LA CARTA DE NAVIDAD 2022
Equipo Internacional
Ustedes son el cuerpo de Cristo, y cada uno es un miembro
(1 Cor 12,27)
Dichosa familia! ¡Dichosos lazos que unen todos los miembros de esta familia en un mismo amor y deseo de hacer conocer y amar a Jesucristo!
(V.D 152).
Queridos hermanos y amigos,
La atracción que ejerce el misterio de la Navidad nos une al Hijo de Dios. En él estamos unidos, como lo estamos con los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Este misterio nos asocia a la compasión divina. Compartimos, por gracia, el amor compasivo de Dios Padre por la creación, que “toda ella gime y sufre con dolores del parto” (Rm 8,22).
Este amor compasivo se traduce en nuestro ministerio a través de la “caridad pastoral” que nos conduce a nuestras comunidades en las que tantas personas se ven cuestionadas por los aterradores acontecimientos de nuestro tiempo. El sinsentido de la guerra, del odio, de la dominación, de la violencia contra los niños y las mujeres, el sinsentido de las vidas destruidas por la rivalidad económica, o por los desastres climáticos.
Cada país se enfrenta a muchas situaciones que cuestionan nuestra presencia solidaria y misionera, en busca de la justicia. A nuestra relación con Dios llevamos los gritos de los pobres y los gritos de nuestra casa común. Unidos a los pobres y los pequeños de la tierra, nos dejamos interrogar por sus gritos: ¿cómo puede un Dios, supuestamente perfecto e infinitamente bueno, haber creado un mundo tan manifiestamente imperfecto y devorado por el mal? ¿El universo, a pesar de todo, está en progreso? ¿Cuándo intervendrá Dios con fuerza contra los violentos?
La sabiduría pastoral nos hace involucrarnos en una búsqueda para superar cualquier tipo de pesimismo. Quisiéramos apoyar la esperanza de los pobres de la misma manera que lo hizo el Papa San Juan XXIII, que pidió resueltamente a la Iglesia de “alejarse de los agoreros, que siempre anuncian lo peor, como si el fin del mundo fuera inminente”. Porque nuestra esperanza proviene del misterio de la Encarnación que nos anuncia una vez más el amor gratuito de Dios. Y este acontecimiento cambia nuestra perspectiva, nuestra forma de sentir, nuestra forma de ver y de orientar la vida. Junto con los pobres de la tierra, queremos “aprender de la historia” e implicarnos en la construcción del Reino de Dios.
Las dificultades y los retos de nuestro tiempo nos hacen sentir que la fuerza proviene de la capacidad de reunirnos para responder en comunidad. El padre Chevrier, en su viaje espiritual y pastoral, buscó compañeros de camino, personas que el buen Dios podría haberle enviado como colaboradores. Y para ello, rezó mucho. Ahora, en la situación actual de nuestro Instituto, vemos que la necesidad de renovarnos a través de un proyecto misionero, del compromiso de dar a conocer la santidad del Beato Padre Chevrier, o de acoger la experiencia de otros Prados; nos damos cuenta de la belleza de la intuición del Padre Chevrier que quiere formar una Familia espiritual. ¿Qué significa esto para los pradosianos del mundo?
Debemos, en primer lugar, volver sin cesar a la fuente de la espiritualidad del Prado: es el acontecimiento que marcó y “convirtió” al beato Antoine Chevrier. Tenemos la responsabilidad de vivir su experiencia mística lo más profundamente posible contemplando el Misterio de la Encarnación. Allí recibió una llamada de Dios para vivir una gracia para la evangelización de “los pobres, los ignorantes y los pecadores”.
