en camino con Jesús, que me lleva al encuentro de la comunidad para celebrar, para servir a los hermanos y para trasmitir a otros la experiencia de su amistad. El seguimiento de Jesús es lo definitivo para el verdadero creyente. En el texto que meditamos, seguir a Jesús, está por encima de las relaciones familiares: “Si alguno quiere seguirme y no me prefiere a su padre o a su madre…”. En otro texto, el del joven rico, el seguimiento de Jesús es más importante que cumplir exteriormente los mandamientos, más aún que vender todos los bienes y repartirlos a los pobres: “…luego ven y sígueme”(Mt 19, 21). En el evangelio de san Juan, Jesús resuelve una dificultad que le presenta Pedro acerca de Juan, que tal vez refleja algún conflicto entre las comunidades fundadas por uno y otro, con las siguientes palabras: “Si yo quiero que este viva hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú sígueme”(Jn 21, 22). El seguimiento de Jesús está, también, por encima de divisiones y Conflictos.
En el evangelio que meditamos Jesús nos invita a tomar conciencia de lo que significa realmente ser creyente. Como muchos otros aspectos de la vida, este de la fe lo podemos estar viviendo llevados por la inercia. Se trata de un tema de iniciación cristiana o de un neo catecumenado. Hace poco Jesús se nos presentaba como la “puerta” del redil. Toda puerta nos hace entrar a un interior que contiene un valor de seguridad, de crecimiento, de aprendizaje, de convivencia, etc. En ese sentido, la puerta, representa un espacio que enriquece la vida del ser humano. La estrechez de la entrada se justifica por la riqueza interior. Pareciera que vuelve a aparecer el tema de “la puerta angosta” al presentar las condiciones del seguimiento de Jesús. Aquí sorprenden dos asuntos, por un lado el hecho de que se nos invite a una formalización, una estrategia aunque sea mínima y, por el otro el contenido de las condiciones que parecen afectar relaciones esenciales de nuestra vida(padre, madre, esposa(o), hermanos(as), uno mismo), se trata de relaciones fundamentales.
No es lo más importante la cuestión organizativa, pero tarde que temprano la importancia de algo o de alguien se juega en el tiempo y los recursos que le dedicamos. Sin duda que lo más importante está en el corazón, pero si no invertimos tiempo y espacio en esto puede ser que no sea cierto. No se trata de tener todo “fríamente calculado”, de “pilotear al Espíritu”, como dice el Papa Francisco, sino de alguna manera decir que nos importan nuestros sueños e ilusiones. Quien no le pone al amor o a la amistad, u otro asunto que valga la pena, algo que implique compromiso y responsabilidad(horario, lugar, encuentros, etc), pensando que destruye su naturaleza, pone en peligro los proyectos más sublimes, esto no obstante la buena voluntad. Se dice que “de buenas intenciones está empedrado el infierno”. Se nos dificulta la formalización de las cosas, poner un orden para optimizar los recursos. En lo que corresponde a la fe hasta nos parece contradictorio que se hagan algunos compromisos que se deben de cumplir al respecto, como que las cuestiones de la fe deben ser espontáneas, “cuando nos nace”, para que sean ciertas. Puede que se acepten algunos requisitos, pero sin tocar lo que tenga que ver con el acto mismo de fe. Sin embargo Jesús dice que hay que “echarle papel y pluma”, como decimos; es decir, que hay que planear, tener objetivos, estrategias, recursos. Es cierto que después tenemos que cuidarnos de las inercias y superficialidades de las estructuras.
