DOMINGO IV DE CUARESMA
HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo 14 de marzo de 2021
Jn. 3, 14-21
“El escandaloso y torpe espectáculo de la cruz, tiene su comprensión sólo en la inteligencia del amor de Dios por el mundo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo…”
(Jn 3, 17).
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En este domingo de cuaresma se nos da la clave de lectura de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, que estamos por celebrar en la Semana Santa. El escandaloso y torpe espectáculo de la cruz, tiene su comprensión sólo en la inteligencia del amor de Dios por el mundo: “Dios no envió a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo…”(Jn 3, 17). San Juan es especialista en leer toda la obra de Jesús desde el amor, lo hace ahora explícitamente al evocar su levantamiento en la cruz: “Tanto amó Dios al mundo…”(Jn 3, 16), como lo hará en la última cena previo a la pasión de Jesús: “Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos.”(Jn 15, 13). La cruz es la prueba de la fe y del amor auténtico. El “argumento” de la cruz fue exigido por nuestra incredulidad.
Jugando con el sentido literal y espiritual de las palabras, Jesús, nos interpreta su crucifixión como glorificación, lugar donde se encuentra lo más encarnado de su misión y lo más profundo de su comunión con su Padre. Un momento antes, se ha presentado como uno que viene del cielo y habla de las cosas del cielo: “Nadie ha subido al cielo, a no ser el que vino de allí, es decir, el Hijo del hombre”(Jn 3, 13). Es en ese contexto que habla de “ser levantado en alto”, que hace pensar en la cruz, pero también en su gloria. Unos días antes de su muerte Jesús dirá: “Ha llegado la hora en que Dios va a glorificar al Hijo del hombre”(Jn 12, 23). A cambio escuchará de lo alto: “Lo he glorificado y volveré a glorificarlo”(Jn 12, 28).
Como en todo el evangelio de Juan, esta vez también, se relaciona el “levantamiento” de Jesús con un episodio del Antiguo Testamento. Jesús hace referencia a la serpiente de bronce levantada por Moisés en el desierto, para que todo el que hubiera sido mordido por una serpiente y contemple la de bronce fuera curado(Nm 21, 4-9). El problema allá fue la “murmuración”, dudar de las buenas intenciones de Dios y de Moisés, al sacarlos de Egipto: “¿Por qué nos han sacado de Egipto para hacernos morir en este desierto?(Nm 21, 5). Es una acusación muy grave contra el Dios Yahvé, que les ha dado pruebas de que, sin ser un pueblo que valiera la pena, él los ha elegido y ha encabezado su liberación por el amor que les tiene: “Pregunta, si no, a los tiempos pasados que te han precedido, desde el día en que Dios creó al hombre en la tierra; ¿Se ha visto jamás algo tan grande, o se ha oído cosa semejante desde un extremo a otro del cielo?… ¿Ha habido un dios que haya ido a buscarse un pueblo en medio de otro con tantas pruebas, milagros y prodigios en combate, con mano fuerte y brazo poderoso, con portentosas hazañas, como hizo por ustedes el Señor su Dios en Egipto ante sus propios ojos?(Dt. 4, 32-34; cfr. 7, 7-8).
Al equiparar, Jesús, su anuncio y toda su obra con el signo de Moisés frente a la incredulidad (“murmuración”) del pueblo en el desierto, está haciendo una fuerte denuncia. El episodio de las serpientes, junto con el de Masá y Meribá(Ex 15, 22-16, 20), eran recordados como un capítulo muy vergonzoso en la historia de Israel paradigma de lo más perverso de este pueblo: “No endurezcan su corazón como en Meribá, como el día de Masá, en el desierto, cuando sus padres me pusieron a prueba, y dudaron de mí, aunque habían visto mis obras…Son un pueblo de corazón rebelde”(Sal 95, 8-10). Jesús se está poniendo a la altura de Moisés y mayor que él, porque no fue Moisés el que salvó a aquellos judíos, sino Aquel que le ordenó poner la serpiente de bronce en la lanza. Sin embargo, Jesucristo, si es motivo de salvación o condenación por sí mismo. Es el signo del amor de Dios al el mundo, sólo indirectamente causa de condenación, cuando “los hombres prefieren las tinieblas a la luz, porque sus obras son malas”.