Redescubrir las intuiciones fundamentales del Padre Chevrier sobre la vocación, el carisma y la misión de la Familia Espiritual del Prado, es retomar estos hitos de la revelación del Enviado del Padre: pobre en el pesebre, obediente en la cruz y entregado en el sagrario, al servicio de la renovación del mundo. También nosotros nos sentimos partícipes de este carisma que nos anima a tomar la resolución de “vivir lo más pobremente posible”, y a decidir “seguir más de cerca a Nuestro Señor Jesucristo, para hacernos más capaces de trabajar eficazmente por la salvación de las almas” (Hermana Veronique, Proceso, T. 2, p 7 y 97-98).
En segundo lugar, como sucedió con el abnegado sacerdote de la diócesis de Lyon, también nosotros debemos aceptar gradualmente que la nueva dirección de la vida y la misión se comparta con otros hermanos. Mujeres y hombres se han unido en esta GRACIA, dada a la Iglesia. Las tres “ramas canónicas” actuales son el fruto del Espíritu en la historia: las hermanas, los sacerdotes y los laicos consagrados del Prado. El don se comparte con otros, y constatamos con alegría que hay otros hombres y mujeres en otros estados de vida que desean compartir el carisma para vivir la espiritualidad que de él se desprende: diáconos permanentes, laicos casados y laicos célibes. Así formamos una “familia espiritual”, (Cons n 142) marcada por la dimensión de la secularidad, al servicio de la evangelización de los pobres, en las Iglesias particulares.
Nuestra historia nos muestra una evolución progresiva a través de la creatividad en la adaptación a los tiempos cambiantes y, por lo tanto, una manera de traducir el carisma en la acción misionera hoy. Este año hemos recordado el 35o aniversario de la aprobación de nuestras Constituciones. Sin embargo, no podemos cerrar la puerta a la reflexión y a la búsqueda de formas adecuadas que vinculen el carisma a la acción misionera. Como familia, estamos llamados a formarnos para ser verdaderos discípulos y a alimentar, con nuestra presencia y nuestra acción, la fraternidad: todos somos “hijos y hermanos”, compartiendo nuestra vida con los pobres, a los que queremos llevar el Evangelio. ¿Tenemos la convicción de que el carisma del Prado resuena más allá de nosotros mismos y que puede ser de interés «particular» para la renovación de la misión de la Iglesia, como nos dijo el Papa Francisco en la audiencia de 2018?
Queridos hermanos y amigos, como familia espiritual, comprometámonos a hacer crecer la fama de santidad del Beato A. Chevrier hablando a los que nos rodean de su vida y de su itinerario espiritual, verdadero nacimiento de la obra de Dios para su tiempo. Que hagamos crecer los signos que testimonian lo que hemos visto: la Gracia del Prado florece y crece, en diferentes estados de vida, en diferentes culturas, al servicio de la evangelización de los pobres. Un carisma que suscita “un sincero deseo de hacerse santos para santificar a los demás” (L n 12), formando discípulos misioneros en una Iglesia que avanza. Dicho esto, emprendamos con discernimiento un proceso de llamada a los jóvenes para proponerles la vida consagrada en la variedad de la vocación pradosiana.
Con la conciencia de que cuanto mayor es el don, mayor es la responsabilidad de toda la familia espiritual para construir una fraternidad evangélica y carismática a la altura de la misión. Los esfuerzos de comunión entre las diferentes ramas son un signo de esperanza para el futuro. El camino sinodal que la Iglesia nos propone hoy puede ayudarnos a avanzar juntos, porque nos exige una profunda conversión en nuestro modo de sentir, pensar y Actuar.
Que, al celebrar el Misterio de la Navidad del Señor, sintamos, personalmente y en nuestros equipos de base, el impulso del Espíritu para vivir, como familia, nuestra misión de ser signo del amor del Padre en la vida de los abandonados de la historia, a donde nos conduce el Carisma del Prado.
Con nuestra fraternal amistad, les deseamos a todos una feliz Navidad.
Padres Armando Pasqualotto (Resp. Gen.),
Luc Lalire y Sergio Braga Dos Santos Neto (Asistentes)