HOMILÍA DE MONS. LUIS MARTÍN BARRAZA
Domingo XXIX del Tiempo Ordinario
16 de octubre 2022
San Lucas continúa el tema de la fe, ahora, bajo el ropaje de la oración. Ordinariamente Jesús recoge sus parábolas resaltando al final de ellas el tema que ha querido transmitir. En este caso cierra diciendo: “Pero cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen que encontrará fe sobre la tierra?”(Lc 18, 1-8). Comienza hablando de la oración y concluye con el tema de la fe. Llama la atención la naturalidad con la que Jesús brinca de un tema a otro, suponiendo la obviedad de la relación. En verdad, el primer lenguaje de la fe es la oración. La fe nos pone en presencia del Ser supremo y eso ya es oración, independientemente de lo que digamos o hagamos. El primer movimiento de la fe es la oración. Pareciera que es una primero y otra después, pero son simultáneas. También, la oración fortalece la fe, es como su respiración. El creyente tiene que ser un hombre de oración necesariamente. El problema de la oración es la falta de fe y el de la fe, la falta de oración. Y como es costumbre en Lucas, utiliza el tema de la justicia social para explicar las realidades espirituales. La parábola de Jesús nos hace ver que existe, también un estrecho vínculo entre la vida cotidiana y la fe.
Con todo y que la pregunta de Jesús es simplemente retórica, no creemos que él considere que la fe se va a acabar en algún momento, sin embargo no deja de plantear el problema real de la fe de todos los tiempos: la fe está en peligro siempre y con ello la vida de los seres humanos, como la de esta viuda que pide justicia. El problema de la fe es una preocupación de la Iglesia también en los tiempos actuales. Los obispos, en Aparecida, nos dicen: “el rico tesoro del Continente Americano…su patrimonio más valioso: la fe en Dios amor… corre el riesgo de seguir erosionándose y diluyéndose de manera creciente en diversos sectores de la población. Hoy se plantea elegir entre caminos que conducen a la vida o caminos que conducen a la muerte(Dt 30, 15). El Papa Benedicto, que tuvo una solicitud especial por este problema nos dice: “De hecho, el presupuesto de la fe no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que en el pasado era posible reconocer un tejido unitario, ampliamente aceptado en referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados en ella, hoy no parece que sea ya así en varios sectores de la sociedad, a causa de una profunda crisis de fe que afecta a muchas personas”(PF, 2).
Jesús representa a la fe como una viuda que clama justicia ante un juez insensible. Recordemos cómo las viudas, junto con los huérfanos y los extranjeros, eran el símbolo de lo más desprotegido en el pueblo de Israel. Todo invita a pensar que la viuda será atropellada por la injusticia humana, igual que la fe frente a lo que llamamos secularismo, donde los poderosos no temen a Dios ni respetan a los hombres, las cosas son así en el mundo. Aquella viuda se ve tan ingenua, tan débil, que parece una ovejita en medio de lobos. Esta escena me recuerda la imagen del Apocalipsis: “la mujer vestida de sol, que está encinta, y grita con los dolores del parto, acechada por un gran dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, para devorar a su hijo en cuanto diera a luz”(Ap 12, 1-4). Esta es la suerte de la fe en el mundo, parece una causa perdida. Si la fe se parece a la situación de las mujeres más vulnerables, habrá que inscribirla en las causa feministas que abogan por su reivindicación. Tal vez pueda, también, aportar algo a estas causas.
Sin embargo, Jesús no se pone a llorar frente a ello, sino que invita a la actitud más decidida que pueda existir sobre la tierra: permanecer constantes en la oración, y si la reforzamos con el ayuno y la caridad, mejor(Mc 9, 29). Según Jesús, esta es el arma más contundente frente a lo más difícil y desesperado que podemos enfrentar, contradiciendo al cantante que dice: “cuando de nada nos sirve rezar…” La oración sincera nunca será defraudada. Es problema que haya ambientes fríos, duros para la fe, como el rostro petrificado de este juez, pero más problema es que no haya la alegría, la convicción, la esperanza, la bondad y perseverancia de la fe, como la de esta viuda.