En el tiempo de Jesús, como en el nuestro, los especialistas en estrategias, son los que manejan asuntos temporales: guerras, construcciones, producción de servicios, administración de dinero. Si ellos para producir éxitos pasajeros o cosas planean, cuanto más para alcanzar los bienes eternos. Es admirable lo que las empresas invierten en logísticas de producción y distribución. Pienso que algo parecido se quiere sugerir cuando se habla de pastoral de procesos antes que de eventos, o de cuidar la iniciación cristiana, o de conversión misionera. No se trata de defender metodologías, disciplinas o estructuras, pero sí de lo necesario para lograr lo que ahora nos enseña Jesús, tomar conciencia a fondo de lo que implica ser su discípulo. De hecho la Iglesia es la institucionalización del acontecimiento pascual, que comenzó con la fe que suscitó el Espíritu Santo en el corazón de los discípulos, que poco a poco se fue estructurando. Jesús mismo es “la estructuración” del sueño de Dios en su encarnación y actuó conforme al proyecto del Padre hecho presente por el Espíritu en él, para anunciar la buena nueva de la salvación y sanar, tanto físicamente como espiritualmente(Lc 4, 18). Es cierto, también, que la mejor estructura es el acto de fe y la vivencia de la caridad. En última instancia “ponerse a calcular o a considerar” no es otra cosa que evangelizar, para marcar el corazón del hombre con la sabiduría de Dios, que según el libro de la Sabiduría no es cosa fácil: “¿Quién podrá descubrir lo que hay en el cielo? ¿Quién conocerá tus designios, si tú no le das la sabiduría, enviando tu santo espíritu desde lo alto? Sólo con esa sabiduría lograron los hombres enderezar sus caminos y conocer lo que te agrada”(Sab 9, 17-18).
Esa es la sabiduría que le comparte san Pablo a Filemón invitándolo a recibir a Onésimo como a un “hermano amadísimo”, como si fuera san Pablo mismo. Se trata de la enseñanza de Jesús, de renunciar a un tipo de relación posesiva, co dependiente, excluyente, como frecuentemente son las relaciones de familia o de amistad, para transformarlas en relaciones más saludables, de igualdad, de fraternidad. No se mete Jesús con la parte honesta de las relaciones, sino cuando estas estorban la realización dela vocación humana o cristiana. Jesús nos propone medir la salud de nuestras relaciones desde las dimensiones de su libertad y de su amor. La experiencia de fe debe conducir a la medida del hombre según Cristo. Es la grandeza de la vocación del hombre, revelada en Cristo, la que exige relaciones más generosas, no tan convenencieras, como lo expresaba Jesús a los fariseos el domingo pasado. Pablo pone en cuestión la relación de esclavitud que tenía Filemón con Onésimo, conforme a la justicia de su tiempo, pero no desde la de Jesucristo. Jesús cuestiona sólo nuestras relaciones “legítimas” y “justas”, pero posesivas.
Si seguimos a Jesús, las relaciones familiares se llenarán de armonía, cumpliremos todos los mandamientos y nuestra vida se llenará de solidaridad con los que más lo necesitan, y se podrá superar cualquier división. En el fondo de todo el Evangelio sólo resuena la llamada de Jesús a seguirlo, aquella misma que lanzó a los pescadores que encontró a la orilla del mar de Galilea: “Síganme y los haré pescadores de hombres”(Mt 4, 19). Todo el que anuncia el Evangelio, en última instancia, no hace otra cosa sino invitar a seguir a Jesús.
Nos hemos acostumbrados a ser religiosos cumpliendo ciertos requisitos, ciertas tradiciones, sin embargo, en el comienzo del cristianismo está la invitación a “caminar” detrás de una persona. La fe hecha de prácticas religiosas, es a ratos o por temporadas, en cambio el seguimiento de Jesús es para siempre. Cuando se quiere vivir la vida al estilo de Jesús, necesitamos estar en continuo diálogo con él, en la oración, el discernimiento y la escucha de su palabra.
Ser Iglesia significa ser llamados, y la llamada viene de Jesucristo a través de su palabra, la vida y los sacramentos. Necesitamos ser llamados continuamente para ser la Iglesia de Cristo, de otro modo nos volvemos una “empresa” distribuidora de productos religiosos. Creo que ya se deja sentir en la vivencia de la fe el problema del consumismo de cosas. Algo o mucho existe de consumismo en las cosas de Dios, “pagar” por medio de requisitos o tal vez de dinero un servicio religioso, que no me involucra en la comunidad, en la misión evangelizadora de la Iglesia, ni en la solidaridad organizada. Esto es porque está muy difundida la comprensión de la fe como prácticas religiosas y no como seguimiento de Jesús.
Si la fe fuera simplemente cumplir prácticas religiosas, no habría dicho Jesús las parábolas del texto que meditamos. La fe como seguimiento requiere pensarla muy bien, porque es una cuestión más grande que construir una torre o que ganar una guerra. Llama la atención que Jesús presente la opción de claudicar si se prevé que no se podrá llegar hasta el fin. ¿Por qué habría de hacer tantas advertencias, si la fe fuera simplemente seguir la corriente religiosa?¿No serán estas parábolas una denuncia a una fe que no construye, ni combate?