Las serpientes y su veneno simplemente son reflejo de la incredulidad del pueblo. No son un castigo de Dios, sino que estaban fabricadas en el corazón del hombre, ahí está la fuente de su muerte, en la duda del amor de Dios. El Señor los invita a creer de nuevo por medio de la serpiente de bronce. En Jesucristo se desvela todo el significado de aquel signo: docilidad a la voluntad del Padre(Jn 12, 27-28) y amor de Dios al mundo. Jesús nos invita a pasar de la superstición en un amuleto a la fe en su persona, de una religión mágica, que nos deja en las tinieblas como a Nicodemo, a una religión que produzca obras de luz.
Como podemos ver, es la misma lógica del discurso del pan de vida: “No fue Moisés quien les dio pan del cielo. Es mi Padre quien les da el verdadero pan del cielo. El pan de Dios viene del cielo y da la vida la mundo… Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no volverá a tener hambre; el que cree en mí nunca tendrá sed”. (Jn 6, 32-35). También, Jesús, cuestiona la fe de aquellos hombres que, supuestamente, lo buscan con tanto fervor: “Les aseguro que no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse”(Jn 6, 26).
Todas aquellas palabras de Jesús debieron ser muy elocuentes para un hombre que era “maestro de Israel”. Sabía que él y todos los que creían como él eran puestos por Jesús del lado del “pueblo de corazón rebelde o de dura cerviz”. Todo comienza desde el escenario nocturno que describe Juan. Desde aquí se deja entrever una generosidad “políticamente correcta”, meramente humana. Se acerca a Jesús cuidando sus intereses, lo admira pero no quiere comprometerse con él públicamente. Considerando que Nicodemo desaparece de la escena y Jesús continúa con su enseñanza, muy bien podemos pensar que fue más un pretexto para que Juan y Jesús dieran una catequesis sobre el principal obstáculo en esto de creer verdaderamente: lo hacemos sin arriesgar nuestras posiciones, de lejos, desde lo oscurito o el anonimato, no nos decidimos abiertamente. Esto puede significar que no nos declaramos abiertamente discípulos de Jesús, o que haciéndolo nuestro interior permanece en tinieblas, porque nuestras obras son malas.
Debemos reconocer el acto de fe que Nicodemo hace frente a Jesús, sus palabras reflejan cierta admiración hacia su persona. Sin embargo Jesús le responde que no basta con reconocer sus enseñanzas y milagros, que es necesario “nacer de lo alto” para poder creer en él como enviado del Padre. En esto consiste la originalidad de la enseñanza de Jesús, que recorrerá todo el evangelio de san Juan: “Lo que nace de la carne es carne, lo que nace del Espíritu es espíritu”(Jn 3, 6). La carne es toda medida humana en la que se quiera encerrar la experiencia de Dios. Son válidas las expresiones y doctrinas religiosas, a condición de no querer agotar a Dios en ellas porque el Espíritu “sopla donde quiere, oyes su ruido, pero no sabes ni de dónde viene ni a dónde va”(Jn 3, 12). No podemos pretender controlar al Espíritu de ninguna manera. Jesús reclama ser conocido a la luz del Espíritu, porque él habla de las cosas del cielo(Jn 3, 12) y no sólo el conocimiento frío y calculador que se traduce en rutinas, como el de Nicodemo. Jesús pide llegar a perder el control con él.
Todo lo anterior prepara el camino para que Jesús haga el anuncio más importante y espiritual que existe: “tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna”(Jn 3, 16). De hecho, la conversión que se nos pide en esta cuaresma, en última instancia, consiste en creer con el corazón estas palabras. De entrada, Jesús es una Palabra de aliento para la humanidad, antes que de condenación. Y no se trata de un amor ingenuo, porque supone la cruz: “el Hijo del hombre tiene que ser levantado en alto”(Jn 3, 14).
Todo el cuestionamiento que hace Jesús a Nicodemo por su fe superficial es con la única intención de prepararlo para hacerlo entrar en el misterio del amor de Dios. También san Pablo habla de esta buena noticia: “La misericordia y el amor de Dios son muy grandes; porque nosotros estábamos muertos por nuestros pecados, y él nos dio la vida con Cristo y en Cristo”(Ef 2, 4). Pero toda esta gracia se recibe mediante la fe: “Por pura generosidad suya hemos sido salvados”(Ef 2, 5).
Fiel a su método, después de presentar lo espléndido del amor de Dios, reclama las obras de amor al prójimo. Denuncia que los hombres se apartan de esta luz por miedo a que su conducta, mentirosa y egoísta, sea descubierta. Los animales ponzoñosos actúan en la oscuridad para hacer daño a las demás creaturas. También los hombres malos aprovechan la oscuridad física o de su corazón para hacer daño a sus hermanos. Necesitamos la luz intensa del evangelio para ahuyentar la cultura de muerte que se cierne sobre nosotros.