Toda mujer en la Sagrada Escritura, de algún modo, representa a la comunidad de los creyentes, a la Iglesia. En la viuda que acude al juez malvado para que le haga justicia, Jesús, anuncia la fuerza irrevocable del reino de Dios, que actúa con la paciencia y humildad, pero a la vez con la tenacidad de aquella mujer. En la viuda se encarna todo el poder de la Palabra de Dios, que le anuncia Pablo a Timoteo: “Toda la Sagrada Escritura está inspirada por Dios y es útil para enseñar, para reprender, para corregir y para educar en la virtud, a fin de que el hombre de Dios sea perfecto y esté enteramente preparado para toda obra buena… Predica la palabra, insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría”(1 Tim 3, 16-17). Esta debe ser la actitud de todo creyente frente a la frivolidad del mundo, “que no teme a Dios ni respeta a los hombres”. Si es realmente la voluntad de Dios la que se busca habrá que intentarlo una y otra vez, aunque no haya los resultados esperados.
La oración nos deberá sostener en la perseverancia de la fe que no se da por vencida nunca. Esta mujer, también, es símbolo de una oración que concibe sueños “inalcanzables” y lucha por ellos sin desfallecer. Ella, es insignificante frente aquel juez. Lo más “normal” es desanimarse frente a esta empresa porque “el juez de seguro se va a enfadar sólo con aquella impertinencia”, “tiene infinidad de cosas más importantes qué hacer”, “lo más normal es que favorezca al poderoso”, etc. Todo el escenario está a punto para desanimar a cualquiera. La viuda simplemente hace lo que le toca hacer, pero verdaderamente lo hace, sin restarle nada con sus miedos y dudas. Es muy importante que las cosas se hagan sin ser afectadas por pretensiones, ambiciones o depresiones. Va una y otra vez, sin reparar en las negativas, sin sentirse humillada, simplemente aprovechando la oportunidad que se le presenta. Mientras había oportunidad se hacía presente, sin pesimismos ni arrebatos. Tal vez aquel juez sintió la sinceridad y convicción de aquella petición, junto con aquella bondad que lo conquista todo y consintió. Frente a la pureza de intenciones, a la mansedumbre y la perseverancia de la mujer se revela que aquel “monstruo” no era tan perverso o, al menos, invencible, sólo hacía falta que alguien le brindara la oportunidad. No deja de ser conmovedora la escena donde el juez malvado recapacita y se doblega. Parece que sus motivos no son los mejores: “…por la molesta insistencia de esta viuda voy a hacerle justicia para que no me siga molestando”(Lc 18, 5), pero es lo de menos frente a su gesto de bondad. O, tal vez, fuera esta respuesta un pretexto para ocultar que lo habían vencido. Probablemente, si los cristianos ofreciéramos más el evangelio, muchos “malos” recapacitarían. Todo esto nos recuerda lo que se dice coloquialmente sobre la oración: “a Dios rogando y con el mazo dando”, tiene que ser súplica, con compromiso a la vez, y con una condición indispensable: que sea constante.
Jesucristo nos comparte la fe que sostiene su oración, su forma de vivir y de comunicarse con Dios. Es la fe de los pobres de Yahvé: “Derribó a los poderosos de sus tronos y exaltó a los humildes. A los hambrientos colmó de bienes y despidió a los ricos con las manos vacías”(Lc 1, 52-53). Es la fe de María y de muchas mujeres representadas ahora por esta viuda. La misma forma de hablar, en parábolas, por parte de Jesús es un profundo acto de fe lleno de confianza, que anuncia el reinado de Dios en el mundo. Las parábolas son lecturas de la realidad desde un orden superior de cosas. Es buscar el verdadero significado de los acontecimientos desde un proyecto coherente y lleno de sentido que cuestiona la lectura parcial de los hechos. Ya desde que las actividades humanas, las cosas, se convierten en figuras de algo más, se hacen relativas a una verdad superior. Pronunciar una parábola expresa una visión muy optimista del mundo, que supone contacto con otra dimensión de la realidad. Dicho de una vez por todas, es “jugar” con los acontecimientos en la plena confianza de que están a salvo en la infinita sabiduría y omnipotencia de Dios. Para un creyente como Jesús, la dinámica de la fatalidad o de los caprichos de los que “mandan” el mundo no existen. Con su presencia y su predicación, Jesús, recrea la historia y las parábolas son un claro testimonio de ello.
En el fondo, las imágenes del juez malvado y la viuda pueden significar el gran dilema que condiciona toda nuestra existencia: ¿existe un plan en todo esto o simplemente estamos al capricho de alguien? El espíritu de oración y las decisiones que tomemos depende de lo que creamos.